Un ballet de puñaladas, hachazos, puños y patadas, protagonizado por una joven y bella princesa que no quiere casarse con su despreciable príncipe azul.
Director: Le-Van Kiet
Joey King, Dominic Cooper, Olga Kurylenko, Veronica Ngo
La deconstrucción de los cuentos de hadas tiene su punto más alto en El rapto de la princesa, la magnífica película de Rob Reiner, adaptación del estupendo libro de William Goldman. Ahora, el director vietnamita Le-van Kiet, autor del espectáculo de artes marciales Furie, retoma la premisa de Goldman y Reiner, y la fusiona con las premisas de John Wick, Juego de tronos y The Raid. El resultado es un ballet de sangre en el que una joven princesa medieval deja de ser un personaje pasivo para tomar las riendas de su vida.
La princesa en cuestión es encarnada por Joey King, la protagonista de la azucarada trilogía romántica juvenil para Netflix conocida como The Kissing Booth. La actriz, quien antes había coqueteado con el género del terror (El conjuro, Slenderman), ahora se inclina hacia la acción y el resultado no podía haber sido mejor (muy pronto la veremos interpretando a “El Príncipe”, en otro ballet de sangre llamado Tren bala, en compañía de Brad Pitt y Sandra Bullock).
El guion de Ben Lustig y Jake Thornton gira en torno a una situación arquetípica de las historias sobre princesas. La joven doncella en cuestión es la mayor de las dos hijas del rey (Ed Stoppard) y la reina (Alex Reid). Por lo tanto, en este reino de monarcas sin nombre no hay un heredero masculino al trono. Esto lleva a que el rey entregue en matrimonio a la princesa con Julius (Dominic Cooper), un príncipe en apariencia noble y de buena familia. Cuando la princesa se rehúsa a casarse con Julius, el príncipe muestra su verdadera cara y estalla en ira, adueñándose del castillo de forma violenta, secuestrando a la familia real y raptando a la princesa para obligarla a cumplir con su deber.
Lo que sigue es lo siguiente. La joven se libera y durante hora y media la vamos a ver peleando en cada uno de los lugares del castillo contra hombres fuertes y despiadados, para poder así liberar a su familia y cobrar venganza (King hace el 90% de sus impresionantes secuencias de acción sin recurrir a dobles).
Por medio de flashbacks se nos cuenta que la princesa ha sido entrenada desde niña por Linh (Veronica Ngo), la hija de Khai (Kristofer Kamiyasu), la mano derecha del rey, para convertirse en toda una guerrera. Sus enemigos más poderosos y traicioneros y con los que deberá enfrentarse al final (como si se tratase de los “jefes” de un videojuego), son Moira (Olga Kurylenko), la malvada secuaz y amante de Julius y, por supuesto, el perverso y ególatra “príncipe azul”.
¡Al diablo con los problemas de lógica que abundan en la película y con el diálogo ridículo e innecesario! Lo que de verdad hace que La princesa valga la pena, es ver a esta joven empoderada y luchadora, dándole su merecido de la manera más sangrienta posible, a todos esos machos testosterónicos que la subvaloran. El cine necesita de más princesas como ella y menos Blancanieves ingenuas, Cenicientas obedientes y Bellas durmientes pasivas.
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