
Un niño de 13 años es arrestado por asesinato, pero la verdadera amenaza se esconde en los rincones más oscuros de la red.
Director: Philip Barantini
Stephen Graham, Owen Cooper, Ashley Walters, Erin Doherty

Quizás todas las personas mayores de cincuenta que viven en esta época y que han interactuado con adolescentes se han sentido perdidos, sin saber sobre qué están hablando o qué están haciendo. Y además han sentido esa sorna de ellos que nos ven sin respeto, sin admiración, más como pena y lástima, especialmente si somos psicólogos, profesores o padres. De alguna manera, esos sentimientos están justificados, ya que los adultos, especialmente los que nacimos el siglo pasado, no sabemos mucho sobre los verdaderos peligros de la internet y cómo están conformando la psique de las generaciones del siglo XXI.
Sin embargo, las personas que hoy somos mayores de cincuenta también fuimos adolescentes. Cuando se es adolescente uno cree que lo sabe todo, que sus experiencias son únicas y que se tiene la razón, pero lo cierto es que al crecer uno se da cuenta de que no sabe nada de la vida. Eso sí, si uno llega a convertirse en adulto.
Desde la adolescencia, uno siente que tiene derecho al poder, que se lo merece. Y gracias al acceso a la información digital, nunca antes el adolescente ha tenido tanto poder como ahora. La información es poder y el conocimiento es poder, decían los filósofos Thomas Hobbes y Sir Francis Bacon. ¿Pero qué sucede cuando ese acceso a la información no posee filtros y el conocimiento se adquiere de una manera sesgada y distorsionada?
Uno de los ejemplos más alarmantes de este conocimiento erróneo y sesgado es la cultura incel, una subcultura en línea compuesta por hombres que creen que su falta de éxito con las mujeres es resultado de factores externos y de una supuesta conspiración social en su contra. Para los incel, las relaciones interpersonales están determinadas por reglas rígidas e inamovibles de jerarquía social y genética, lo que los lleva a desarrollar discursos de odio, misoginia y, en algunos casos, actos de violencia extrema. La errónea concepción de la masculinidad y la feminidad ha llevado a acciones brutales como las que inspiraron a Stephen Graham a realizar esta serie.
En Inglaterra, una serie de asesinatos vinculados a jóvenes radicalizados a través de las redes sociales conmocionaron a la sociedad. En 2021, Ava White, de solo 12 años, fue apuñalada fatalmente por un niño de 14 años en Liverpool. En 2023, Elianne Andam, de 15 años, fue atacada con un cuchillo de cocina por Hassan Sentamu, de 17, a plena luz del día en un centro comercial de Croydon. Estos crímenes impactaron profundamente a Graham, quien, al conocer estos casos, experimentó una profunda conmoción y angustia. Su desconcierto ante estos hechos lo llevó a reflexionar sobre cómo los jóvenes están siendo arrastrados a ideologías radicales en línea, lo que lo motivó a desarrollar Adolescence junto a su colaborador habitual, el guionista Jack Thorne y con la producción ejecutiva, entre otros, de Brad Pitt.

El resultado es una sobrecogedora pero conmovedora miniserie de cuatro episodios que sigue a la familia Miller, cuya vida da un vuelco cuando Jamie, un niño de 13 años, es arrestado en un operativo policial al amanecer, acusado del asesinato de su compañera de clase, Katie. En la superficie, la serie trata sobre la violencia con arma blanca, un problema alarmante en el Reino Unido, donde en la última década el número de adolescentes asesinados con cuchillos ha aumentado en más de un 200%. A un nivel más profundo, Adolescence explora el ciberacoso, la influencia perniciosa de las redes sociales y las presiones insoportables que enfrentan los jóvenes hoy en día. La furia masculina, la masculinidad tóxica, la misoginia en línea. No es una simple ficción plausible, es una realidad ineludible.
Cada personaje en Adolescence representa una parte esencial del tejido social que, en teoría, debería brindar apoyo y orientación a los jóvenes, pero que en muchos casos falla estrepitosamente. Eddie Miller, interpretado por Stephen Graham, encarna al padre de una familia trabajadora a punto de cumplir cincuenta años quien, a pesar de sus mejores intenciones, no logra comprender del todo a su hijo ni el mundo digital en el que habita. Christine Tremarco, como Manda, la madre de Jamie, transmite la impotencia y la desesperación de una mujer que se enfrenta a una tragedia que jamás imaginó. El investigador DI Luke Bascombe (Ashley Walters) simboliza la institución policial, que busca la verdad pero se enfrenta a la complejidad de los crímenes perpetrados por menores. Erin Doherty, en el papel de la psicóloga forense Briony, representa el ámbito clínico y el intento de racionalizar lo que muchas veces parece inexplicable. Finalmente, Owen Cooper, en el papel de Jamie, es impresionante como la encarnación de una juventud extraviada, que cree tener todas las respuestas cuando en realidad está sumida en una confusión absoluta. Su único refugio son otros adolescentes igual de perdidos, porque las figuras de autoridad—padres, maestros, psicólogos y policías—no logran entender la magnitud del problema ni el caos emocional que experimentan estos jóvenes.
La serie es una colaboración entre Graham, Thorne y el director Philip Barantini, conocido por su dominio de los planos secuencia. Adolescence emplea la misma técnica de tomas ininterrumpidas que Barantini usó en Boiling Point, la estupenda película protagonizada por Graham que sentó las bases para la serie The Bear. Cada episodio está filmado sin cortes visibles, una hazaña técnica impresionante que incrementa la sensación de realismo e inmediatez y que evoca a esa otra obra maestra sobre los peligros de la adolescencia conocida como Elephant. La escuela secundaria retratada en el segundo episodio es un hervidero de caos y ansiedad, donde la presión social, el acoso y la radicalización se desarrollan en tiempo real.
Uno de los momentos más impactantes de la serie es cuando los padres de Jamie recuerdan cómo su hijo pasaba horas encerrado en su habitación frente a la pantalla. Creían que estaba seguro. Creían que estaban haciendo lo correcto. Pero no sabían qué consumía en internet. Es una situación que resonará con muchas familias, especialmente en un mundo donde las redes sociales han suplantado el contacto humano directo. Enseñamos a nuestros hijos a cruzar la calle, pero rara vez les enseñamos a navegar en la red con criterio. Creemos que están jugando, cuando en realidad están absorbiendo discursos extremistas y contenido dañino.
La Biblia dice en el libro de Eclesiastés 1:17-18: «Porque en la mucha sabiduría hay mucha angustia, y quien aumenta el conocimiento, aumenta el dolor». Sin embargo, interpretar esta cita requiere competencias analíticas y un pensamiento crítico que permita comprender el contexto del texto. De dónde surge, cuál es su intención y cuál es su sesgo. Defender la ignorancia y reemplazarla con el radicalismo o el fanatismo es una de las mayores amenazas contemporáneas. No se trata solo de la angustia que genera el conocimiento, sino de los efectos devastadores de un conocimiento sesgado, infundado y distorsionado. Ahora, padres, maestros y psicólogos que han visto esta serie están llenos de ansiedad, porque gracias a ella han podido acceder a una pequeña fracción del contenido que consumen los adolescentes en la red y han vislumbrado las inquietantes dinámicas psicológicas que afectan a las nuevas generaciones.
Con su combinación de virtuosismo técnico, actuaciones impecables y un mensaje urgente, Adolescence es un grito de alarma y un llamado a la acción. No ofrece respuestas fáciles, solo una denuncia cruda y necesaria que abre la puerta a un debate impostergable. Es una serie que permanecerá en la mente del espectador mucho después de que termine, dejando una sensación de inquietud y la certeza de que algo debe cambiar antes de que más jóvenes se pierdan en este abismo digital, tapado para los mayores de cincuenta con una serie de emojis en apariencia inocentes e indescifrables para ellos.
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