Medusa (2025)

Medusa intenta ser un thriller de alta tensión, pero se queda en una caricatura llena de clichés, actuaciones mediocres y escenas eróticas gratuitas.

Juana Acosta, Manolo Cardona, Sebastián Martínez, Diego Trujillo, Luis Fernando Hoyos

Desde su estreno en Netflix, Medusa ha intentado venderse como un thriller de alta tensión, una historia de intriga y traición al estilo de Succession, pero con un sabor costeño (antes de su debut, la miniserie estuvo envuelta en una polémica que resultó ser una estrategia de marketing sensacionalista que involucró al reconocido abogado Abelardo de la Espriella). 

Sin embargo, lo que terminó ofreciendo son doce capítulos de un espectáculo patético que se asemeja más a una de esas producciones eróticas de dudosa calidad que presentaba en la madrugada el desaparecido canal Cinema+ (ya saben, escenas de sexo gratuitas, personajes estereotipados y una trama melodramática y romanticona que raya en la parodia involuntaria).

La historia sigue a Bárbara Hidalgo (Juana Acosta), una poderosa ejecutiva quien, luego de sobrevivir a un atentado en altamar mientras hacía uso de su vibrador en forma de lápiz labial mientras retozaba en su yate, regresa con un dedo menos para descubrir quién de su propia familia quiso matarla. La premisa, que supuestamente prometía una historia polémica e intrigante, lo que realmente entrega es un guion lleno de giros previsibles y una protagonista con amnesia selectiva (un recurso sacado de las peores telenovelas del mediodía) que, aunque al inicio se nos va revelando como una villana despiadada, termina convertida en una heroína sufrida, víctima de sus propios olvidos y enamorada del detective encargado de su caso.

Los conflictos familiares se reducen a peleas exageradas, diálogos pobres y traiciones que no sorprenden a nadie. A pesar de que la serie intenta jugar con la ambigüedad moral de Bárbara, todo se resuelve de manera simple: El nerd es el villano, y la protagonista, por arte de magia narrativa, queda redimida sin mayor esfuerzo y unida al detective de pasado traumático que juró protegerla.

Si bien Juana Acosta ha demostrado en otras ocasiones ser una actriz solvente (hace poco se destacó en las películas Del otro lado del jardín y La fianza), en Medusa parece atrapada en un papel que no logra ni puede defender. Su interpretación fluctúa entre la indiferencia y el melodrama más sobreactuado. Manolo Cardona, como el detective Danger Carmelo, es otra de las mayores decepciones: su antihéroe costeño es asumido como menos que una caricatura, restándole cualquier credibilidad al personaje. Sebastián Martínez, como Esteban Arco, el ambiguo esposo de Bárbara, ofrece una actuación sin ningún tipo de ambigüedad; Mabel Moreno, en el papel de Úrsula, la madrastra, juega a la villana de telenovela sin ninguna sutileza; Carlos Torres como Cristian Hidalgo, el hermano de Bárbara y eventual CEO de Medusa es superficial, sin aportar la intensidad que un personaje en su posición y motivaciones requeriría; Diego Trujillo como Damián Hidalgo, el patriarca de la familia, se desenvuelve de una manera rígida y poco natural, careciendo de la autoridad y presencia que el rol demanda; Luis Fernando Hoyos como Camilo Hidalgo, el tío de Bárbara, raya en lo ofensivo; Sebastián Osorio, como Jacobo Hidalgo, el primo de Bárbara, exagera al máximo y refuerza estereotipos en lugar de ofrecer una representación auténtica; y Juanita Molina como Viviana Hidalgo, la media hermana de Bárbara, es insípida y no logra destacar en medio de un elenco ya de por sí deslucido.

El mayor problema del elenco no es solo su falta de química, sino la incapacidad de transmitir la tensión que la historia necesita. Si esta serie se hubiera llamado “No otro thriller erótico” o “No otra miniserie de Netflix” y se hubiera planteado como una parodia intencional, la cosa tal vez habría funcionado.

Uno de los aspectos más cuestionables de la serie es su representación de la cultura costeña. En lugar de construir personajes complejos y realistas, Medusa se apoya en clichés gastados que parecen sacados de un chiste flojo de Álvaro Lemmon sobre “corronchos” en Sábados Felices, de esos que hace décadas podrían provocar algunas risas. Los personajes costeños de Medusa son groseros, burdos y exageradamente vulgares, reduciendo toda una identidad cultural a un puñado de expresiones mal imitadas y conductas ridículas.

El otro pecado mortal de Medusa es su supuesto contenido “atrevido”. La serie no escatima en escenas de sexo, pero estas están coreografiadas con la sutileza de un videoclip de reguetón genérico. Además de los mencionados vibradores, tenemos matrimonios abiertos, orgías gay y hetero, sexo interétnico y escenas lésbicas, todo sin ningún propósito narrativo más allá del morbo. Lejos de ser erótica, la serie se vuelve torpe e incómoda, carente de cualquier sensualidad genuina. En su afán de parecer transgresora, la esperpéntica  miniserie termina siendo simplemente burda y anticlimática.

Si el tratamiento del erotismo es fallido, la representación del uso de sustancias psicoactivas es aún peor. La exnovia lesbiana y chamánica de Bárbara introduce el uso de “hongos sagrados” a la trama como parte de un supuesto “saber ancestral”, pero la forma en que la serie lo maneja es ridícula. En lugar de explorar el tema con respeto o profundidad, todo se convierte en una excusa para secuencias sexo-psicodélicas mal logradas y diálogos pseudo místicos que no llevan a ninguna parte. La serie intenta coquetear con la espiritualidad, pero termina reduciéndola a un espectáculo vacío debido a sus altos niveles de torpeza dramática y narrativa. Y es que la miniserie es tan inepta que deja a Padres e hijos, La rosa de Guadalupe y Élite como obras maestras de la televisión iberoamericana.

Medusa no es simplemente una mala serie: es peor. Su incapacidad de definirse entre el thriller y el melodrama, su elenco desperdiciado y su visión estereotipada de la cultura costeña la convierten en un producto fallido en todos los aspectos. No es intrigante, no es erótica, no es inteligente. Es sucia, inepta y descabellada. No es una serie que cause indignación, sino lástima: lástima por los actores que han puesto en riesgo su reputación, lástima por la oportunidad desperdiciada y lástima por los espectadores que, con la esperanza de encontrar un thriller digno, terminarán viendo un pastiche de clichés y escenas gratuitas que no llevan a nada.

Si Medusa intentaba ser una versión costeña de Succession, el resultado final se parece más a una mala copia de un culebrón turco, con menos elegancia y aún menos sentido. Una miniserie para olvidar… aunque sin amnesia selectiva.

Sobre André Didyme-Dôme 1851 artículos
André Didyme-Dome es psicoterapeuta y periodista. Se desempeña como editor de cine y TV para la revista ROLLING STONE EN ESPAÑOL y es docente universitario; además, es guionista de cómics para MANO DE OBRA, es director del cineclub de la librería CASA TOMADA y conferencista en ILUSTRE. Su amor por el cine, la música pop y rock, la televisión y los cómics raya en la locura.

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