
Better Man se erige como un biopic musical audaz y conmovedor que fusiona opulencia visual y psicoanálisis para revelar la dualidad de Robbie Williams.
Director: Michael Gracey
Jonno Davies, Carter J. Murphy, Raechelle Banno, Steve Pemberton, Alison Steadman

Con el perdón a Tarantino, no es que los biopics sean un género perezoso, es que en la mayoría de los casos, no se hacen bien. Better Man es uno de los pocos: Un musical arriesgado en el que la trayectoria del cantante conocido en todo el mundo (a excepción tal vez de los Estados Unidos) se revela a través de un relato cargado de simbolismo y metáforas visuales. La cinta no se limita a narrar el ascenso y la caída de una superestrella; es, ante todo, un retrato visceral de la depresión y el tormento interno que, pese al éxito global, han marcado la vida del protagonista. El director Michael Gracey apuesta por un enfoque poco convencional, en el que la representación de Williams mediante un CGI que lo transforma en un simio logra simbolizar la autocrítica y la fragilidad interna del artista.
Desde sus orígenes en Stoke-on-Trent, donde fue concebido como el “chico malo” destinado a revolucionar el panorama musical británico tras su paso por Take That, Robbie Williams ha encarnado una dualidad fascinante. Por un lado, se nos presenta como el arquetipo del pop británico: carismático, enigmático y lleno de excesos; por otro, como un ser profundamente herido, cuya autoestima se ve socavada por la presión implacable de la fama. La película explora estas facetas de manera casi dialéctica, entrelazando escenas de desbordante energía escénica con momentos íntimos y reveladores que desnudan las cicatrices emocionales que el éxito puede dejar.

El relato se despliega desde una infancia marcada por traumas y figuras parentales ambivalentes, hasta el fulgor de un estrellato que, lejos de colmar un vacío existencial, termina por acentuar una sensación de alienación. La narrativa hace eco de episodios tan emblemáticos como sus días de gloria en Take That, el frenético ascenso en solitario y los episodios de autodestrucción que, irónicamente, han cimentado su leyenda. La obra, en este sentido, se erige como un espejo que refleja no solo la evolución de un artista, sino también la crudeza inherente a la cultura de la celebridad.
Uno de los aciertos más polémicos y, a la vez, innovadores de Better Man es el recurso visual que transforma al protagonista en un simio digitalizado a través de captura de movimiento (¿un guiño a la canción Me And My Monkey?). Esta elección estética, lejos de ser un artificio gratuito, cumple una función simbólica: materializa la autoimagen desestructurada y casi autocrítica de Robbie, un hombre que se percibe a sí mismo como un animal de circo, manipulado por el star system, y un ente caótico, atrapado entre el ego y la vulnerabilidad. El CGI, en este contexto, actúa como un filtro que distorsiona la realidad y la convierte en un lienzo surrealista donde confluyen la ironía y la tragedia personal.
La integración de elementos musicales es igualmente destacable. La cinta se nutre de una banda sonora que no solo evoca la música de Williams, caracterizada por el espíritu del Britpop y del dance pop de inicios del milenio, sino que también se sumerge en las reminiscencias del Swing del Rat Pack de mediados del siglo XX (Frank Sinatra, Dean Martin y Sammy Davis Jr.). Cada número musical está cuidadosamente coreografiado, haciendo de cada escena un espectáculo en sí mismo. No es de extrañar que, en pleno despliegue de grandilocuencia y festividad, algunas secuencias recuerden a la magnitud de producciones como The Greatest Showman (Michael Gracey también fue su director), aunque con una intención deliberadamente más introspectiva y tremendamente autocrítica.
En lo que respecta a su contenido psicológico, que es mucho, Better Man se muestra como una meditación sobre el precio de la fama. La película desmenuza la psique del cantante mediante una serie de flashbacks y monólogos interiores que hacen eco del síndrome del impostor, y las teorías freudianas sobre el trauma, la autoimagen y la figura del padre. En este sentido, el retrato del protagonista trasciende lo superficial y se adentra en la complejidad de sus relaciones familiares y en el conflicto entre el deseo de reconocimiento y la autodestrucción. Los seguidores del cantante extrañaremos que no se mencionen a George Michael, Elton John y Geri Halliwell, pero quizás eso hubiera convertido la cinta en un épico muy pesado (además está la miniserie documental de Netflix).
El tratamiento de la relación paterno-filial adquiere una dimensión casi mítica, en la que las figuras parentales: el padre (Steve Pemberton), la madre (Kate Mulvany), la abuela (Alison Steadman) la novia (Raechelle Banno) actúan como catalizadoras de la crisis identitaria del protagonista. Este enfoque, que roza lo melodramático en su expresividad, logra humanizar a un personaje que, de otra manera, podría haber quedado reducido a un mero producto de la industria musical.
No cabe duda de que Robbie Williams ha sido, y sigue siendo, una figura de enorme trascendencia en la cultura pop británica. Su música, que oscila entre la melancolía y la celebración, se presenta en Better Man no solo como un reflejo de su evolución artística, sino también como el vehículo a través del cual se expresa la compleja dicotomía de su existencia. La cinta logra capturar esa esencia contradictoria: la pugna entre la brillantez escénica y la tormenta interna, entre la exaltación del éxito y la desolación que a menudo lo acompaña.
En este sentido, la película se plantea como un estudio casi clínico de la fama, desmitificando la idea de que el reconocimiento mediático sea sinónimo de realización personal. Al situar al cantante en el centro de un relato que es, al mismo tiempo, un homenaje y una crítica mordaz, Better Man invita al espectador a cuestionar los clichés de la celebridad y a entender que, tras la imagen brillante y deslumbrante, se esconde un ser profundamente humano, con todas las contradicciones que ello implica.
Como A Complete Unknown, el reciente biopic de Bob Dylan, Better Man es una obra que desafía las convenciones del biopic musical. Al alternar entre la exaltación del espectáculo y la cruda exposición de la vulnerabilidad, la cinta logra ofrecer una visión compleja y multifacética de su protagonista antropomórfico. Aplausos para Carter J. Murphy y Jonno Davis, los actores que, por medio del uso de recursos como el CGI, logran trascender el artificio visual, para humanizar a Williams y permitir una declaración estética que refuerza el mensaje central: la fama, en su esplendor y miseria, es una construcción tan efímera como dolorosamente real.
La película se consolida como un testimonio de la capacidad del género biográfico para explorar los rincones más oscuros del alma humana, invitándonos a reflexionar sobre la relación entre el éxito y la autopercepción. Así, Better Man se erige no solo como un homenaje a una superestrella de la música Pop, sino como una obra profunda, estremecedora y provocadora (y muy, muy divertida).
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