El editor de Triángulo de la tristeza nos presenta el retrato de un músico de “rock gentil” que también está triste.
Director: Mikel Cee Karlsson
Para quienes no lo sepan (probablemente aquellos cuyos gustos musicales se anclaron en el siglo pasado), José González es un cantante, compositor y guitarrista sueco de ascendencia argentina, conocido por una mezcla de folk, música protesta cubana e indie rock (lo que en la serie Portlandia alguna vez se definió como “rock gentil”). Piensen en una amalgama entre Cat Stevens, Donovan, Silvio Rodríguez, Bon Iver, Jack Johnson y John Mayer y se harán una idea. Además de su carrera en solitario, José González es miembro de la banda Junip, formada en 1998, en la que colabora con Tobias Winterkorn y Elias Araya.
González se dio a conocer en la escena musical internacional con un álbum debut introspectivo, melancólico, evocador (y gentil) llamado Veneer (2003) que incluye una de sus canciones más conocidas, Heartbeats, una versión de la canción original de la agrupación The Knife. La interpretación única de González, caracterizada por su voz suave y melódica, junto con su habilidad en la guitarra fingerstyle, atrajo la atención de los los realizadores de comerciales y series de televisión (Sí, González es el autor de “esa canción que escuché en una serie y que no sé cómo se llama”). Sus canciones han aparecido en Brothers & Sisters, One Tree Hill, Bone, Stargate Universe, Scrubs, y muchas más, de ahí (y de su afición por los covers) esa sensación de Déjà-Vú cuando se escucha.
Mikel Cee Karlsson, director de varios videos para Junip y el editor de Triángulo de la tristeza, esa insoportable cinta pretenciosa ganadora de la Palma de Oro de Cannes y que se vendió como algo original para aquellos que no ven películas del siglo pasado (como El Cristiano Mágico), es el encargado de vender A Tiger In Paradise, un retrato íntimo de un artista mentalmente perturbado, para un público que desconoce a los estupendos The Devil And Daniel Johnston (2005) o Buscando a Sugar Man (2012).
Con un estilo que se asemeja a El mundo es un poco borroso (esa especie de película casera de Billie Eilish dirigida a los superfans), efectos especiales intrusivos que parecen generados por IA y un comercial escandinavo sobre ropa y muebles para hipsters, vamos a conocer la “intimidad” de González mientras lee, camina, hace ejercicio y juega con Laura, su pequeña hija, de una manera “espontánea y natural” (¡Ajá!). En algunos momentos veremos a su pareja Hannele Fernström, ilustradora y diseñadora, descansando, leyendo y revelándose embarazada, pero ella aquí es más silenciosa que Catalina Sandino en la última película de John Woo.
A quien escucharemos durante la hora y 18 minutos que dura el documental (gracias a Dios es corto) es a González reflexionando sobre su frágil salud mental (¿esquizofrenia?), sus sentimientos sobre la vida familiar, sus ansiedades sobre el futuro del mundo y su miedo a morir. Hay momentos en los que este intérprete del “Rock gentil” toca sus canciones con ganas, como si hubiera desayunado carne con grasa, pero en otros momentos su música se siente como papel tapiz de restaurante macrobiótico.
Cee Karlsson crea tomas panorámicas (“la vida del campo”) y lentos desplazamientos de cámara (“las reflexiones convertidas en arte”), personas moviéndose en cámara lenta (“el absurdo de la existencia humana”) y animaciones que nos recuerdan que González estudió bioquímica antes de dedicarse a la música (“el científico convertido en poeta”). ¡Ah! Y el título se debe a un tigre de CGI que le arranca la pierna a un desafortunado personaje haciendo alusión a su ateísmo y a esas imágenes absurdas sobre el paraíso terrenal que aparecen en revistas religiosas anunciando el Reino de Jehová (ya saben, el oso panda abrazando al tigre y el hombre en pantalón de dril y camisa blanca sonriendo con mirada vacía).
A Tiger In Paradise es una cinta que agrada a los ojos y a los oídos. Es maravillosa para ver con un grupo de amigos mientras nos tomamos un chai o comemos tofu o como preámbulo del remake de La vida de Walter Mitty (sí, hay una película original del siglo pasado y mucho mejor que la de Stiller). Nunca antes la relación entre la música y la enfermedad mental había sido tan bellamente retratada en streaming y en formato digital.
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