Un documental que expone el lado oculto del Tren Maya, cuestionando las promesas del progreso frente a la realidad del despojo y la devastación ambiental.
Dirección: Sky Richards, Andreas Kruger Foncerrada
La edición No. 13 del Festival de Cine Verde de Barichara abrió con un documental revelador que explora las complejidades del controvertido megaproyecto del Tren Maya, capturando las voces y preocupaciones de las comunidades afectadas a lo largo de la península de Yucatán. Dirigido por Sky Richards y Andreas Kruger Foncerrada, su título tiene que ver con la ruta de tren de 1500 kilómetros que abarca Yucatán, Campeche, Quintana Roo, entre otros estados del sureste mexicano.
El Tren Maya es una de las obras del gobierno mexicano encabezado por Andrés Manuel López Obrador, con la promesa de revitalizar la economía del sureste a través de la creación de empleos, el impulso del turismo y el desarrollo de infraestructura. El proyecto busca conectar áreas clave de la península, tanto para fines turísticos como de carga, prometiendo modernización y crecimiento económico. Sin embargo, la realidad sobre el terreno es mucho más compleja.
Desde su anuncio, el Tren Maya ha sido objeto de grandes polémicas, principalmente debido a su impacto en las comunidades indígenas y en el medio ambiente. Las comunidades locales, muchas de ellas de origen maya, temen ser desplazadas o que sus tierras sean expropiadas para la construcción del tren y sus estaciones. Además, existe la preocupación de que los beneficios económicos del proyecto favorezcan a grandes inversionistas y empresas, mientras que los pueblos originarios recibirían empleos temporales y mal remunerados, perpetuando la desigualdad en la región. Asimismo, la construcción del Tren Maya atraviesa zonas de alta biodiversidad, como la Reserva de la Biósfera de Calakmul, así como redes de cenotes y ecosistemas frágiles. Se ha advertido que el desarrollo de infraestructura de gran escala, incluyendo la deforestación y la construcción sobre suelos kársticos (caracterizados por ser frágiles y con cavidades), podría generar un daño irreversible. A esto se suma el riesgo de contaminación de fuentes de agua dulce, que son vitales para la región.
Aunque el proyecto promete atraer a millones de turistas, esto también genera preocupaciones sobre la gentrificación y el aumento del costo de vida para las comunidades locales. La experiencia de otras zonas turísticas de la península, como Cancún y Tulum, sugiere que el crecimiento del turismo ha llevado a una concentración de la riqueza en manos de pocos, mientras que las comunidades indígenas y rurales permanecen en la marginación y servidumbre. A esto se le suma que el control del Tren Maya ha sido asignado a la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA), lo que ha generado preocupaciones adicionales sobre la creciente militarización del país, especialmente en zonas de alta conflictividad social y ambiental.
Lo que distingue a El tren y la península es su enfoque equilibrado, permitiendo que los testimonios de los habitantes locales guíen la narrativa. A lo largo del documental, escucharemos a estas voces hablar sobre los cambios que el tren traerá a sus comunidades: el miedo a la pérdida de sus tierras, la erosión de su cultura y la posible destrucción de sus modos de vida tradicionales. Lo más notable es cómo se logran evitar los reduccionismos habituales, optando por una exploración matizada de las diferentes formas en que el tren puede afectar la vida de las personas.
La película se filmó en tres etapas, comenzando en 2020, pocos meses después de que iniciara la construcción del tren. Los directores recorrieron la ruta del tren y conocieron a las personas que viven a lo largo de ella en un proceso de filmación que refleja la flexibilidad y el respeto por las voces locales, ya que fueron los habitantes quienes ayudaron a guiar el camino de la producción.
Visualmente, el documental es poderoso, mostrando tanto las bellezas naturales de la península como los rastros de proyectos de modernización fallidos del pasado (Richards también se hizo cargo de la fotografía). Las imágenes de estaciones de tren abandonadas y de ruinas ferroviarias antiguas funcionan como un recordatorio de las promesas incumplidas del progreso, lo que añade un nivel simbólico a la denuncia. El tren no es solo un medio de transporte en esta historia, sino un símbolo de cómo las políticas de desarrollo pueden desestabilizar regiones enteras, perpetuando la exclusión y marginación de sus pobladores originarios.
Uno de los aspectos más impactantes del documental es cómo refleja las tensiones actuales entre la conservación del medio ambiente y el impulso del turismo. Maribel Ek’am, una de las defensoras de los cenotes, destaca cómo el proyecto del tren está poniendo en riesgo estos santuarios naturales que, para los mayas, son fuentes de vida. Este tipo de testimonios refuerza la idea de que el desarrollo económico no puede seguir avanzando a costa de las comunidades locales ni de la biodiversidad de la región.
El tren y la península es una obra clave para comprender las tensiones que surgen cuando se superponen proyectos de desarrollo a gran escala y las realidades de comunidades marginadas. Con su enfoque profundamente humano, el documental invita a una reflexión sobre el futuro de la península de Yucatán, y cuestiona si el Tren Maya realmente beneficiará a quienes más lo necesitan o si perpetuará las dinámicas de explotación que han marcado la historia de la región. Este documental es una pieza que aborda uno de los temas más polémicos del México actual con sensibilidad. No solo es un recorrido por las rutas del tren, sino por las historias, miedos y esperanzas de un pueblo que sigue luchando por proteger su tierra y su identidad frente al embate del progreso.
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