La segunda parte de Avatar demuestra que los efectos especiales, por más impresionantes que sean, deben estar acompañados de una buena historia.
Director: James Cameron
Sam Worthington, Zoe Saldana, Stephen Lang, Kate Winslet
La obsesión por el agua de James Cameron no se inició con El secreto del abismo o con Titanic. Tampoco con sus impresionantes documentales sobre los misterios del mundo submarino como El Bismarck, Fantasmas del abismo o Criaturas del abismo. Todo comenzó con Piraña II: Los vampiros del mar, la terrible secuela del clásico del explotation dirigido por Joe Dante.
Esa cinta de 1981 con efectos especiales baratos y pésimas actuaciones, dista muchísimo de Terminator, la obra maestra del ciberpunk que sería elogiada por el gran Andréi Tarkovsky. La secuela de esta cinta sería mucho más grande en presupuesto y efectos especiales, pero no llegaría a ser tan imponente como su predecesora y la saga se arruinaría con una serie de entregas insulsas y horripilantes, asumidas por otros directores. Por otra parte, Aliens, la secuela del clásico de la ciencia ficción dirigido por Ridley Scott, se alejaría del horror para enfocarse en la acción, y el resultado sería tremendamente efectivo.
Sin embargo, Cameron, un amante del aspecto tecnológico del cine, sucumbió al igual que su colega George Lucas, al deseo de impresionar a sus espectadores con Titanic y Avatar. Estas dos películas se convirtieron en las más caras de la historia y serían unos productos sobrecargados de efectos especiales, pero carentes del calor y la emoción de sus primeros trabajos. De todas maneras, la recreación del hundimiento del trasatlántico y el relato sobre unos seres azules atormentados por unos humanos invasores, resultarían siendo las películas más taquilleras de todos los tiempos.
La secuela de Avatar le tomó a James Cameron más de trece años. En el proceso, los estudios 20th Century Fox fueron comprados por Disney y por fin, bajo el auspicio de la casa del ratón, su película sale a la luz. No solo eso. Cameron ha prometido tres entregas más, programadas para los años 2024, 2026 y 2028, respectivamente, y con un costo colectivo de más de un billón de dólares. Atrás quedó el director de cintas de bajo presupuesto como Piraña II y la primera parte de Terminator.
Si Cartman, el personaje de la serie animada South Park, se refirió a Avatar como “Danza con pitufos” (haciendo alusión al Western revisionista de Kevin Costner y a las criaturas azules creadas por el belga Peyo), Avatar: El camino del agua, bien puede asumirse como “Los Snorkerls: Rápidos y Furiosos”.
El nuevo trabajo de Cameron costó más de trescientos cincuenta millones de dólares y es toda una despampanante golosina visual, llena de brillo y colorido. Más que una película, la secuela de Avatar se siente como una introducción de más de tres horas de un videojuego de última generación, sin la experiencia interactiva que, en últimas, diferencia a un videojuego de una película de cine.
El problema con El camino del agua radica en que es un paquete bello pero vacío. Atrás quedó la historia que exploraba temas como la empatía, el colonialismo y el racismo. Asimismo, el clásico “viaje del héroe” que de una manera experta desarrolló Cameron en su “Danza con Pitufos”, ahora es reemplazado con una colcha de retazos más grande, más larga y sin cortes (nótese la referencia cínica a la película de South Park), la cual presenta numerosos problemas de lógica, que se ocultan tras un derroche de efectos visuales y una exaltación a la importancia de la “familia”, del mismo modo como Toretto la ha hecho de una manera recalcitrante y sin muchos argumentos, en las nueve partes de la saga de Rápido y furioso.
Las imágenes en 3D de El camino del agua llegan a ser altamente inmersivas, pero, paradójicamente, las miradas vacías de los personajes y los movimientos hiperrealistas no dejan que nos involucremos con lo que sucede en la pantalla. Al igual que con El Hobbit, los cinéfilos preferirán una versión en 2D que se sienta más humana y no el producto de una máquina (nótese la referencia cínica a Terminator).
Esto nos lleva al guion, que bien parece el producto de un algoritmo y que combina de una manera indiscriminada los grandes éxitos de Cameron con cintas como Liberen a Willy, FernGully y Aquaman (nótese la referencia cínica a la serie Entourage), por no mencionar de nuevo a Rápido y Furioso. En un primer acto, Sully (Sam Worthington convertido en un Michael Biehn modelo T-3000), vive con su pareja Neytiri (Zoe Saldana más sobreactuada que nunca) y con una “familia” conformada por Kiri (Sigourney Weaver irreconocible), la hija con poderes místicos; Neteyam (Jamie Flatters), el hijo mayor y el favorito de su padre; Lo’ak (Britain Dalton), el chico rebelde; y Tuk (Trinity Bliss), la niña tierna del clan. Junto con ellos encontramos a Spider (Jack Champion), un vástago humano hijo del malvado Quaritch, adoptado por los Na’vi y con la apariencia de Anakin Skywalker combinado con el protagonista de la olvidada serie Patota y el joven salvaje.
El coronel Quaritch (Stephen Lang muy lejos de la amenaza que encarnó en No respires) y su grupo de Marines (similares al grupo de Aliens), se han convertido en Na’vi y han conseguido el apoyo de la general Frances Ardmore (una desperdiciada Eddie Falco) para regresar a Pandora y cumplir con la misión de cazar y eliminar al renegado Sully, a quien Quaritch odia más que Gargamel a los Pitufos.
Atrás quedó el Unobtanium, la sustancia que los humanos extraen de Pandora como fuente de energía, la cual no se llega a mencionar (probablemente la historia quedaba muy parecida a las premisas de Pantera negra y su vibranium o a Mundo extraño y su pando). ¡Esta vez la cosa es personal!
Sully, al enterarse que Quaritch y su escuadrón vienen por él, decide abandonar su tribu y migrar con su familia a las playas donde habita el clan Metkayina. Este grupo de “snorkels” de color aguamarina y constitución diferente, es liderado por Tonowari (Cliff Curtis) y su esposa Ronal (Kate Winslet), y se parece a una comuna de surfistas hippies que vive en armonía con el mar. Los Metkayina han establecido un fuerte vínculo con una especie de “ballenas” mucho más inteligentes y sensibles que nosotros, los míseros humanos. Estos humanos son representados por un malvado cazador (Brendan Cowell) y un mezquino biólogo marino (Jemaine Clement), que asesinan a las “ballenas” para extraer de ellas una misteriosa sustancia que impide el envejecimiento.
Cualquiera que haya visto más de diez películas en su vida se adelantará a lo que viene. Los humanos van a interrumpir el modo de vida de los Metkayina, quienes tendrán que defenderse; Lo’ak, el chico rebelde, entablará una gran amistad con una ballena renegada; Spider cuestionará su lealtad; los poderes místicos de Kiri serán de gran ayuda al final; Sully y Quaritch se enfrentarán mano a mano como si se tratara de Arnold Schwarzenegger y Bill Paxton en Mentiras verdaderas; y uno de los miembros de la familia morirá trágicamente en medio de una hecatombe marítima muy parecida a la de Titanic. En El camino del agua, el concepto de spoiler no aplica.
La película de Cameron impresiona por sus imágenes en 3D, pero los personajes, con unos diálogos extraídos de series animadas de Hanna-Barbera, carecen de toda dimensión. Las escenas de acción y las persecuciones no poseen la visceralidad obtenida por Cameron en sus dos Terminator y en Aliens. Pero eso sí, la cursilería empalagosa de Titanic, junto con la edulcorada música de James Horner (y The Weekend reemplazando a Celine Dion), está más que presente.
Pero no hay por qué temer. Todos quieren ver esta nueva película y el resultado va a ser otro mega-éxito de taquilla. Martin Scorsese debería dejar de atacar a las películas de Marvel y enfocar su mirada en este costoso parque de diversiones virtual con pretensiones de película de cine.
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