Will Smith regresa a las pantallas protagonizando una película oscura, cruel y nihilista, acerca de un esclavo que huye de sus captores para enlistarse al ejército de Lincoln.
Director: Antoine Fuqua
Will Smith, Ben Foster, Charmaine Bingwa, Paul Ben-Victor
Dejando a un lado el infame momento en la pasada ceremonia de los Premios Óscar, no cabe duda que Will Smith es un gran actor, como lo ha demostrado en cintas como Seis grados de separación, Ali, En busca de la felicidad, Siete almas, La verdad oculta y King Richard, con la que obtuvo un merecido premio de la Academia al mejor actor.
Pero hay una serie de películas en los que Smith se ve cansado, abrumado y falto de energía. Como si no quisiera pertenecer al proyecto que gira en torno a él. Basta con ver Escuadrón suicida, Belleza inesperada o Bright, para ver a un actor que puede dar mucho más. Lastimosamente, Emancipación, su primer trabajo posterior al escándalo de los Óscar, pertenece a este último grupo.
Su director es Antoine Fuqua, cuya carrera se puede poner en paralelo con la de Smith. Sus trabajos llenos de energía y fuerza como Día de entrenamiento, Lágrimas del sol, El justiciero y Los siete magníficos, contrastan con trabajos que se sienten vacíos y sin alma, como El rey Arturo, Tirador, Ataque a la Casa Blanca, Redención o Infinito. Tristemente, Emancipación, aunque no es tan terrible como Infinito, cae esta categoría.
La película de Fuqua y Smith cuenta la historia de un esclavo, pero dista mucho de la obra maestra de Steve McQueen ganadora del Óscar en el 2013. El resultado de esta colaboración es una cinta nihilista y extremadamente cruel que, aunque es presentada en un particular tono monocromático (probablemente inspirado en La lista de Schindler), no reduce su exceso de sangre y tortura.
Si bien es cierto que los terribles acontecimientos ocurridos a la población afroamericana en la época de la esclavitud no deben ocultarse o embellecerse, lo cierto es que Emancipación solo nos deja con un sabor amargo causado por el dolor, el sadismo y la maldad, de un modo similar a lo que ocurrió con la cinta de 1989 El triunfo del espíritu, en donde Willem Dafoe interpretó a Salamo Arounch, un boxeador judío en un campo de concentración Nazi, sin ninguna oportunidad para redimirse.
Smith interpreta a Peter, un personaje inspirado en una persona real, pero que a diferencia del boxeador de Dafoe, pertenece más a la ficción que a la verosimilitud histórica. “Peter el azotado” fue un esclavo que huyó que sus captores en 1863, para enlistarse al ejército abolicionista. Dos fotógrafos, al ver su espalda destrozada, le tomaron una foto que se convirtió en un poderoso argumento a favor del movimiento abolicionista y un testimonio de la dignidad, heroísmo y fortaleza de quien posó para ella.
El Peter encarnado por Smith es un hombre de fe, esposo devoto de Diodenne (una estupenda Charmaine Bingwa) y padre amoroso nacido en Haití, que sufre la desgracia de ser un esclavo junto con toda su familia. Peter es separado a la fuerza de ellos y es obligado a trabajar en la construcción de vías férreas y fortificaciones para el ejército confederado, enfrentándose a una situación que lo pone al borde de la muerte.
Es así que junto a otros esclavos decide aprovechar una oportunidad y escapar por los pantanos de Luisiana para encontrarse con el ejército de Lincoln que batalla en la región de Baton Rouge. Su cazador es el racista, sádico y psicópata Jim Fassel, interpretado por Ben Foster, un actor que hace poco interpretó a Harry Haft, otro boxeador judío sobreviviente del holocausto en la grandiosa cinta Peleando por mi vida. Foster es un experto al encarnar este tipo de papeles y su Fassel es la encarnación de la maldad pura.
Lo que sigue es una persecución que involucra cocodrilos, perros furiosos, decapitaciones, mutilaciones y niños agonizantes y que culmina en una zona de guerra con más sangre y miembros cercenados. La analogía entre la figura torturada de Cristo con la de Peter aquí es evidente. Pero al igual que sucedió con la película de Mel Gibson, Fuqua se queda con la tortura y deja de lado la resurrección.
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