La teta asustada (2009)

Con su poética perturbadora y su mirada a los cuerpos marcados por la violencia, La teta asustada reconfiguró el lenguaje del cine latinoamericano y lo puso a dialogar con su historia silenciada.

Directora: Claudia Llosa

Magaly Solier, Susi Sánchez, Efraín Solís

Cuando en 2009 La teta asustada irrumpió en el Festival de Berlín, su impacto fue inmediato y desconcertante. No se trataba simplemente de una película extranjera que recibía un premio importante sino que se trataba de una película peruana, hablada en parte en quechua, protagonizada por una mujer indígena de pocas palabras y que hablaba con el cuerpo más que con la voz. Era, en suma, un cine incómodo, íntimo y profundamente político que traía a la superficie lo que muchas veces el cine latinoamericano apenas había rozado: el eco de una violencia estructural, histórica y sexual inscrita en la piel de sus personajes.

Dirigida por Claudia Llosa y protagonizada por Magaly Solier, La teta asustada es un ensayo visual sobre el trauma como herencia, sobre el cuerpo femenino como archivo de la barbarie y sobre el lenguaje como frontera entre lo decible y lo indecible. El título remite a una enfermedad que no existe en los manuales médicos, pero que sí habita la mitología andina que consiste en el miedo transmitido a través de la leche materna por mujeres violadas durante el conflicto armado interno en Perú. Ese concepto, a medio camino entre lo antropológico y lo simbólico, es la puerta de entrada a un universo donde la metáfora no disfraza, sino que intensifica la verdad.

La potencia de la película reside en su capacidad de vincular lo íntimo con lo político sin caer en el panfleto. Llosa no filma la violencia sino que filma sus secuelas. No muestra cuerpos rotos en el acto, sino cuerpos replegados sobre sí mismos, que sobreviven como pueden a la memoria del daño. En ese sentido, La teta asustada es también una meditación sobre la representación: Sobre qué se puede mostrar, cómo se muestra y para quién se muestra. La escena en la que Fausta, la protagonista, se coloca una papa en la vagina para protegerse de posibles violadores puede ser vista como una imagen límite, pero también como una estrategia de defensa que subvierte el estereotipo de la víctima pasiva. El cuerpo de Fausta no es un lugar de consumo narrativo, es un territorio de resistencia.

El reconocimiento internacional (el Oso de Oro en Berlín, la nominación al Óscar) le otorgó a La teta asustada y a su directora una visibilidad inusitada para una producción peruana (Llosa dirigiría años después No Llores, vuela junto a Jennifer Connelly y Cillian Murphy). Pero más allá del prestigio de los festivales y la posibilidad de la directora de incursionar en el mercado anglo, lo que la película logró fue introducir en el panorama del cine latinoamericano una forma de hacer memoria desde la fisura, desde lo no resuelto. Mientras otras cintas optaban por discursos conciliadores o reconstrucciones históricas convencionales, Llosa optó por la herida abierta, por la grieta y por la ambigüedad.

En el contexto de la cinematografía regional, La teta asustada abrió un camino que otras cineastas también han explorado desde diferentes geografías (Tatiana Huezo en El Salvador y México, María Paz González en Chile, Paz Encina en Paraguay) con películas que hablan de mujeres marcadas por la historia, de territorios donde la violencia no termina con la firma de un acuerdo, y de cuerpos que se convierten en testigos, no desde el discurso, sino desde la experiencia encarnada.

Sin embargo, no todo ha sido celebración. En Perú, la película generó críticas por parte de sectores que se sintieron expuestos o mal representados. Algunos acusaron a Llosa de exotizar la pobreza o de perpetuar una imagen miserable de la mujer andina. Estas tensiones no deben desestimarse ya que hacen parte de una discusión necesaria sobre quién filma, desde dónde y con qué derecho. Pero sería injusto negar el valor de una obra que, lejos de ofrecer respuestas simples, se atreve a formular preguntas difíciles.

A quince años de su estreno, La teta asustada sigue siendo una película incómoda, esencial y vigente. No porque hable del pasado, sino porque su lenguaje, su mirada y su ética nos interpelan en el presente. En un continente donde la violencia de género, la desigualdad y el racismo estructural siguen operando con fuerza, la obra de Claudia Llosa nos recuerda que el cine puede ser, también, un lugar de memoria, de duelo y de resistencia.


Sobre André Didyme-Dôme 1954 artículos
André Didyme-Dome es psicoterapeuta y periodista. Se desempeña como editor de cine y TV para las revistas ROLLING STONE Y THE HOLLYWOOD REPORTER EN ESPAÑOL y es docente universitario; además, es guionista de cómics para MANO DE OBRA, es director del cineclub de la librería CASA TOMADA y conferencista en ILUSTRE. Su amor por el cine, la música pop y rock, la televisión y los cómics raya en la locura.

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