
Los antihéroes más disfuncionales del MCU se reúnen para reformular la fórmula de grupo, con una mezcla de sarcasmo, trauma y redención.
Director: Jake Schreier
Florence Pugh, Sebastian Stan, Julia-Louis Dreyfus, Lewis Pullman, Wyatt Russell, Hannah John-Kamen, David Harbour

En los cómics de Marvel, los Thunderbolts fueron concebidos como una estratagema audaz: Un grupo de supervillanos que, bajo nuevas identidades, fingían ser héroes mientras tramaban sus propias agendas. Originalmente liderados por el Barón Zemo, su historia giraba en torno al engaño, la redención involuntaria y la ambigüedad moral. Con el tiempo, y con cada iteración, el grupo fue incorporando a personajes verdaderamente reformados, convirtiéndose en una especie de escuadrón de tareas sucias del universo Marvel.
En su salto al cine, Thunderbolts* conserva la esencia de ser un grupo de “segundones” con pasado turbio, pero modifica radicalmente el tono. Ya no se trata de un juego de suplantación heroica, sino de un grupo disfuncional de antihéroes manipulados por el aparato estatal. Bajo la tutela de Valentina Allegra de Fontaine (Julia Louis-Dreyfus), más cercana a una Amanda Waller de Suicide Squad que a Nick Fury, estos personajes no intentan engañar al mundo sino sobrevivir a las maquinaciones del poder y a sus propios traumas no resueltos.

El equipo de los Thunderbolts cinematográficos con asterisco son Yelena Belova (Florence Pugh), la hermana de la Black Widow original Natasha Romanoff (Scarlett Johansson), que mezcla ironía, vulnerabilidad y letalidad con una presencia arrolladora; Bucky Barnes (Sebastian Stan), el viejo Winter Soldier, sidekick de Captain America (Chris Evans), que encarna la culpa y la melancolía del guerrero veterano que no sabe cómo vivir en tiempos de paz; Red Guardian (David Harbour), el equivalente del Capitán América de Rusia y padre de Yelena y Natasha, nostálgico y ridículo a partes iguales, que ofrece alivio cómico pero también un retrato de la paternidad irresponsable; US Agent (Wyatt Russell), alias John Walker, versión venida a menos del Capitán América, es el idiota funcional del grupo, lleno de inseguridades bajo la fachada ruda y patriótica; Ghost (Hannah John-Kamen), la villana de Ant-Man con su inestabilidad física y emocional, aporta una energía frágil y peligrosa; Taskmaster (Olga Kurylenko), otra Viuda negra convertida en mercenaria: y Bob (Lewis Pullman), el inesperado comodín del grupo, que mezcla timidez, un gran poder oculto y una desconcertante pureza e inestabilidad emocional que lo convierte en una figura clave del conflicto.
El elenco encuentra un equilibrio notable entre la introspección, el humor físico y la tensión dramática. Pugh, en particular, se consolida como el corazón del filme: Carismática, compleja, y capaz de transitar entre la risa y el dolor sin esfuerzo aparente. Stan continúa explorando los demonios de Bucky con sobriedad, mientras Harbour y Russell se encargan de la irreverencia, sin perder del todo su lado humano. Louis-Dreyfus, por su parte, da una clase magistral sobre cómo robarse cada escena con gestos mínimos y frases punzantes.
La premisa gira en torno a una operación encubierta del gobierno, el Proyecto Sentry (los lectores asiduos de cómics ya saben de qué se trata), que amenaza con desatar un poder incontrolable. Los Thunderbolts, reunidos bajo pretextos cuestionables, descubren rápidamente que han sido usados como carne de cañón, lo que desencadena traiciones, fugas, y un dilema ético que los obliga a tomar partido.
La estructura narrativa no es del todo uniforme (hay momentos de confusión, de giros algo forzados y de exposición densa), pero la película se sostiene gracias al ritmo ágil, los diálogos colmados de humor y una puesta en escena a cargo de Jake Schreier (autor de la estupenda Robot & Frank) que, por primera vez en años, devuelve cohesión visual y peso físico a las entregas del MCU.
Uno de los mayores logros de Thunderbolts es cómo articula un tono que oscila entre el humor negro, la sátira institucional y una exploración genuina del trauma. El pasado de estos personajes no es solo una excusa argumental, sino que se convierte en el motor de sus decisiones y en el campo minado que deben atravesar para confiar unos en otros. Hay heridas abiertas, resentimientos enconados, y una sensación constante de que este no es un equipo, sino una sala de rehabilitación armada hasta los dientes.
El guion logra momentos de verdadera hondura emocional, especialmente en el arco de Yelena y Bob, sin perder nunca de vista el absurdo inherente a una historia sobre sujetos con trajes ridículos y habilidades letales. La comedia funciona como válvula de escape, pero también como crítica al espectáculo de la violencia y al circo mediático del heroísmo.
La película es consciente de que no puede competir con el fervor de Endgame o Civil War ni con el esplendor de los Avengers originales. En cambio, se permite ser una entrada modesta, autoconsciente y sorprendentemente eficaz. Ese asterisco en el título (Thunderbolts) no es decorativo: alude a una condición transitoria, a un momento de redefinición y a un posible punto de inflexión.
Y aunque el futuro de este grupo dentro del MCU es incierto, Thunderbolts cumple su cometido de ofrecer una aventura entretenida, con personajes rotos y entrañables, en un universo que parecía haber olvidado cómo conectar emocionalmente con su audiencia.
P.D. Espere dos escenas postcréditos.
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