Metropolis (1927)

Un espejo de acero y fuego donde el futuro es una pesadilla mecánica y la redención una coreografía entre el alma y la máquina.

Director: Fritz Lang

Brigitte Helm, Gustav Fröhlich, Alfred Abel, Rudolf Klein-Rogge

En Metropolis (1927), Fritz Lang no solo filmó una ciudad del futuro sino que fundó una mitología visual que aún hoy palpita en cada distopía que nos interroga. Nacida en la convulsión industrial de la República de Weimar, esta obra muda pero atronadora nos presenta una urbe vertical donde los opulentos jardines de la elite flotan sobre el sudor anónimo de los obreros subterráneos. Esta dualidad, tan clara como simbólica, establece el eje ético y estético de la película: el abismo entre la razón que gobierna (la cabeza) y la fuerza que trabaja (las manos), solo conciliables a través del corazón.

Lang, en colaboración con Thea von Harbou (su entonces esposa y guionista), arma un relato bíblico y futurista a la vez, donde el hijo del amo, Freder, desciende al inframundo fabril y se convierte en una figura redentora que canaliza los dolores del pueblo y los anhelos de la santa profetisa María. Esta estructura mesiánica, que en manos menos audaces habría resultado panfletaria, en Metropolis se transfigura en espectáculo operático gracias a su deslumbrante arquitectura visual.

Cada plano parece cincelado con la precisión de un arquitecto visionario. Las torres imposibles, las procesiones geométricas de cuerpos sincronizados, las máquinas que devoran hombres y los ritos de Yoshiwara, ese burdel-faro del hedonismo obrero, construyen una ciudad no solo físicamente imponente sino moralmente decadente. En esta estética totalitaria se infiltran ecos del expresionismo alemán y del futurismo italiano, pero también premoniciones del fascismo que ya rondaba Europa como una sombra aún sin nombre.

Es innegable que el discurso ideológico de la película ha sido motivo de controversia. La famosa fórmula de “El mediador entre la cabeza y las manos debe ser el corazón” ha sido leída tanto como una ingenua apología de la conciliación de clases como una forma temprana de propaganda autoritaria disfrazada de espiritualidad. Incluso H.G. Wells ridiculizó su visión tecnológica, mientras los nazis (en una ironía trágica) encontraron en Lang un artista suficientemente “útil” como para ofrecerle el mando del cine alemán, oferta que este declinó con astucia y dignidad al huir esa misma noche.

Pero más allá de sus contradicciones ideológicas, Metropolis sigue viva por su innovación formal. El uso pionero del proceso Schüfftan, que mediante espejos combinaba miniaturas con actores reales, dio a luz una técnica que anticipó las grandes ilusiones del cine moderno. El montaje, enérgico y simbólico, convierte la narrativa en una experiencia sensorial que parece estar bailando al ritmo de una sinfonía invisible. La doble interpretación de Brigitte Helm (como la María vírgen y su doppelgänger robótico y magdalénico) es una de las actuaciones más hipnóticas del cine silente, dotando al film de una dimensión erótica y demoníaca que refuerza la metáfora sobre el poder de la imagen y el deseo.

La historia de Metropolis es también la historia de su desaparición y resurrección. Fragmentada, mutilada, censurada, la película pareció condenada al olvido parcial hasta que, milagrosamente, en 2008, un negativo en 16 mm fue hallado en Buenos Aires con más de 25 minutos de metraje perdido. Este hallazgo permitió restaurar buena parte de la narrativa original y devolvió al film una coherencia que se creía irrecuperable. Aun con sus cicatrices visibles, esta versión casi íntegra permite leer Metropolis no solo como una pieza museográfica sino como un organismo palpitante, que respira a través del tiempo.

Hoy, al verla, no pensamos en el año 2000 como un futuro posible, sino en cómo el presente se parece cada vez más a esa pesadilla industrial. El cine de Lang no predice el porvenir: lo invoca como advertencia. En su vastedad, Metropolis sigue siendo una plegaria fílmica, una advertencia vestida de prodigio, una ciudad labrada en luz y cemento que sigue preguntando si aún queda lugar para el corazón en medio de las ruinas del progreso.

Sobre André Didyme-Dôme 1953 artículos
André Didyme-Dome es psicoterapeuta y periodista. Se desempeña como editor de cine y TV para las revistas ROLLING STONE Y THE HOLLYWOOD REPORTER EN ESPAÑOL y es docente universitario; además, es guionista de cómics para MANO DE OBRA, es director del cineclub de la librería CASA TOMADA y conferencista en ILUSTRE. Su amor por el cine, la música pop y rock, la televisión y los cómics raya en la locura.

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