The Godfather Part II (El Padrino Parte II) (1974)

El Padrino Parte II transforma la tragedia familiar en una meditación épica sobre el poder, la herencia y la pérdida del alma.

Director: Francis Ford Coppola

Al Pacino, Robert De Niro, Robert Duvall, Diane Keaton, John Cazale

¿Es El Padrino Parte II una película superior a la primera parte? Quien les escribe todavía no ha encontrado una respuesta. 

A primera vista, El Padrino Parte II parece una secuela demasiado ambiciosa. Pero en realidad, es una de las raras continuaciones que no sólo amplían el universo narrativo de su predecesora, sino que lo reconfiguran a mayor escala, con mayor profundidad y una melancolía aún más desoladora. Francis Ford Coppola, junto con Mario Puzo, convierte esta segunda entrega en una obra monumental, en donde el crimen organizado sirve como espejo oscuro de la historia estadounidense, y la saga familiar de los Corleone se torna una alegoría fúnebre del poder que corroe desde dentro.

La cinta alterna dos líneas temporales que no solo se suceden, sino que dialogan entre sí. Por un lado, seguimos a Michael Corleone (Al Pacino), ya consolidado como jefe del clan, pero atrapado en un proceso implacable de descomposición emocional y aislamiento. Por otro, conocemos los orígenes de su padre, Vito Andolini (Robert De Niro), desde su infancia en Sicilia, pasando por su migración a Nueva York y su paulatina transformación en Vito Corleone, figura de respeto y poder en la comunidad italo americana. Este doble movimiento (ascenso del padre, caída del hijo) estructura la tragedia central de la película: El sueño americano se logra a través del crimen, pero el precio es el alma de quienes lo alcanzan.

La interpretación de Al Pacino es, sin duda, una de las cumbres del cine de los años 70. Su Michael es un personaje gélido, contenido hasta la asfixia, cuya mirada parece siempre más vieja que su rostro. Pacino transmite una violencia latente, una amargura sorda, que va devorando cada espacio íntimo que lo rodea: su esposa Kay (Diane Keaton), su hermano Fredo (John Cazale), incluso su abogado y hermano adoptivo Tom Hagen (Robert Duvall). La escena final, con Michael solo en el jardín, rememora el último vestigio de luz (una cena familiar del pasado) y lo funde con su presente sombrío. Lo que fue una familia unida por la sangre y la necesidad, es ahora un imperio solitario sostenido por el miedo.

Robert De Niro, por su parte, encarna a un joven Vito con una serenidad que contrasta con la violencia implícita de sus actos. Su ascenso criminal está teñido de un aura de justicia barrial, casi paternalista. Ayuda a viudas, protege a los suyos, impone orden donde antes reinaba el caos. En esta etapa inicial, el crimen aún parece tener rostro humano. Pero esa humanidad no sobrevive al traspaso generacional. Michael ya no gobierna desde el respeto, sino desde el cálculo frío, la sospecha constante, la eliminación metódica de cualquier lazo afectivo que pueda percibirse como una debilidad.

La estructura dual de la película ha generado debates. Algunos, como el crítico Roger Ebert, han sugerido que el relato de Michael hubiera funcionado mejor sin las interrupciones del pasado. Sin embargo, esa alternancia es esencial: Permite construir una dialéctica entre los ideales fundacionales de la familia y su disolución. La historia de Vito no busca justificar a Michael, sino evidenciar que algo esencial se perdió en el camino. Las calles empedradas de la Little Italy de 1910 y los rascacielos impersonales de Nevada y La Habana no solo representan épocas distintas, sino dos maneras de ejercer el poder: Una ligada a la comunidad, la otra al imperio.

Visualmente, El Padrino Parte II es más audaz y compleja que su predecesora (y eso que estamos hablando de la mejor película de todos los tiempos). Gordon Willis, con su ya legendario uso del claroscuro, crea una atmósfera casi tenebrista: los rostros medio ocultos, las habitaciones apenas iluminadas, las sombras que invaden cada rincón, refuerzan la idea de que estamos ante un mundo donde la moral ya no puede diferenciarse con claridad. La paleta visual del pasado es más cálida, pero no menos sombría. El romanticismo de los inmigrantes también está atravesado por la necesidad y la violencia.

La música de Nino Rota, conducida por Carmine Coppola, acentúa este tono elegíaco. Los temas musicales de Vito y Michael, aunque emparentados, no son idénticos. La melancolía del primero se transforma en fatalismo en el segundo. Las composiciones actúan como un subtexto emocional que guía al espectador a través del entramado de traiciones y pérdidas.

Si la primera parte de la saga podría entenderse como una narración de iniciación al poder, El Padrino Parte II es una historia sobre la imposibilidad de conservar lo ganado sin pagar el precio más alto. La brutal ejecución de Fredo, ordenada por su propio hermano, es quizá el acto más revelador del vaciamiento ético de Michael. La familia, ese núcleo sagrado en la cosmovisión mafiosa, es sacrificada en nombre de una supervivencia que, paradójicamente, ya no tiene propósito.

A nivel simbólico, la película plantea una tesis demoledora: el poder absoluto no sólo destruye al enemigo, sino también al portador. Michael, al final, ha vencido en todos los frentes, pero ha perdido todo lo que lo hacía humano. Su padre (Marlon Brando en la primera parte), con todos sus crímenes, murió en paz, jugando con su nieto en el jardín. Michael, en cambio, queda solo, como un espectro en su propio reino.

El Padrino Parte II es, por tanto, una tragedia moderna narrada con la solemnidad de los grandes frescos históricos. Más que una historia de mafiosos es una reflexión amarga sobre la transmisión generacional del poder, la corrupción del alma y la imposibilidad de reconciliar el éxito con la virtud. En esa paradoja sin salida radica su grandeza. 

Sobre André Didyme-Dôme 1887 artículos
André Didyme-Dome es psicoterapeuta y periodista. Se desempeña como editor de cine y TV para las revistas ROLLING STONE Y THE HOLLYWOOD REPORTER EN ESPAÑOL y es docente universitario; además, es guionista de cómics para MANO DE OBRA, es director del cineclub de la librería CASA TOMADA y conferencista en ILUSTRE. Su amor por el cine, la música pop y rock, la televisión y los cómics raya en la locura.

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