Dune: Prophecy se queda atrapada en clichés y artificios que la alejan de la esencia de la saga original y la acercan a House Of The Dragon.
Emily Watson, Olivia Williams, Travis Fimmel, Mark Strong, Sara-Sofie Boussnina
¿Por qué no hay una fotografía magistral? ¿Dónde están las naves y las criaturas? ¿Por qué genera tanto sueño? ¿Por qué se parece a un mal episodio de House Of The Dragon? La respuesta a todas estas preguntas recae en una serie que busca explotar una franquicia exitosa, más que proponer algo emocionante, inteligente, arriesgado y original.
Dune: Prophecy se lanza con la premisa de expandir el universo cinematográfico y literario de Dune en el formato televisivo, un reto ambicioso en el que, pese a la estética elegante que hereda de la obra cinematográfica de Denis Villeneuve, la serie parece perder el rumbo al sacrificar el impacto visual, sustituirlo por una narrativa pesada y generar una estructura torpe y derivativa que nos hace pensar que esta serie constituye otro intento de exprimir un éxito de cine en streaming hasta dejarlo estéril y sin vida, como ha sucedido tristemente con Star Wars, Lord Of The Rings, Game Of Thrones y los superhéroes de Marvel.
En lugar de adentrarnos en el complejo universo creado por Frank Herbert, Dune: Prophecy toma un camino muy familiar para la plataforma de Warner, con sus traiciones palaciegas, altas dosis de sexo gratuito e interminables luchas de poder, que nos remiten de inmediato a House Of The Dragon, esa hermana menor de GOT, que carece de la intensidad y originalidad de la serie de la cual deriva.
Prophecy se centra en la hermandad Bene Gesserit y sus primeros días, un tema que, en teoría, prometía arrojar nueva luz sobre una de las facciones más enigmáticas del universo de Dune. La historia, que se desarrolla diez mil años antes de los eventos de las cintas de Villeneuve (una estrategia cansada que ya utilizaron las series de The Lord Of The Rings y House Of The Dragon para no enfurecer a los fanáticos con conexiones inexactas a las obras originales), gira en torno a Valya Harkonnen, interpretada en su juventud por Jessica Barden y en la adultez por la gran Emily Watson (Breaking The Waves, Angela’s Ashes, Punch-Drunk Love), quien, como siempre, destaca por su interpretación, esta vez de una mujer atrapada entre la lealtad a la hermandad y el desprecio hacia la Casa Atreides. Valya es una joven ambiciosa y fuerte, expulsada en un principio de la hermandad por su habilidad para la manipulación vocal, una destreza que luego se convierte en la herramienta característica de las Bene Gesserit. Su hermana Tula, interpretada por Olivia Williams (Rushmore, The Sixth Sense, Anna Karenina), otra actriz de alto calibre, es otro personaje importante dentro de la hermandad, y ambas hermanas comparten una misión por caminos en un principio iguales, pero luego diferentes.
Watson y Williams logran un equilibrio interesante, dándole a la serie algunos de sus momentos interpretativos más memorables; sin embargo, sus esfuerzos se ven limitados por una narrativa que parece más enfocada en abrumarnos con diálogos incesantes que en desarrollar sus arcos de personaje, al peor estilo de la trilogía de Animales Fantásticos, esa hermana menor de Harry Potter que no posee la magia de la saga original.
El punto de conflicto en la serie hasta ahora es la relación de Valya con la Casa Corrino, donde el Emperador Javicco (Mark Strong pasmado en un papel de emperador ambicioso y manipulador) y su esposa, la Emperatriz Natalya (Jodhi May), hacen malabares entre intereses políticos y alianzas estratégicas. La dinámica entre los Corrino y las Bene Gesserit podría haber sido tensa y fascinante, pero en lugar de explorar este conflicto, la serie se desliza hacia subtramas secundarias que recuerdan más a los clichés de las series de ciencia ficción y fantasía que ahora pululan en las plataformas de streaming (piensen en Foundation y Halo) a una auténtica exploración del universo Dune. Travis Fimmel (Vikings, Warcraft), en su papel de Desmond Hart, un soldado con un pasado misterioso en Arrakis, aporta una presencia que al principio llama la atención, pero rápidamente su personaje se siente más como un añadido que como parte esencial de la trama.
Ni hablar de los personajes jóvenes que parecen sacados de los elencos de Riverdale, Gossip Girl o One Tree Hill. De todas esas caras bonitas pero descartables se destaca Sarah-Sofie Boussnina (The Bridge) como la Princesa Ynez, destinada a un matrimonio de conveniencia que busca sellar una alianza galáctica. Ynez ofrece una interpretación aceptable, pero su personaje es relegado al típico rol de princesa sacrificada, restándole autenticidad y potencia. Además, los matrimonios por conveniencia y la muerte sorpresiva de personajes (especialmente de niños) ya las hemos visto en Game Of Thrones y House Of The Dragon. ¡Esto es Dune, por Dios!
Uno de los elementos más cuestionables de la serie es su recurrencia a escenas de fiestas, sexo y drogas, que buscan dar un toque “moderno” al mundo de Dune. Estas secuencias, que incluyen EDM, escenas de sexo alargadas innecesariamente y sustancias recreativas inhaladas, están completamente fuera de lugar y resultan gratuitas, como si el guion intentara mantener la atención de la audiencia a través de estos artificios en lugar de apostar por una narrativa verdaderamente cautivadora. ¿Quién escribió esto? ¿Un adolescente hormonal de 16 años? Asimismo, esas escenas nos recuerdan a la molesta fiesta trance de la horripilante secuela de Matrix, que manchó irremediablemente, junto con sus dos pésimas secuelas, la mitología de una de las mejores películas cyberpunk de todos los tiempos. Todo parece indicar de Dune va a tener el mismo destino.
En este sentido, Dune: Prophecy se asemeja más a los libros escritos por Brian Herbert y Kevin J. Anderson, los cuales carecen de la calidad narrativa y la fuerza de la obra original de Frank Herbert (de hecho, Prophecy se basa en la obra Sisterhood Of Dune de los dos autores). La serie parece estar diseñada para captar la atención de los fanáticos de Dune, pero al ser pensada como una obra menor basada en grandes películas (piensen en lo sucedido con The Acolyte, Rings Of Power, Penguin o Loki), termina entregando una experiencia soporífera que sabe más a explotación que a expansión.
Dune: Prophecy no explora temas como el poder, la religión y la psicología de los personajes a un nivel que realmente haga justicia a la obra original, lo cual resulta en un producto que, se siente efímero, aburrido y sin dirección clara. Además, sin la perspectiva visualmente impresionante y majestuosa de Villeneuve, esto se siente como la miniserie de Dune del 2000, eso sí, con un mayor presupuesto y con Emily Watson reemplazando al fallecido William Hurt. Bueno, por lo menos no es Megalópolis.
De todas maneras, aquí solo se puede hablar de los dos primeros episodios, los cuales empiezan con una promesa que inmediatamente nos remite a la obra de Villeneuve (o por lo menos a la de Lynch), pero que a los 5 minutos pierde toda su fuerza al centrarse en elementos estereotipados y fórmulas ya desgastadas de la fantasía y la ciencia ficción. La falta de una dimensión épica, una narrativa auténtica y una exploración arriesgada del universo de Dune hacen que la serie se quede en una experiencia vacía y decepcionante para los seguidores y amantes de la saga. Solo queda tener fe y desear que las cosas mejoren en los siguientes capítulos. Pero la profecía dice que no va a ser así.
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