Director: Jacques Doillon
Vincent Lindon, Izïa Higelin, Séverine Caneele
Continuando con una serie de maravillosas películas biográficas sobre artistas (Cézanne et Moi, Egon Schiele), llega ahora Rodin, una estupenda cinta dirigida por Jacques Doillon (Ponette), que se centra en la vida y en el proceso artístico del padre de la escultura moderna.
El gran actor Vincent Lindon (La Loi Du Marché), interpreta a Auguste Rodin como un hombre con una gran presencia, obsesionado por el cuerpo y que busca traducir esos contornos y texturas a sus esculturas. Se aborda también su tormentosa relación con Camille Claudel (que Bruno Nuytten supo retratar tan bien en su película de 1988), aquí encarnada por la actriz Izïa Higelin (Samba). Pero el centro de la película de Doillon está en la obra de Rodin y en las motivaciones detrás de sus obras.
La cinta de Doillon ha sido prácticamente destrozada por la crítica internacional, lo que convierte a esta crítica en una defensa solitaria. Lo que le da valor a una película biográfica sobre un artista está en la relación entre el autor, el proceso creativo y la obra. A las personas se les olvida que los verdaderos pintores y escultores no son elocuentes con las palabras, se les dificultan las relaciones sociales y sólo pueden expresarse por medio de sus obras. Quienes hemos acompañado a este tipo de artistas en sus talleres y los hemos visto crear, sabemos que ellos son como una especie de animales salvajes que encuentran calma y sosiego descargando su furia y vomitando sus demonios en las obras que producen. Son personas de una inmensa sensibilidad que fueron tocadas por el fuego.
Estamos viviendo una época en la que el modo de ser o de vivir de un artista es más importante que la obra en sí (miren cómo los medios nos han hecho olvidar los grandes logros en las carreras de Michael Jackson, Woody Allen y Kevin Spacey, por nombrar a algunos, para centrarse en sus perversiones, excesos y equivocaciones). Hoy en día, la actitud importa más que el trabajo (como ejemplos se pueden citar la enorme fama de Paris Hilton o de Kim Kardashian, mujeres que son populares pero que no nos brindan nada).
Y es por esta razón que cintas como Rodin solo llegan a interesar al público masivo cuando este se entera que el escultor nunca reconoció a sus hijos, que practicaba ménage à trois con sus modelos y alumnas, que engañaba y maltrataba a Rose Beuret (Séverine Caneele), la mujer que estuvo con él durante toda su vida y que Camille Claudel posiblemente era bipolar. Esas son anécdotas efímeras.
La película de Doillon, con su fuerte carga de verdadero erotismo, con sus momentos sublimes y con un hermoso final asociado al Monumento a Honoré De Balzac (escritor que obsesionó a Rodin y al personaje de Antoine Doinel en la cinta de Truffaut Los Cuatrocientos Golpes), nos muestra que los artistas tienen la misión de conmovernos y sacudirnos, y esto implica una gran sensibilidad, una dolorosa exploración interna y una más dolorosa regurgitación de los demonios, que muchas veces se estrellan con la ética y la moral de la época en la que viven. La lección impartida por la película Rodin es que el arte y la moral van (y deben ir) por caminos diferentes.
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