
Una sátira pornográfica disfrazada de comedia de época que convirtió a Patricia Rhomberg en figura irrepetible del cine adulto europeo.
Director: Hans Billian
Patricia Rhomberg, Frithjof Klausen, Sepp Gneißl, Siggi Buchner, Birgit Zamulo, Peter Holzmüller, Marie-France Morel

A medio camino entre la reconstrucción lúdica de una Viena decimonónica y el manifiesto erótico en clave burlesca, Josephine Mutzenbacher convierte la pornografía en arte gracias al carisma de Patricia Rhomberg y a la herencia de una novela maldita que anticipó debates sobre el deseo infantil, la represión social y la hipocresía burguesa.

Y es que pocas películas pornográficas han logrado un estatuto tan paradójico como Josephine Mutzenbacher – Wie sie wirklich war, dirigida por Hans Billian y protagonizada por Patricia Rhomberg. Estrenada en Alemania Occidental en 1976, esta producción, con su mezcla de comedia de época, sátira social y erotismo exuberante, reabre preguntas que no solo atañen al cine adulto, sino también a la literatura, la historia del psicoanálisis y la representación del deseo femenino en medios populares.
La fuente original de la película es la escandalosa novela vienesa Josefine Mutzenbacher oder Die Geschichte einer Wienerischen Dirne von ihr selbst erzählt, publicada de forma anónima en 1906. Durante décadas se especuló sobre la autoría del texto, pero los estudios estilométricos más recientes lo atribuyen con gran probabilidad a Felix Salten, el mismo autor del clásico infantil Bambi. La ironía de esta doble autoría no puede pasarse por alto. Del candor animal de los bosques a las calles lubricadas de Viena, Salten ofrece dos formas antagónicas de narrar el crecimiento, el trauma y la transformación.
La novela es un primer ejemplo de narración erótica en clave autobiográfica desde una voz femenina. Pero también es un compendio incómodo de lo que hoy llamaríamos pornografía infantil. Su protagonista rememora con orgullo una infancia signada por la iniciación sexual precoz, el incesto, la prostitución y la perversión institucionalizada. Es esa mezcla de mirada infantil, lenguaje popular vienés y desenfado lo que capturó la atención de Sigmund Freud, cuya Teoría de la sexualidad infantil aparece publicada apenas un año antes. Para algunos críticos, Mutzenbacher se burla de las teorías freudianas con mordacidad; para otros, las anticipa.
Al adaptar este material más que polémico, Hans Billian opta por un desplazamiento narrativo. Su protagonista, aunque joven, no es una niña, y el tono del film se ubica más en la farsa erótica que en el realismo sucio del original. Aquí es donde entra en juego Patricia Rhomberg, una actriz aficionada que se convertiría, por un breve pero decisivo momento, en figura central del cine pornográfico germano. Billian, su pareja en la vida real confió en su acento vienés para dotar de autenticidad al personaje. Lo que obtuvo fue mucho más: Una interpretación vital, juguetona y sorprendentemente empoderada en un género que, por lo general, reduce a sus actrices a cuerpos sin voz ni agencia.
Rhombeg aparece en casi cada escena, dominando la pantalla con una mezcla de picardía, seguridad y una risa cómplice que atraviesa incluso las situaciones más explícitas. Desde su primera escena, donde observa a sus padres hacer el amor y a su hermanastro auto estimularse (para terminar en un accidentado 69 con él), hasta el prólogo y el epílogo en que rompe la cuarta pared y se dirige directamente al público, Rhomberg convierte a Josefine en algo más que un objeto del deseo masculino. Es una narradora activa, una exploradora del placer y una figura disruptiva dentro del cine sexual de la época. Su erotismo no es servil, sino provocador.
La estructura de la película remite a una Bildungsroman (“novela de formación”) sexual. Josefine atraviesa etapas de iniciación, transgresión y profesionalización del deseo. Su primer encuentro carnal, con el tabernero Hutchison, está bañado en una estética picaresca, no sin humor. Luego vienen escenas con el padrastro, el sacerdote, la amiga rica y su séquito de sirvientes. Lo que podría ser un catálogo repetitivo de posturas y situaciones se transforma, gracias al tono satírico y la interpretación de Rhomberg, en una crítica velada a los dispositivos de poder patriarcal: El clero, la familia, la aristocracia. Todos caen rendidos, literal y figuradamente, ante el cuerpo curioso de Josefine.
A nivel formal, Josephine Mutzenbacher se desmarca del porno industrial estadounidense con su apuesta por decorados de época, iluminación cuidada y un montaje narrativo con continuidad dramática. No es un simple “loop” extendido, sino una película estructurada, con personajes definidos y una cronología interna. Esta dimensión narrativa es clave para entender su éxito en los mercados germanoparlantes y su buena recepción crítica entre especialistas del cine adulto, como Jim Holliday, quien la calificó como la mejor película extranjera de su tipo.
La recepción internacional no se quedó atrás. Cruzó el Atlántico y se convirtió en uno de los títulos más exitosos del porno europeo. Su mezcla de tradición, comedia y erotismo le dio una singularidad difícil de igualar. Tanto es así que ninguna de las secuelas posteriores logró repetir su impacto. Billian dirigió otras entregas bajo el mismo título, pero sin Rhomberg el personaje se tornó más vulgar, menos inteligente, y se diluyó en el estándar de la industria. La fórmula sin ella no funcionaba: Faltaba ese tono de subversión alegre que Rhomberg supo imprimir a cada gesto.
La actriz, tras romper con Billian en 1978, dejó el cine pornográfico y volvió a trabajar como asistente médica. Su retiro fue definitivo, lo que añade una dimensión trágica y casi mítica a su breve paso por la pantalla. En pocos años, protagonizó una obra clave, participó en películas pioneras del porno interracial y en numerosas cintas cortas (loops), pero siempre manteniendo una distancia ética frente al medio. No hizo anal, no simuló violencia, no se desdibujó en el anonimato.
El legado de Josephine Mutzenbacher, por tanto, es múltiple. Como película, representa un punto alto en la historia del porno narrativo europeo. Como adaptación, convierte un texto prohibido en un artefacto cinematográfico accesible y provocador. Como objeto cultural, dialoga con debates sobre arte, censura, erotismo y representación. Y como documento actoral, se sostiene por la energía, el control y la ironía de una actriz que supo ser más que un cuerpo expuesto: fue una mirada, una risa y una voz.
No es casual que la cinta abra y cierre con Josefine dirigiéndose al espectador. En ese gesto, Patricia Rhomberg no solo rompe la ficción. También rompe el pacto de sumisión del cine erótico con sus audiencias. Ella manda. Ella decide. Y con una sonrisa traviesa, nos recuerda que el placer (como el arte) también puede ser un acto de inteligencia.
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