Cien años de soledad – Primera parte (2024)

La adaptación de Cien años de soledad de Netflix convierte la magia de Gabriel García Márquez en contenido estéril y sin alma, pero eso sí, de bonita factura.

Directores: Álex García López, Laura Mora

Marco Antonio González, Susana Morales, Moreno Borja, Claudio Cataño, Ruggero Pasquarelli, Mirleyda Soto, Eduardo de los Reyes

Adaptar Cien años de soledad, una de las obras más importantes del siglo XX, no es un reto menor. La novela de Gabriel García Márquez no solo es un pilar de la literatura latinoamericana, sino también una obra que marcó a generaciones con su tono poético y la construcción minuciosa de Macondo como un microcosmos de lo humano y lo mítico. Sin embargo, el resultado de esta ambiciosa adaptación de Netflix es el equivalente a una sopa fría y sin sal: un producto estéril que se queda en la superficie de la historia, sin la audacia o el riesgo necesarios para hacerle justicia.

Históricamente, adaptar a Gabriel García Márquez a la pantalla ha sido un ejercicio condenado al fracaso. Ejemplos como El amor en los tiempos del cólera (2007), un desastre colosal incapaz de captar la pasión y complejidad de la novela, o las terribles Crónica de una muerte anunciada (1987) de Francesco Rosi y Del amor y otros demonios (2009) de Hilda Hidalgo, son prueba de que el realismo mágico y su lirismo no se traducen fácilmente al cine. Incluso la versión de El coronel no tiene quien le escriba (1999) de Arturo Ripstein, aunque menos desastrosa, se quedó lejos de ser una obra memorable. Con Cien años de soledad ha habido tan solo un intento fallido previo, la cinta de Shūji Terayama basada en su propia obra teatral Saraba hakobune (1984), una adaptación libre que trasplantó la historia al contexto japonés, pero que pese a su belleza jamás logró capturar la esencia de Macondo. Esta miniserie de Netflix, lamentablemente, no escapa a esa maldición.

Es imposible no imaginar cómo habría resultado este proyecto si hubiera sido asumido por autores con visiones cinematográficas más potentes, como Guillermo del Toro, Alfonso Cuarón o Alejandro González Iñárritu, capaces de inyectar en Macondo el alma, el riesgo y la textura que su mundo exige. En lugar de eso, la miniserie parece un audiobook soporífero, donde los actores están atrapados en una actitud de perplejidad y contemplación eternas. Macondo, ese lugar mítico impregnado de caribe y magia, se presenta aquí como un escenario vacío, más cercano a lo que sería un live action de Encanto pero con sexo a lo Netflix.

La historia arranca en el siglo XIX con la boda de José Arcadio Buendía (Marco Antonio González) y Úrsula Iguarán (Susana Morales), quienes deciden fundar Macondo tras un exilio motivado por el asesinato de Prudencio Aguilar (Helbert Sepúlveda). Sin embargo, los eventos que deberían llenarse de vida y color en la pantalla —la llegada de los gitanos, las primeras lluvias de flores amarillas, los secretos de Melquíades— carecen de la energía que caracteriza a la prosa de García Márquez. Todo se siente bonito pero carente de espíritu, con personajes que parecen atrapados en un comercial de Juan Valdés o en una recreación del texto hecho por una inteligencia artificial en lugar de un mundo vibrante y mágico.

El mayor pecado de la serie es su falta de riesgo. La anémica narración en off recita fragmentos literales de la novela, destacando las frases como lo mejor de la producción, pero también subrayando la incapacidad de la adaptación para trasladar el espíritu de la obra a la pantalla. Las frases son hermosas, pero la dirección carece de la fuerza emocional necesaria para acompañarlas. La fotografía de Paulo Pérez y Sarasvati Herrera convierte a Macondo en un lugar edulcorado y genérico (algo así como una versión de Cirque du Soleil de Cien años de soledad) y nos hace pensar en aquellos cuadros vivientes, muy populares en los inicios del siglo XX, donde los actores posaban inertes mientras una voz en off lo explicaba todo.

El elenco tampoco ayuda. Aunque los actores cumplen sus roles, sus interpretaciones carecen de la la honestidad y la visceralidad necesaria para dar vida a los Buendía y a los habitantes de Macondo. Ni siquiera Úrsula, el corazón de la familia en la novela, logra brillar en esta adaptación, diluyendo la complejidad y la fortaleza del personaje. Las escenas de magia y erotismo se sienten torpes y carentes de la intensidad que la narrativa demanda, mientras los diálogos con sus acentos neutrales parecen meros vehículos para pasar de una escena a otra sin mucho peso dramático.

Un problema notable es la falta de identidad caribeña en la producción. Macondo es un espacio que respira humedad, calor y el peso del trópico, pero aquí parece más un “decorado random”, como diría alguien de la generación Z que jamás ha tenido el libro de Gabo en sus manos (por lo menos en su versión física). La dirección opta por un enfoque tan seguro y calculado que termina siendo tremendamente aburrido. Incluso momentos clave, como la lluvia de flores amarillas o el rastro de sangre que llega a los pies de Úrsula, carecen del impacto emocional que los lectores recuerdan con claridad de la novela.

La adaptación también enfrenta problemas con la representación de los temas oscuros de la novela, como el incesto y el abuso sexual. Aunque algunos elementos se suavizan o eliminan, lo que queda no resulta convincente ni desafiante. El tono general de la serie oscila entre lo excesivamente solemne y lo superficial, incapaz de capturar las capas complejas de la obra original. El mayor riesgo consiste en incluir a la cándida Eréndida perteneciente a otro relato de García Márquez (¿Gaboverse?).

En definitiva, la primera parte de Cien años de soledad es un ejemplo de cómo la falta de una visión autoral puede convertir una obra inmortal en un producto anodino. Macondo no es un lugar que se preste para las medias tintas, pero esta adaptación parece más preocupada por ser “apta para todos” que por asumir el riesgo de crear algo realmente memorable. Este es el tipo de serie que termina sirviendo como contenido para conversaciones superficiales en reuniones familiares navideñas: “Gabo. Sí, leí Cien años de soledad cuando estaba en el colegio…” “¡Qué libro tan raro! A mí nunca me entró ese autor comunista” “¿García Márquez? ese no fue acaso el único colombiano en ganar el premio Nobel, ¿verdad?” “¿Viste la versión de Netflix? ¡Es muy macondiana!” «¡Todavía no! Apenas estoy terminando la temporada 6 de Cobra Kai«.

La adaptación de Netflix pierde la esencia que hace única a la novela: su voz narrativa, su profundidad poética y su capacidad para envolver al lector en un mundo donde lo real y lo mágico se mezclan de forma inseparable. Si algo consigue esta serie, es recordarnos que la mejor manera de experimentar Cien años de soledad es volver a sus páginas y dejar que la magia de Gabriel García Márquez hable por sí misma.

Sobre André Didyme-Dôme 1809 artículos
André Didyme-Dome es psicoterapeuta y periodista. Se desempeña como editor de cine y TV para la revista ROLLING STONE EN ESPAÑOL y es docente universitario; además, es guionista de cómics para MANO DE OBRA, es director del cineclub de la librería CASA TOMADA y conferencista en ILUSTRE. Su amor por el cine, la música pop y rock, la televisión y los cómics raya en la locura.

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