Diez años después de su obra maestra El secreto de sus ojos, el director Juan José Campanella realiza el remake de un clásico de culto del cine argentino y que habla sobre la astucia y la sabiduría lograda con las canas.
Dirección: Juan José Campanella
Graciela Borges, Óscar Martínez, Marcos Mundstock, Nicolás Francella, Clara Lago, Luis Brandoni
Juan José Campanella es uno de los mejores directores del cine argentino actual. Formado en la televisión (ha dirigido capítulos para las series La ley el orden, 30 Rock y Doctor House), Campanella es el autor de la magnífica El secreto de sus ojos, una de las dos películas argentinas ganadoras del Óscar (la otra fue La historia oficial de Luis Puenzo), y es en gran parte responsable de la carrera del gran actor Ricardo Darín (El hijo de la novia, Luna de Avellaneda).
Luego de una incursión en el cine de animación con la comedia sobre fútbol llamada Metegol, Campanella regresa a la pantalla grande seis años después con un delicioso remake lleno de humor negro de la cinta de 1976 Los muchachos de antes no usaban arsénico de José Martínez Suárez, que a su vez le rinde homenaje tanto al cine clásico argentino como a la inmortal película de 1950 Sunset Boulevard, de Billy Wilder. Su título es El cuento de las comadrejas.
La cinta de Campanella es protagonizada por Graciela Borges, una de las leyendas del cine argentino quien, al iniciar su carrera a los 14 años, su padre le prohibió utilizar el apellido de la familia, por lo que Graciela Zabala se apropió del apellido del escritor Jorge Luis Borges con el consentimiento de este.
Aquí, la Borges interpreta a Mara Ordaz, una actriz muy popular en el pasado (supuestamente la única argentina en obtener el Oscar), pero que ahora está prácticamente olvidada, viviendo en una mansión plagada de ratas y comadrejas y sumida en los recuerdos del ayer (un personaje muy similar a la decadente Norma Desmond, que la diva del cine mudo Gloria Swanson encarnó en la película de Wilder).
Mara Ordaz vive junto a su marido, el también actor Pedro De Córdova (interpretado por la otra leyenda argentina Luis Brandoni). De Córdova fue un actor que nunca logró la fama alcanzada por su amada esposa y que se convirtió en un pintor mediocre al quedar confinado en una silla de ruedas luego de un trágico accidente. En la inmensa mansión también viven el director de cine Norberto Imbert (Óscar Martínez, el protagonista de la maravillosa El ciudadano ilustre), el hombre que convirtió en leyenda a la Ordaz y que convive con el guionista Martín Saravia (Marcos Mundstock, el maestro de ceremonias del grupo cómico Les Luthiers), dos hombres cínicos y llenos de bilis que mantienen una relación de amor y odio con la actriz, pero de una fuerte amistad con el actor paralítico.
Como el personaje de Imbert lo menciona, la vida de los cuatro es muy aburrida y para que se convierta en material digno para una película, se necesita la irrupción de un villano. Acto seguido, aparece no uno, sino dos, interpretados por Nicolás Francella (el hijo del reconocido actor Guillermo Francella) y por la española Clara Lago (Ocho apellidos catalanes), quienes encarnan a Francisco Gourmand y a Bárbara Otamendi, una pareja joven, bella, codiciosa y adinerada, hija de la “Era Trump”, que finge ser admiradora de Ordaz, pero que en realidad oculta unas oscuras y ambiciosas intenciones.
Lo que sigue es una serie de revelaciones y vuelcos sorpresivos que es mejor no revelar, pero que tiene que ver con unos jóvenes irrespetuosos con el pasado, que cometen el error de subvalorar la astucia y la sabiduría de los ancianos.
Algunos criticarán las interpretaciones histriónicas, las situaciones oportunas y la trama enrevesada de El cuento de las comadrejas. Pero lo cierto es que Campanella quiso hacer una película de cine que se siente “como película de cine”, siguiendo el estilo de Alfred Hitchcock, el maestro del suspenso y del humor negro; y donde el cine del ayer, representado por los cuatro ancianos, se enfrenta al cinismo y la superficialidad del cine actual, representado por esos dos jóvenes que denigran y se burlan del pasado.
Los espectadores más contemporáneos posiblemente se indignarán ante el destino final de Francisco y Bárbara (así como muchos de ellos se ofenden cuando los adultos resaltan los vicios de su generación). Los espectadores más veteranos gozarán con los innumerables referentes al séptimo arte del pasado y aplaudirán ante la brutal venganza de los ancianos.