
Una rebelión íntima se enciende en los rincones más grises de un porvenir regulado, donde el sudor joven es mercancía y la libertad, una sospecha.
Directora: Lucía Garibaldi
Martina Passeggi, Soledad Pelayo, Sofía Gala Castiglione, Alfonso Tort, Maruja Bustamante, Pablo Riera

En su segundo largometraje (después de Los tiburones), la uruguaya Lucía Garibaldi se interna en uno de los senderos menos transitados del cine latinoamericano (la ciencia ficción) para filmar no un porvenir lejano, sino un presente apenas desplazado, donde el dolor tiene la forma de la docilidad, y el porvenir, la forma de una orden. En un mundo que bien podría ser el nuestro tras un desastre planetario masivo, los jóvenes son obligados a emigrar al Norte, un lugar mítico donde supuestamente «se está haciendo historia», pero del que nadie regresa. El relato no plantea rebeliones abiertas ni héroes mesiánicos, sino la lenta e íntima disidencia de una joven que decide decir no.

Elisa, un joven con rosácea interpretada con una presencia serena y contenida por Martina Passeggi, encarna esa resistencia sin estallidos que recuerda a Offred en The Handmaid’s Tale. Su cuerpo, codiciado por su olor juvenil, se convierte en el emblema de una sociedad que, como en Soylent Green, convierte a las personas en recurso. Garibaldi hace aquí una metáfora frontal pero efectiva del mercado de los cuerpos, del fetiche por la juventud, y de la lógica transaccional con la que se regula el deseo.
El guion apuesta por la economía del detalle: La plaga de hormigas que ha arrasado el mundo, la ausencia de animales que obliga a instalar altavoces con sonidos de gatos y perros, el sorteo como única posibilidad de viaje, las visitas reguladas… Son pinceladas que no construyen una gran épica, pero sí un universo verosímil, heredero de la lógica aséptica de THX-1138 y del ritualismo juvenil anémico de Logan’s Run y Club Zero. Hay también ecos de The Hunger Games en la manera en que el Norte se representa como un privilegio, una suerte de premio siniestramente deseado. Pero Garibaldi se desmarca del efectismo: Aquí no hay acción, no hay confrontaciones físicas. La revolución es íntima, casi imperceptible, y su expresión más contundente es el deseo de quedarse.
Sofía Gala, en el papel de Leonor, introduce la grieta: Es el personaje que susurra otra verdad, que exuda deseo y disidencia, y que rompe la asepsia con su sola presencia. Su figura resulta fundamental en el despertar de Elisa, como una intrusa del caos en el mundo de la obediencia. La escena en que ambas conspiran para vender el olor de Elisa condensa el núcleo conceptual del filme: Juventud como capital, sexualidad como amenaza, cuerpo como territorio político.
Sin embargo, pese a su potencial, Un futuro brillante no siempre logra traducir su ambición en una experiencia cinematográfica plenamente lograda. Si bien el diseño de producción y la construcción del universo resultan cautivadores en su sobriedad retro (una distopía sin grandilocuencia, de concreto descascarado y cielos grises), la narración se resiente en su desarrollo dramático. La evolución de los personajes carece de profundidad emocional, y los diálogos, en ocasiones, se vuelven expositivos o frustrantemente opacos.
Garibaldi privilegia el subtexto, lo sugerido, lo mínimo. Pero en su afán por evitar el énfasis cae en una frialdad que impide la conexión profunda con sus criaturas. El relato parece más interesado en sus premisas que en las personas que las habitan. La madre (Soledad Pelayo), el tío (Alfonso Fort), la hermana ausente… todos orbitan alrededor de Elisa sin llegar a iluminarse por completo. Es un problema que las distopías suelen enfrentar: Al diseñar mundos, pueden olvidar que las emociones también necesitan mapas.
Con todo, la cinta representa un esfuerzo admirable por llevar la ciencia ficción hacia el terreno de la intimidad, del cuerpo y del deseo. En el cine latinoamericano, tan poco dado a este género, la apuesta de Garibaldi es valiente y necesaria. Un futuro brillante no es perfecta, pero sí urgente: Nos recuerda que la opresión ya no necesita ser explícita para ser devastadora, y que la rebeldía puede empezar simplemente con la decisión de quedarse. Esta es una película que, como Elisa, se debate entre ir al Norte de sus propias promesas narrativas o quedarse a construir algo más humano entre las ruinas del sistema.
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