La sexta película del universo interconectado de DC mantiene los estándares de La Mujer Maravilla, pero es un producto inferior con respecto a la competencia.
Dirección: James Wan
Jason Momoa, Amber Heard, Willem Dafoe, Patrick Wilson, Nicole Kidman
Aquaman fue creado por Mort Weisinger y Paul Norris para DC Comics en 1941. Aunque actualmente es el superhéroe acuático más popular, nació dos años después de Namor The Sub-Mariner, su contraparte de Marvel (personaje que, por problemas de derechos, todavía no ha podido obtener su versión para cine).
A lo largo de los años, Aquaman ha sufrido mucho al ser publicado en los cómics. Por más de dos décadas, el personaje fue relegado a títulos antológicos como New Fun Comics y Adventure Comics. No sería sino hasta los años ochenta, en que por fin tendría su propia revista, la cual tuvo una muy corta duración. Desde entonces se ha intentado reeditarla una y otra vez, siendo poco exitosa en la mayoría de los casos.
Sin embargo, Aquaman tuvo una exitosa serie animada de televisión en los años sesenta y fue uno de los miembros originales de la Justice League of America. Como dato curioso, en la divertida serie de HBO Entourage, acerca de una estrella de cine ficticia y su grupo de amigos, James Cameron se interpreta a sí mismo como el director de la película de Aquaman y el actor ficticio Vincent Chase(Adrian Grenier) sería el protagonista. Esta situación es mucho más divertida e ingeniosa que la adaptación fílmica real.
En cuanto a las historias de Aquaman publicadas en numerosos cómics, el personaje se ha enfrentado a cambios numerosos y radicales. Tuvo a un ayudante llamado Aqualad, una esposa llamada Mera, y un hijo, que fue asesinado a muy temprana edad por el supervillano Black Manta, en una historia que sigue siendo muy controversial por lo violenta y deprimente. Aquaman también perdió una mano debido al malévolo villano Charybdis y a un puñado de pirañas. Y luego de esa horrible mutilación, cambió su apariencia benigna, limpia y conservadora (rubio, rasurado y de pelo corto) para adoptar una imagen rebelde y salvaje (barba y cabello largo), mucho más cercana a la de un motociclista de los años sesenta, que a la de un superhéroe amigo de los niños.
Y esta imagen es la que se explota en la película de Aquaman dirigida por James Wan y que hace parte del malogrado universo cinematográfico interconectado de DC, el cual no ha podido equiparar la calidad de las películas de Marvel.
Aquí, Aquaman es encarnado por el actor hawaiano Jason Momoa, quien ya antes había interpretado al Conan el Bárbaro en una desastrosa actualización (Momoa ya había sido presentado como el superhéroe de los mares en Batman vs. Superman: el origen de la justicia y en la versión fílmica de La liga de la justicia). Esta es su historia en solitario, la cual no cuenta con la presencia de ningún otro personaje perteneciente a otra película de DC, y que nos hace pensar en el intento de los productores por dejar atrás de forma gradual, la idea de una interconexión entre películas, lo cual es lo único realmente interesante de estas nuevas cintas de superhéroes.
El resultado es un recuento respetuoso de los orígenes del personaje (los guionistas lograron confeccionar una historia más o menos coherente a partir de las múltiples contradicciones y absurdos que produjeron en los cómics debido a sus múltiples reediciones), pero que se contamina debido a unas actuaciones acartonadas, un exceso de efectos especiales no muy convincentes (los rostros rejuvenecidos son de lo peor) y un Aquaman que evoca al Patrick Swayze de la película El duro. El Aquaman de Momoa se siente como un intento de imitación al Thor de Marvel y se aleja mucho del personaje psicológicamente complejo, trágico y de transformaciones radicales internas y externas, como se ha venido presentando en los cómics.
Este Aquaman es más ligero y menos solemne que El hombre de la Atlántida (la popular serie de televisión protagonizada por otro superhéroe acuático) y evidencia cómo la falta de cuidado, elegancia, sofisticación, profundidad y humanidad puede llevar a que los superhéroes en el cine tengan los días contados.
La película de Aquaman cuenta con Ocean Master (Patrick Wilson) y Black Manta (Yahya Abdul-Mateen II), unos villanos que aquí se sienten débiles y subexplotados (sus motivaciones, las cuales son material de Shakespeare, se abordan en esta cinta de una manera superficial y caricaturesca). El romance entre el vigilante del faro Tom Curry (Temuera Morrison) y la reina Atlanna (Nicole Kidman), quienes van a convertirse en los padres de Aquaman, carece de credibilidad y de sensibilidad. Y del mismo modo, la relación entre Aquaman y Mera se afecta por la falta de química y de fuerza actoral por parte de Momoa y de Amber Heard. Aquí, todos los actores (incluyendo a Willem Dafoe y a Dolph Lundgren) se sienten tensos, como si estuvieran recitando los diálogos, más que sentirlos en carne propia. Las secuencias de acción no logran impactar y el mensaje ecológico es obvio y forzado, del mismo modo que los flojos intentos por darle algunos toques de humor a la cinta.
Ver a un personaje icónico como Aquaman por fin en la pantalla grande, es algo que los fanáticos de los cómics agradecerán mucho. Pero Marvel ya nos acostumbró a productos del calibre de Captain America: Civil War, Black Panther o Avengers: Infinity War, que no solo son buenas películas de superhéroes, sino que también son obras de calidad y de un gran mérito artístico, sin importar su género. Ante ellas, Aquaman, pese a ser una cinta entretenida, se siente leve, artificial, infantil y carente de alma.