Los asesinatos, mutilaciones y desmembramientos de la película de Von Trier constituyen la capa superficial que encubre un relato brutal sobre la falta de sensibilidad del hombre contemporáneo.
Primero que todo, una advertencia. Si usted no tiene el estómago para aguantar escenas explícitas de estrangulamientos, mutilaciones, puñaladas, golpes y demás, la última película del director danés Lars Von Trier, no es definitivamente para usted.
La casa de Jack marca el regreso del actor Matt Dillon a la pantalla grande, interpretando a un asesino en serie al cual el espectador sigue en sus correrías (aquí llamados “incidentes”), del mismo modo que James McNaughton lo hizo en su aterradora cinta Henry: Portrait of a Serial Killer. Sin embargo, la película de McNaughton que fue filmada en 1986 y que no fuera estrenada sino hasta 1990 por sus escenas de ultraviolencia, es tímida al compararse con el derrame de sangre y órganos orquestado por la película de Von Trier.
La cinta cuenta con un diálogo con voz en off establecido entre Jack, el asesino y Verge (interpretado por el fallecido Bruno Ganz), quien aquí hace el papel de una cínica conciencia moral. Gracias a la confesión de Jack a Verge de sus cinco “incidentes” más brutales, el espectador se dará cuenta de que este psicópata es una persona inteligente y astuta que entra en furiosos arranques de ira cuando los demás lo obligan a tratar de sentir algo de empatía. Jack elige sus víctimas al azar, en su mayoría mujeres, y gusta de guardar los cadáveres en un congelador abandonado, luego de utilizarlos para tomar fotos en una especie de ritual tanático. ¿Estamos ante una película autobiográfica acerca de un director emocionalmente perturbado que gusta de controlar y torturar a sus actores/víctimas?
Como lo hizo Michael Haneke con sus dos versiones de Funny Games o Pier Paolo Pasolini con Saló: O los 120 días de Sodoma, Von Trier ha creado una obra brutal que se encuentra en los límites de ser una película que explota la violencia (algo que también puede adjudicársele a Nymphomaniac con respecto al sexo, el otro jinete del apocalípsis), y una disección sin concesiones acerca de la falta de sensibilidad de las sociedades contemporáneas, en donde el aburrimiento, la apatía, el letargo, la inercia, la soledad y la muerte son las únicas constantes.
Ante las acusaciones de misoginia de las que puede ser víctima La casa de Jack, Von Trier se adelanta con un comentario autocrítico que se emite por boca de Verge (“aquí hay algo que me molesta y es el comportamiento estúpido de todas las mujeres de tu relato, Jack”). Y ante el exceso de realismo de su cinta (una cámara en mano que registra con detalle las ejecuciones y mutilaciones que incluyen no solo a mujeres sino a niños y animales), Von Trier lo sustituye en su último acto a una especie de recreación de “La divina comedia”, en la que Verge se convierte en Virgilio, guiando a Jack hacia el infierno.
Esta es quizás una de las películas más personales de Von Trier, la cual evidencia todo su pesimismo, misantropía y rabia contra el sexo femenino. El director nos invita a sumergirnos en el lado más oscuro de su psique sin importar lo que piensen de él. Si el espectador logra superar el infierno desatado por las escenas de violencia explícita, podrá encontrar en La casa de Jack una película compleja en la que vamos a sentir empatía por un sujeto narciso y nihilista que no logra sentir empatía por nada ni por nadie.