
Una travesía emocional entre padre e hijo que transforma el ocaso de la vida en un canto vibrante a la existencia.
Directores: Filip Hammar, Fredrik Wikingsson

El último viaje, dirigida por Filip Hammar y Fredrik Wikingsson, no es solo una película sobre el envejecimiento. Es, ante todo, un acto de amor. Un testimonio íntimo y luminoso de cómo el afecto puede ser tan obstinado como el paso del tiempo. Esta ópera prima documental, que ha roto récords de taquilla en Suecia, se despliega como un road movie emocional: el intento del propio Filip por devolverle a su padre, Lars, un antiguo maestro de francés ahora de 80 años, el deseo de vivir, el entusiasmo de antaño, el movimiento interno que alguna vez lo definió.

La historia parte de una premisa simple, casi quijotesca: un hijo que se rehúsa a aceptar el progresivo apagamiento de su padre. Convencido de que una última aventura podrá reavivar la chispa vital de Lars, Filip compra un viejo Renault 4 (el mismo modelo de los viajes familiares) y junto a su inseparable amigo Fredrik emprenden un viaje hacia Beaulieu-sur-Mer, al sur de Francia. Lo que sigue no es solo un viaje físico, sino una exploración sutil de la memoria, la fragilidad del cuerpo y los intentos de preservar lo que alguna vez nos hizo sentir vivos.
El mayor logro del documental reside en su capacidad de equilibrio: entre lo cómico y lo doloroso, entre la nostalgia y la aceptación, entre el deseo de retener lo que se va y la necesidad de aprender a soltar. La película no oculta la decadencia física ni los momentos de frustración o desánimo. Pero tampoco se regodea en ellos. Su mirada es compasiva, humana, y por ello profundamente reconfortante.
La fotografía, a cargo de Anders Bohman, tiene una cualidad casi otoñal: en cada plano se respira el tono dorado del final de una etapa. Las carreteras vacías, los cielos sobrecogedores, los reflejos en las ventanas del auto capturan con delicadeza la melancolía de un tiempo que se desvanece. El montaje, en cambio, introduce un ritmo ágil, juguetón, que se apoya en grabaciones familiares, secuencias improvisadas y hasta pequeñas reconstrucciones escenificadas que rinden homenaje a la televisión que ambos directores han hecho durante años. Esta combinación de espontaneidad y control emocional convierte la experiencia en algo profundamente personal y, sin embargo, universal.
Uno de los aspectos más tiernos del documental es el contraste entre la memoria de Filip y la de Lars. El hijo se aferra a los recuerdos como si fueran amuletos, mientras el padre los deja pasar, sin nostalgia, con una sabiduría callada que desarma. En este sentido, la película también se convierte en un ejercicio de despedida, en un ensayo sobre cómo lidiar con el inevitable deterioro de aquellos que amamos y, sobre todo, cómo acompañarlos sin imponer nuestras expectativas.
La música de Christian Olsson y las canciones de Jacques Brel o Georges Brassens no solo ambientan, sino que también evocan ese viejo mundo de sensibilidad y ternura que tanto significa para Lars. El diseño sonoro, junto a las secuencias animadas que muestran el recorrido, refuerzan el tono cálido y envolvente del relato.
Hammar y Wikingsson logran algo muy difícil: hacer del dolor una forma de gratitud, del adiós una celebración. El último viaje no ofrece fórmulas ni finales fáciles, pero deja una certeza serena: que mientras exista amor, memoria y voluntad de acompañar, siempre habrá motivos para seguir adelante.
Una obra que toca el alma y nos recuerda que, incluso en los últimos tramos del camino, es posible encontrar belleza, humor y sentido. Una experiencia cinematográfica que invita a mirar a nuestros padres (y a nosotros mismos) con ojos más generosos y un corazón más dispuesto.
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