
Provocadora y brutal, Strange Darling desordena su narrativa para mostrarnos que el mundo no se divide en géneros, sino en grados de maldad.
Director: J.T. Mollner
Willa Fitzgerald, Kyle Gallner, Barbara Hershey, Ed Begley Jr.

El cine ha explorado hasta el cansancio la figura del asesino en serie, pero pocas veces con la estructura y audacia que propone Strange Darling. Dirigida por J.T. Mollner (Outlaws And Angels), la película se inscribe en la tradición de los relatos fragmentados que desafían la percepción del espectador, evocando tanto la disrupción narrativa de Vivre sa vie (1962) de Jean-Luc Godard como el montaje no lineal de Pulp Fiction (1994) de Quentin Tarantino. Aquí, el tiempo no es solo un recurso estilístico, sino una herramienta que reconfigura la tensión y obliga a cuestionar certezas morales.

Rodada en 35mm por el actor convertido en fotógrafo Giovanni Ribisi, la estética de la cinta recuerda al cine de los años 70 y 80, con su textura granulada y su puesta en escena meticulosamente calculada. Desde el primer momento, Mollner juega con las expectativas del público: la película arranca con una persecución salvaje, en la que un hombre armado (Kyle Gallner de Smile) acecha a una mujer aterrorizada (Willa Fitzgerald de la serie Scream). Todo parece indicar un clásico relato de cazador y presa. Sin embargo, la estructura narrativa comienza a desmontar esa premisa, retrocediendo en el tiempo para mostrarnos que, antes de la cacería, hubo una noche compartida entre ambos personajes.
En un giro macabro, la protagonista le pregunta a su acompañante si es un asesino en serie, justo antes de entregarse a un peligroso juego de roles sexuales. Pero, al desordenar los eventos, la película difumina el momento exacto en que la fantasía se convierte en realidad. La línea entre víctima y verdugo se vuelve ambigua, y la violencia deja de ser un simple enfrentamiento entre géneros para convertirse en una manifestación de poder, deseo y maldad.
Al igual que Vivre sa vie desmontaba la vida de su protagonista en episodios para reflexionar sobre la alienación, Strange Darling utiliza su estructura fragmentada para cuestionar el mito del asesino serial y su relación con el género. Si Pulp Fiction nos enseñó que el orden de los hechos puede alterar la forma en que interpretamos la moralidad de los personajes, Mollner lleva esa idea un paso más allá: aquí, la cronología rota no solo añade tensión, sino que obliga al espectador a reconstruir quién es realmente el monstruo en esta historia.
En su desenlace, Strange Darling deja clara su verdadera tesis: el terror no radica en la identidad del asesino, sino en la maleabilidad del mal. En un mundo donde el poder se ejerce con violencia y las reglas cambian según la circunstancia, las categorías de víctima y victimario son más difusas de lo que quisiéramos admitir.
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