
Con Parthenope, Sorrentino firma un hipnótico retrato de la belleza femenina atrapada en la mirada masculina.
Director: Paolo Sorrentino
Celeste Della Porta, Gary Oldman, Dario Aita, Peppe Lanzetta

El director de La grande bellezza y Youth nunca ha ocultado su fascinación por la sensualidad, la decadencia y el exceso. Su cine bebe de la tradición italiana del realismo mágico, en la que lo sublime y lo grotesco conviven en un mismo encuadre. Con Parthenope, el director napolitano entrega una obra que se inscribe en la larga tradición de películas italianas donde la sensualidad y el erotismo ocupan un lugar central, como Malèna o Mediterráneo. Es, en muchos sentidos, una carta de amor al poder hipnótico de la imagen, a la mitología de la feminidad y a la ciudad de Nápoles, que en sus manos se convierte en un personaje más.

La protagonista, interpretada por Celeste Dalla Porta, es una joven que encarna la belleza de manera casi mitológica. Como la sirena de la que toma su nombre, ejerce un magnetismo involuntario sobre quienes la rodean. Aparece por primera vez emergiendo del mar, en una escena que evoca la Venus de Botticelli y deja claro que, más que un personaje, es un ideal. La historia la sigue desde los 18 hasta los 35 años, mostrándola mientras navega un mundo que la define por su apariencia antes que por su intelecto. En su camino se cruzan hombres que la desean, la envidian o la idealizan (entre ellos su propio hermano), pero pocos que intenten comprenderla realmente.
Sorrentino, atrapado en su admiración por Fellini, construye un universo donde lo onírico y lo terrenal se entrelazan con naturalidad. Hay ecos de La dolce vita y Amarcord en la forma en que la cámara se desliza por los escenarios mediterráneos, capturando tanto la belleza extática y onírica de los cuerpos como lo mundano y delirante de las pasiones humanas. La ciudad de Nápoles es retratada con la misma ambigüedad que el personaje central: Es a la vez un paraíso y un lugar sofocante, un escenario de ensueño y una jaula dorada.
La historia de Parthenope se construye a partir de encuentros y desencuentros. Su amigo de la infancia Sandrino (Dario Aita) ha estado enamorado de ella desde siempre, su hermano Raimondo (Daniele Rienzo) vive atormentado por el peso de su propio deseo, y un enigmático millonario la persigue desde un helicóptero, como una fantasía sacada directamente de un sueño febril. Entre todos estos hombres, Parthenope encuentra un respiro en la figura de John Cheever (interpretado por Gary Oldman), el legendario escritor estadounidense, quien en esta fantasía de Sorrentino aparece como su único interlocutor que no está interesado en poseerla.
Celeste Dalla Porta entrega una actuación magnética, atrapada entre el deseo de ser tomada en serio y la imposibilidad de escapar de su propio hechizo. Su presencia recuerda a las grandes musas del cine italiano, Sophia Loren, Gina Lollobrigida, Sylvana Mangano, Monica Vitti, Claudia Cardinale y Monica Bellucci, y su interpretación oscila entre la fragilidad y la determinación con una naturalidad impresionante y una apariencia que nos recuerda a Kate Beckinsale en su mejor momento. La fotografía de Daria D’Antonio refuerza la idea central de la película: La mirada es poder. La cámara no solo observa, sino que devora, en un juego constante entre admiración y voyerismo.
Sorrentino intenta, al menos en la superficie, construir un retrato femenino que vaya más allá de la contemplación, pero la película no puede evitar sucumbir a su propio éxtasis visual. Parthenope es un enigma que nunca se resuelve (el eterno misterio femenino), un personaje atrapado en la contradicción de querer existir más allá de su belleza mientras la película insiste en celebrarla una y otra vez. No es que Sorrentino no sea consciente de la trampa en la que cae, pero parece demasiado fascinado con su protagonista para liberarla de ella.
Parthenope es un ejercicio de cine voluptuoso, sensual y profundamente italiano. Es un desfile de imágenes deslumbrantes y personajes atrapados en su propio deseo. No es la épica femenina que pretende ser, pero sí es un testimonio del poder de la mirada y de la inescapable relación entre el cine y la belleza. Como sus antecesoras en el cine italiano, Parthenope no es tanto un personaje como una visión, un reflejo de lo que el hombre proyecta sobre las mujeres y lo que los cineastas masculinos no pueden evitar admirar. La historia del arte es la historia de la obsesión del hombre por el cuerpo femenino y Sorrentino hace parte de esa tradición.
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