Conozcan a Zoe Lucas, una Robinson Crusoe defensora del medio ambiente y acumuladora funcional.
Directora: Jacquelyn Mills
Zoe Lucas es una naturalista e investigadora que se ha dedicado al estudio de la vida en la Isla Sable, una remota región situada en el Atlántico Norte, a unos 160 kilómetros de la costa principal de Nueva Escocia, Canadá.
Allí, esta mujer solitaria y obsesiva se dedica a catalogar y estudiar meticulosamente la vida silvestre en la isla que incluye caballos, focas, aves e insectos, entre otros. Además, su trabajo también ha abordado cuestiones relacionadas con la ecología y la conservación en esta área única y aislada. Isla Sable es un entorno único y frágil, y la labor de Lucas ha sido esencial para comprender y preservar su biodiversidad. Su trabajo proporciona información valiosa sobre los ecosistemas de la isla y cómo pueden protegerse en el futuro. Es por esto por lo que a Lucas bien podríamos llamarla una acumuladora funcional.
Por otra parte, Jacquelyn Mills es una autora que hace parte del cine independiente canadiense (léase cine experimental), que ha trabajado en una variedad de proyectos cinematográficos, incluyendo el documental In The Waves (2017), acerca de otra mujer solitaria que vive en un lugar remoto llamada Joan Mills; y los cortometrajes For Wendy (2008) y Leaves (2013). Ahora, como si se tratara de Warhol y Basquiat, estas dos mujeres excéntricas y atípicas generan una verdadera colaboración artística.
Ganadora del premio más importante del Festival Planet in Focus, Geografías de la soledad es un documental experimental que fusiona el discurso ecológico y el retrato biográfico en conjunto con una exploración sonora y visual que busca transformar y expandir los aspectos formales del cine. Aquí, Lucas es la única protagonista, y Mills, que actúa como un insecto en la pared, además de ser la directora de este documental, es la fotógrafa, sonidista y editora.
La película, filmada en rollo granulado de 16mm, nos sorprende con unas secuencias de intervención en el celuloide, que nos recuerdan el trabajo del vanguardista Stan Brakhage. Aquí, veremos no sólo el rollo expuesto a la luz de las estrellas y revelado entre algas marinas o boñiga de caballo, sino que también escucharemos una música arrulladora e hipnótica generada por el escarabajo Calosoma de la isla, con la asistencia de electrodos que traducen su desplazamiento en sonido.
Zoe Lucas llegó por primera vez a la Isla Sable en 1971 y ha dedicado décadas a explorar minuciosamente la vida en este lugar, desde sus caballos hasta sus focas, aves e insectos, recopilando e inventariando en cientos de cuadros en Excel y coleccionando sus estructuras óseas, exoesqueletos y hasta sus placentas. A través de su voz en off, nos sumergimos en la búsqueda de especies pasadas por alto en este entorno único. Además, gracias a la ubicación de la isla, Lucas puede contribuir al seguimiento de la contaminación causada por el ser humano en el Atlántico Noroeste. En un momento de la cinta, ella nos revela que se puede determinar la época del año, según los tipos de globos que llegan a la costa.
Lucas es una especie de Robinson Crusoe ecológica (es la única habitante humana de la isla) que introduce a Mills (quien podría pensarse como el equivalente al personaje de Viernes aunque la ecuación bien podría invertirse) en los ciclos de vida que definen a Isla Sable. Ella le muestra (y a nosotros) cómo el esqueleto de un caballo sirve como alimento para una comunidad de insectos y cómo la basura acumulada puede dar inicio al crecimiento de dunas.
Una de las escenas más reveladoras de Geografías de la soledad es producto de imágenes de archivo y nos muestra a Jacques Cousteau visitando a Zoe. El investigador de la vida submarina, con algo de reserva (o temor) le dice a esta mujer neuro divergente que se debe amar mucho la isla como para asumir semejante compromiso personal. Es una lástima que no se profundice el aspecto psicológico (o psiquiátrico) de esta mujer ermitaña de comportamientos obsesivos compulsivos y autistas, pero de gran inteligencia y con una gran capacidad de reflexión.
Al final, la pregunta que queda es la siguiente: ¿Quiénes estamos más locos? ¿Aquellos que decidimos vivir en una terrible cárcel de cemento y concreto, deprimidos y destinados a la autodestrucción? ¿O aquellos que deciden vivir en contacto directo con la naturaleza en completa libertad y felicidad y que deciden dejar un acervo de valioso conocimiento para las nuevas generaciones? Tal vez la apuesta debe estar dirigida hacia los segundos. Es tan solo que los primeros no lo queremos admitir.
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