
Alix es una reinterpretación de Alicia en el País de las Maravillas que denuncia con crudeza el abuso sexual infantil y el reclutamiento en la selva colombiana.
Dirección: Ana María Hermida
Cristal Aparicio, Roberto Urbina, Carlos Bardem, Natalia Reyes, Carolina Guerra

Alicia en el País de las Maravillas es un clásico de la literatura universal que ha fascinado a generaciones con su desbordante imaginación y su enigmático simbolismo. Sin embargo, detrás del relato se esconde una sombra: La inquietante relación entre su autor Lewis Carroll y Alice Liddell, la niña que inspiró la obra. Sin embargo, este clásico de la literatura ha servido de base para que cineastas de renombre como Guillermo del Toro, autor de El laberinto del fauno y Hayao Miyazaki, autor de El viaje de Chihiro y El niño y la garza reinterpreten el cuento, utilizando sus elementos fantásticos para sugerir que, frente a una realidad marcada por la violencia y la crueldad extrema, refugiarse en un mundo de magia y fantasía puede resultar, en ocasiones, no solo la mejor sino, quizás, la única opción.

En esta misma línea, Alix surge como una reinterpretación profundamente comprometida, en la que la denuncia de un problema delicado, ya que el abuso sexual a menores y el reclutamiento infantil en contextos de conflicto armado es el eje central de su narrativa. Es importante subrayar que la cinta presenta estos hechos con una crudeza y honestidad que buscan conmover y generar conciencia. La historia se sitúa en la exuberante y a la vez implacable selva colombiana, un escenario que, con su riqueza natural y su atmósfera casi mítica, contrasta poderosamente con la brutal realidad que viven los personajes.
La trama sigue el doloroso recorrido de una niña de 12 años, interpretada por Cristal Aparicio, cuya inocencia es arrebatada cuando es reclutada por Conejo, un guerrillero encarnado por Roberto Urbina. Este personaje, que promete un paraíso, se convierte en el vehículo de una violencia que trasciende lo individual y se adentra en la estructura misma del conflicto armado. La narrativa se enriquece con actuaciones de gran intensidad, donde personajes como el siniestro Ramón, interpretado por Carlos Bardem, y las interpretaciones de Natalia Reyes y Carolina Guerra, se convierten en reflejos de los dilemas éticos y morales que surgen en medio de la desesperanza.
La dirección de la bogotana Ana María Hermida, en su segundo largometraje luego de La luciérnaga, otra cinta de realismo mágico que habla sobre dos mujeres que elaboran el duelo de un hermano y novio, destaca por su audacia y sensibilidad. Con una estética que combina lo brutal y lo onírico, Alix se desenvuelve en un universo dual: Por un lado, la realidad cruda y despiadada del conflicto y, por otro, el refugio casi mágico de la imaginación y el realismo mágico. La fotografía refuerza esta dualidad a través de una composición delicada y una iluminación que alterna entre la penumbra del dolor y la luminosidad esperanzadora de un paisaje que invita a soñar. Cada plano está cuidadosamente diseñado para enfatizar el contraste entre la violencia tangible y la belleza surrealista de la selva, haciendo de cada escena una experiencia visual que incita a la reflexión.
El diseño sonoro, complementado se erige como otro elemento esencial en la construcción del ambiente de la película. Los sonidos de la selva, desde susurros hasta rugidos lejanos, se amalgaman con la tensión de las secuencias dramáticas, creando una atmósfera en la que cada detalle contribuye a transmitir la intensidad emocional y la crudeza del relato.
Lo destacable de Alix es su capacidad para abordar un tema sumamente sensible sin caer en la explotación o la glorificación del sufrimiento. La cinta denuncia de manera directa el abuso sexual y el reclutamiento de menores, realidades palpables en muchos contextos de conflicto, especialmente en Colombia. Lejos de explotar el dolor, la película se erige como un testimonio artístico y social que busca visibilizar estas injusticias, propiciando un espacio de reflexión en el espectador sobre la fragilidad de la inocencia y la resiliencia necesaria para enfrentar la adversidad.
Alix se presenta como una obra indispensable dentro del cine comprometido de América Latina. Su narrativa, que fusiona lo brutal con lo mágico, no solo denuncia las terribles realidades de la violencia y el abuso, sino que también celebra la capacidad humana para resistir y soñar. Con una dirección valiente y una estética visual y sonora tan oscura como hermosa, la película invita a contemplar un mundo en el que la belleza y el horror coexisten, recordando que, a pesar de las cicatrices impuestas por la violencia, la esperanza y la resiliencia pueden emerger incluso en los entornos más desoladores.
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