Un director y una actriz infantil hacen un impresionante debut con una bella y conmovedora versión libre de Heidi ambientada en los campos de Irlanda.
Director: Colm Bairéad
Catherine Clinch, Carrie Crowley, Andrew Bennett, Michael Patric
Heidi, escrita por Johanna Spyri, fue una novela publicada por primera vez en 1880 que ha sido apreciada por generaciones de lectores en todo el mundo. La conexión con la naturaleza es un elemento muy importante en la historia de una niña huérfana quien es enviada a vivir con su abuelo en los Alpes suizos. El abuelo de Heidi, al principio un hombre hosco y solitario, se encariña rápidamente con su nieta, y juntos comparten una vida sencilla y feliz en las montañas.
El director debutante Colm Bairéad se basa en Foster, la novela corta de Claire Keegan, y toma como referencia a Heidi, para contarnos la historia de una niña de diez años llamada Cáit (interpretada magistralmente por la también debutante Catherine Clinch). El resultado es una película de una inmensa belleza y todo un evento cinematográfico. Esto es cine en su mayor expresión.
La niña callada no se desarrolla en los Alpes de finales del siglo XIX, sino en la Irlanda rural de principios de los años 80, en una parte del Condado de Waterford donde se habla principalmente irlandés. Cáit, al igual que la Matilda de Roald Dahl, es una niña retraída que hace parte de una familia que no la quiere, conformada por una madre embarazada (Kate Nic Chonaonaigh) que nunca la acaricia, un padre alcohólico y machista (Michael Patric) que la ve como un fastidio y muchos hermanos que la desprecian. Por lo tanto, ella suele alejarse de su casa para internarse en el campo, como se puede apreciar en la hermosa primera escena, en la que ella se funde en el verde prado como si se tratara de un hada del bosque.
La mágica fotografía de Kate McCullough y el delicado y detallado diseño de producción de Emma Lowney, crean un mundo mágico en donde cada toma transmite vida, significado y belleza, como si se tratara de una serie de cuadros bucólicos que deben ser contemplados en silencio para poder entrar en ellos.
Los padres deciden, sin contarle a Cáit ni preocuparse por sus sentimientos, enviarla durante el verano para que pase las vacaciones escolares con Eibhlín (Carrie Crowley), la prima de la madre, y su esposo granjero Seán (Andrew Bennett), un hombre tan callado como Cáit. De esa manera, los padres podrán descansar de la carga que significa Cáit para ellos, mientras se espera la llegada de una nueva boca que alimentar en una casa que no es un hogar.
Crowley y Bennett ofrecen unas interpretaciones magistrales y conmovedoras como la pareja infeliz y sin hijos que ha acogido a la niña callada y que le brinda un verdadero hogar. Eibhlín es una mujer educada, inteligente y elegante que se involucra con la niña como nadie lo había hecho en su vida. La escena en la que Eibhlín baña en una tina a la descuidada Cáit y la escena en la que le da de tomar agua en un estanque ubicado en el bosque de la granja, lo dicen todo sin necesidad de palabras y despliegan toneladas de ternura y cariño.
Como sucede con el abuelo de Heidi, al principio Seán se muestra gruñón y alejado, pero poco a poco comienza a querer a la niña y se ve identificado con ella. La escena donde le deja una galleta en la mesa o en la que ambos alimentan a un ternero con leche en polvo, son el equivalente de las escenas de la niña compartiendo con Eibhlín. En un momento maravilloso en el que Séan abotona con cuidado el abrigo de la niña y los dos salen a contemplar el paisaje en el atardecer, él le dice: «Mucha gente perdió la oportunidad de no decir nada».
Una vecina impertinente llamada Úna (la estupenda Joan Sheehy) cuida de Cáit una tarde y le cuenta a la niña todo sobre lo que sus padres adoptivos no le están diciendo, sin tener un ápice de empatía y cargada de envidia y resentimiento. El padre de Cáit también se resiente por la casa organizada y pacífica que mantienen Eibhlín y Seán, y la película nos muestra cómo el espacio está determinado por el tipo de personas que lo habitan.
La revelación de Úna tiene que ver con una tragedia del pasado y se relaciona con el agua que vemos una y otra vez en varias de las entrañables escenas que componen la cinta. Los espectadores que no pueden dejar de lado sus dispositivos celulares, puede que se aburran ante tanta quietud y belleza del campo; y aquellos que estamos acostumbrados a las películas perezosas para públicos perezosos que recurren a las estructuras narrativas típicas, estaremos a la expectativa de que suceda algo horrible.
El director Bairéad nos invita a que experimentemos la realidad de una niña hermosa, tanto en su interior como en su exterior. Una niña callada que experimenta momentos de miedo y amenaza, pero que también logra vivir momentos de paz, alegría y verdadero contacto humano, gracias a su cambio de entorno. El final abierto nos partirá el corazón en dos, pero también nos permitirá desear lo mejor para esa niña que aprendimos a querer, del mismo modo como lo hicieron Eibhlín y Seán. Hay películas hermosas y por encima de todas ellas está La niña callada.
Dejar una contestacion