
Memorias de un caracol es un relato melancólico, existencialista y humanista sobre el azar, la soledad y la conexión humana hecho en plastilina.
Director: Adam Elliot
Con las voces de Sarah Snook, Kodi Smith-McPhee, Jacki Weaver, Eric Bana

El australiano Adam Elliot es un cineasta que no tiene prisa. Su filmografía, aunque breve, es meticulosamente elaborada, cada película construida con una paciencia obsesiva que se refleja en el nivel de detalle de su stop-motion artesanal y en la profundidad emocional de sus relatos. Memoir of a Snail no es la excepción. Como en su estupendo primer largometraje, Mary & Max (2009), y en su cortometraje ganador del Óscar, Harvie Krumpet (2003), Elliot regresa con una historia que le tomó casi diez años en hacer y que combina ternura y brutalidad, donde la comedia y la tragedia no son opuestos, sino dos caras de la misma moneda.

La protagonista, Grace Pudel, es una mujer solitaria, coleccionista compulsiva y marcada por la pérdida. Desde niña, ha aprendido que el mundo es un lugar caótico e impredecible, donde algunos tienen suerte y otros simplemente no. Su infancia, plagada de eventos desafortunados, la convierte en un ser retraído, incapaz de soltar las cosas (y los recuerdos) que han definido su vida. Pero si algo define el cine de Elliot es su humanismo: no se regodea en la miseria, sino que muestra a sus personajes en toda su complejidad, sin idealizarlos ni atenuar sus defectos. Grace no es una heroína ni una mártir, simplemente existe en un mundo que no le ha dado tregua.
Este enfoque conecta Memoir of a Snail con Harvie Krumpet, ese otro relato sobre un ser humano atrapado en el absurdo de la existencia, alguien que intenta encontrar sentido en un universo que nunca se lo garantiza. En ambos trabajos, Elliot aborda el determinismo y el azar: ¿qué parte de nuestra vida es resultado de nuestras decisiones y qué parte es un simple capricho del destino? El caracol, símbolo central de la película, es una metáfora perfecta para ello. Un ser frágil que lleva su hogar a cuestas, avanzando lentamente por un mundo que no le ofrece garantías de seguridad.
Pero si hay un tema que atraviesa toda la obra de Elliot es la certeza de la muerte. La película no teme recordarnos que somos seres finitos, que todo lo que amamos desaparece tarde o temprano, y que la vida, en última instancia, es un proceso de acumulación de pérdidas. Sin embargo, lejos de ser un ejercicio de nihilismo, Memoir of a Snail es profundamente humanista: la única respuesta posible ante el absurdo de la existencia es el contacto humano. En la vida de Grace, este contacto llega de formas inesperadas, especialmente en la figura de Pinky, una anciana exbailarina que le demuestra que, incluso en la vejez, la compañía y la amistad siguen siendo posibles.
El trabajo de voces es excepcional. Sarah Snook de Succession dota a Grace de una vulnerabilidad conmovedora, mientras que Kodi Smit-McPhee de The Power Of The Dog y Jacki Weaver de Animal Kingdom construyen personajes complejos, muy humanos y colmados de calidez. La dirección de Elliot, como siempre, es precisa y sobria, evitando sentimentalismos fáciles o manipulaciones emocionales. Su stop-motion tiene una cualidad tosca, casi áspera, que refuerza la autenticidad de su mirada: la imperfección de los muñecos no es un fallo técnico, sino una declaración de principios (y también unos temblores que lo han afectado desde niño pero que él acoge como parte de su estética).
Memoir of a Snail es una película incómoda porque nos enfrenta con una verdad difícil: La vida no es justa, pero es nuestra. Nos arrojan a este mundo sin manual de instrucciones, en un escenario donde algunos encuentran fortuna y otros apenas sobreviven. No podemos cambiar el azar, pero podemos elegir cómo enfrentar lo inevitable. Y si algo nos recuerda Adam Elliot, con su inconfundible sello, es que no estamos solos en este viaje.
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