Nosferatu de Robert Eggers resucita el clásico vampírico con una visión aterradora y profundamente relevante.
Director: Robert Eggers
Lily-Rose Depp, Nicholas Hoult, Willem Dafoe, Bill Skarsgård, Aaron Taylor-Johnson, Emma Corrin, Simon McBurney, Ralph Ineson
Desde sus inicios en 1922, Nosferatu, dirigida por F.W. Murnau, se ha mantenido como una de las joyas más importantes del cine expresionista alemán y del género vampírico. Esta primera adaptación no oficial de la novela epistolar Drácula de Bram Stoker cambió nombres y detalles argumentales para evitar problemas legales. Sin embargo, los herederos de Stoker no se dejaron engañar, acusando a la película de plagio y logrando una orden judicial para quemar todas las copias existentes. Paradójicamente, la piratería permitió su supervivencia, asegurando su lugar como una obra maestra del cine silente.
Décadas después, Todd Browning lanzó la adaptación oficial de Drácula en 1931, con Bela Lugosi en el papel principal. Esta cinta sentó las bases de la representación del vampiro aristocrático y carismático, opuesto al monstruo brutal y repulsivo de Murnau. Más tarde, en 1979, Werner Herzog reinterpretó a Nosferatu en una versión protagonizada por Klaus Kinski, dotándola de una atmósfera melancólica y profundamente romántica, consolidándola como un clásico moderno del cine vampírico. Entre estas adaptaciones destacan también Horror of Dracula con Christopher Lee, uno de los actores que más ha interpretado al conde; la subestimada Dracula de John Badham con Frank Langella y la excesivamente estilizada y vacía Bram Stoker’s Dracula de Coppola con Gary Oldman en el papel protagónico. Asimismo, la peculiar Shadow of the Vampire de E. Elias Merhige ofrece un giro meta cinematográfico al plantear que Max Schreck, el actor que interpretó a Nosferatu, era un vampiro real interpretado por Willem Dafoe, ante la sorpresa de Murnau (John Malkovich).
En este contexto histórico se enmarca la nueva versión de Nosferatu de Robert Eggers, una película que hereda lo mejor de sus predecesoras, desde el lirismo sombrío de Murnau hasta la introspección histórica de Herzog, pasando por los matices operáticos de Coppola y el macabro humor de Shadow of the Vampire. Eggers, conocido por sumergirnos en los universos puritanos de The Witch, los relatos de marinos de The Lighthouse y las leyendas nórdicas que inspiraron a Hamlet de The Northman, utiliza esta nueva entrega para explorar los miedos victorianos relacionados con la pérdida de la virginidad, la peste y la invasión cultural. Sin embargo, lejos de quedarse en un homenaje, construye una obra autoral con un subtexto contemporáneo sobre el abuso, el trauma y la resiliencia.
La premisa se centra en el Conde Orlok, un vampiro grotesco cuya obsesión telepática con Ellen Hutter (Lily-Rose Depp) desata una cadena de eventos aterradores. Thomas Hutter (Nicholas Hoult), su esposo ingenuo, es un peón en esta historia de posesión y destrucción, así como su escéptico amigo Friedrich Harding (Aaron Taylor-Johnson), Anna Harding (Emma Corrin), la esposa de este y el doctor Wilhelm Sievers (un estupendo Ralph Ineson); mientras que Willem Dafoe, en un giro curioso y fascinante, deja de interpretar al vampiro para encarnar ahora al profesor Albin Eberhart Von Franz, una versión renovada del Van Helsing que interpretó Anthony Hopkins en la cinta de Coppola.
Pero es Bill Skarsgård, el payaso Pennywise de It, quien aquí nos ofrece una actuación magnética, encarnando a un vampiro que combina la amenaza física con un patetismo profundamente perturbador. Su voz cavernosa, como salida de las entrañas de la tierra, y su aspecto decrépito, con carne grisácea, dedos largos, mostacho descuidado y movimientos antinaturales, lo convierten en un Nosferatu que asusta y fascina por igual. Lily-Rose Depp, la hija de Johnny Depp, lo hace muy bien como Ellen, expresando una mezcla de fragilidad y fortaleza frente al horror que la rodea. Su interpretación física, marcada por contorsiones y movimientos espasmódicos, ilustra cómo el mal vampírico invade su cuerpo y mente. Por su parte, Dafoe aporta un humor seco y un aire de erudición excéntrica, convirtiéndose en una figura indispensable en este relato, del mismo modo que Simon McBurney como Knock, el equivalente de Renfield el sirviente de Drácula en el relato de Stoker (en otra interesante casualidad, Hoult protagonizó una divertida cinta donde se actualiza la historia de este personaje de hábitos alimenticios particulares).
Eggers demuestra nuevamente su maestría en el diseño de producción, creando un mundo que parece arrancado de un grabado del siglo XIX. Las sombras proyectadas en muros antiguos, los paisajes de pesadilla y los interiores opresivos generan una atmósfera de terror tangible. El humor negro y el horror corporal, utilizado con la precisión quirúrgica de un David Lynch o David Cronenberg, equilibra la gravedad del relato, mientras que los temas de abuso y trauma añaden una relevancia emocional y social.
El subtexto de Nosferatu no solo rescata los miedos arquetípicos del siglo XIX, sino que los recontextualiza para una audiencia moderna. Eggers aborda el vampirismo como una metáfora de la explotación y la violación, un mal que corrompe y devasta, pero también uno que puede ser enfrentado con conocimiento y valentía.
Nosferatu de Eggers es todo un ejemplo de cómo se debe realizar una adaptación, al hacer una película que combina las influencias previas de Murnau, Browning, Herzog y Coppola con un enfoque único y autoral. La película, con su humor macabro, actuaciones brillantes y estética incomparable, es una experiencia cinematográfica envolvente y profundamente perturbadora. Eggers logra capturar el espíritu atemporal del vampiro mientras lo adapta a las preocupaciones de nuestros tiempos, consolidándose como una de las mejores reinterpretaciones de una historia que como los condes Orlok y Drácula, se niega a morir.
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