El hijo bastardo de Se7en vuelve a las andadas en una cinta incoherente, poco aterradora, carente de imaginación y de moral cuestionable.
Director: Kevin Greutert
Tobin Bell, Shawnee Smith, Synnøve Macody Lund
El slasher y el torture porn son dos subgéneros del cine de terror que comparten ciertas similitudes, pero también poseen diferencias notables. El slasher se centra en asesinatos brutales y sangrientos, generalmente llevados a cabo por un asesino en serie o un psicópata. Estas películas suelen mostrar los asesinatos de una manera gráfica y ultraviolenta (lo que se conoce como gore), pero el acto de matar no llega a ser el único punto de la trama. El torture porn, se centra en mostrar las mismas escenas gráficas de tortura y violencia extrema, pero se apela mucho más al sadismo de su público, enfatizando en el sufrimiento humano, la mutilación y tortura física y psicológica.
El slasher tiende a incorporar elementos de misterio y suspenso, ya que los personajes suelen ser acosados por un asesino desconocido cuya identidad se revela gradualmente a lo largo de la película. A menudo, las películas de torture porn tienen tramas mínimas o simplistas, y, como se mencionaba anteriormente, el sufrimiento de los personajes es el punto focal. En otras palabras, la historia sirve principalmente, como una excusa para mostrar actos extremos de violencia.
En las películas de slasher, la motivación del asesino puede variar, pero a menudo hay una conexión con un trauma del pasado, una venganza o una especie de psicosis. En lugar de centrarse en la motivación del asesino, las películas de torture porn buscan crear horror a través de la crueldad y el sufrimiento infligido a los personajes.
El slasher generalmente presenta a la final girl que sobrevive al final, y otros personajes estereotipados que son típicos como el promiscuo, el tímido y el bromista. El torture porn, por su parte, tiende a tener menos elementos de misterio y suspenso y los personajes estereotipados se vuelven carne de cañón para el asesino, debido al enfoque en el en el horror visual y visceral.
La saga de Saw, definitivamente, se ajusta como un guante a la categoría del torture porn, ya que se centra en la tortura y la violencia extrema como medio para causar fascinación (por no decir excitación) en su público. Más allá de los problemas morales que suscita, los cuales son muchos (como la glorificación de la violencia, la celebración del sadismo y la venganza brutal y desmedida), la pregunta aquí es si la décima parte de Saw llega a causar horror en su público, como sí lo hizo la primera parte (la mejor de todas) o las cintas de torture porn como Hostal, Mártires, Secuestrados, Alta tensión o Funny Games (sin discusión, la obra maestra del género). La respuesta es un NO contundente.
Si existe una décima parte de Saw, es porque para bien o para mal, hay un público al que le fascinan sus películas y se siente atraído por sus asesinatos escenificados, en los que las víctimas son encerradas en trampas herederas de las torturas medievales y se les da una elección, la cual es automutilarse para salvar su vida o tener una muerte cruel e inhumana. Al parecer, a ese mismo público le encanta la trama retorcida e incoherente, heredera de los Giallo de Mario Bava y Dario Argento (y, por qué no decirlo, de Scooby-Doo) Y cuando se le cuestiona por la glorificación del sadismo y la violencia, los fanáticos de Saw se defienden argumentando que las acciones de las víctimas son más que suficientes para justificar los juegos sádicos a los que son sometidos. Hmm…
La verdad sea dicha, Saw X, como las ocho películas anteriores (dejemos a la original por fuera), son basura poco disfrutable. La décima película de Saw, una especie de intercuela entre la primera y segunda parte, “resucita” al personaje de John Kramer (efectivamente encarnado por Tobin Bell), y debería cumplir con las expectativas de sus fanáticos: Las trampas deberían ser lo más repugnantes posibles; la trama debería llegar a los extremos de las tragedias griegas o las telenovelas latinoamericanas o japonesas, y las víctimas deberían ser tan perversas y tan malvadas (piensen en los asesinos de Harry el Sucio o Se7en o en los tratantes de niños de Sonido de libertad), para justificar semejantes torturas hiper violentas.
Desde la segunda parte de Saw, cualquier atisbo de ingenio y coherencia ya había sido expurgada y, pese a que la parte 9 (con Chris Rock y Max Minghella como protagonistas), trató de darle algo de dignidad, elegancia y trabajo detectivesco a la sangrienta franquicia, la nueva entrega deja todo eso atrás y regresa a la misma basura asquerosa, repetitiva y sin ingenio que, según parece, es la razón por la cual el público la adora. Probablemente sea el mismo que defiende a Rápido y furioso X o Megalodón 2. En el cine hay basura disfrutable y hay auténtica basura. Saw X hace parte del segundo grupo.
La primera película de Saw, estrenada en 2004 y escrita por un joven James Wan (quien también la dirigió) y Leigh Whannell (coguionista con Wan), pese a que es, en últimas, la hija bastarda de Se7en, fue un trabajo arriesgado y provocador que, junto con Hostal de Eli Roth, dio origen al torture porn, género que nace en el mismo momento histórico en el que se denunciaban los abusos cometidos a los detenidos militares en la guerra contra el terrorismo estadounidense. No es una mera casualidad. El cine es hijo de su tiempo.
John Kramer, alias Jigsaw (Tobin Bell), es un asesino en serie que padece cáncer cerebral y que guarda relación con Leatherface, Michael Myers, Jason Voorhees, Freddy Krueger o Ghostface, los protagonistas de sus correspondientes slashers (Masacre en Texas, Halloween, Viernes 13, Pesadilla sin fin, Scream). Tal vez por su ausencia, el público rechazó Saw 9 (como sucedió con Halloween III o Viernes 13 V ) y eso llevó a su regreso.
A diferencia de los silenciosos Leatherface, Jason, Michael y Ghostface, Jigsaw habla como Freddy, pero hace muy pocos chistes. Y de acuerdo con su lógica arbitraria y ambigua, si una persona te roba o estafa, su castigo debe ser peor que la muerte (adiós ojos, adiós brazos, adiós piernas y luego adiós), siguiendo la lógica del jefe de un cartel de drogas, de un paramilitar o de un dictador. Es por eso por lo que Kramer goza de secuestrar a los malhechores y colocarlos en sus elaboradas trampas a las que les dedica placer, tiempo y esfuerzo. Los vigilantes callejeros como Harry el sucio o El vengador anónimo, jamás se atreverían a tanto a la hora de cumplir con su misión de hacer limpieza social.
Sin embargo, parece que hay residuos de bondad en el psicópata (que probablemente usaba artilugios para torturar animales de niño), ya que como si se tratara de un life couch del infierno, los que logran escapar obtienen una nueva oportunidad de rehacer sus vidas, aunque carentes de un órgano o de una extremidad para cumplir con su rehabilitación.
La décima parte (que en realidad sería más bien Saw 1 ½), nos muestra a Kramer enfermo de cáncer buscando un tratamiento experimental en México que (¡adivinen!) resulta ser una elaborada estafa para robarle el dinero a los pobres enfermos como Jigsaw. Kevin Greutert (director de la sexta y séptima parte de Saw), y Josh Stolberg y Pete Goldfinger, (guionistas de la octava parte), nos cuentan paso a paso la traición que sufre John, para que se justifique lo que este sádico de apariencia apacible va a hacer con los estafadores. Pero la verdad es que tanta tortura es sumamente perversa e injustificable. Eso sí, la comparación con Sonido de libertad sí se justifica, porque esta cinta nos muestra a Hispanoamérica (en la cinta protagonizada por Caviezel es Colombia, aquí es México), como un lugar inhumano y cruel donde la vida no vale nada y que necesitan de un blanco anglosajón para que nos enseñe una lección.
Menos mal que en Saw X, la peor del grupo de criminales es una mujer rubia y blanca y no una reina de belleza negra como en Sonido de libertad. Estamos hablando de la Doctora Cecilia Pederson (Synnove Macody Lund), tan psicópata o más que el propio Kramer. Para la muestra un ejemplo: ella no tiene ningún reparo en utilizar los intestinos de una de sus colegas y utilizarlo como cuerda para alcanzar un teléfono. Los que consideren esto como algo retorcidamente original, les recomiendo echar un vistazo a la estupenda película Machete de Robert Rodríguez. Es por eso por lo que, para poder lidiar con esta mujer, Jigsaw acude a Amanda (Shawnee Smith), discípula del asesino y personaje recurrente de la saga.
No les hagan caso a los porcentajes de Rotten Tomatoes o a los comentarios amables de los críticos. Esta décima parte es incoherente al máximo, para nada creativa, muy poco aterradora y nihilista en extremo. Su edición hipercinética a la hora de mostrar las torturas está pasada de moda, las ejecuciones carecen de imaginación y su moralidad es tremendamente cuestionable. Necesitamos urgentemente que Leatherface, Michael, Freddy y Ghostface se encarguen de este asesino en serie hijo de los reality shows de pacotilla, bajo los cargos de apropiación cultural y pésimo uso de la violencia.
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