Sinners (Pecadores) (2025)

Con vampiros, blues y sangre, Pecadores es un relato del American Gothic sobre el racismo, la apropiación cultural y el alma vendida en el cruce de caminos.

Dirección: Ryan Coogler

Michael B. Jordan, Miles Caton, Delroy Lindo, Jack O’Connell, Hailee Steinfeld, Wunmi Mosaku, Jayme Lawson

Desde su poderoso debut con Fruitvale Station, Ryan Coogler ha demostrado ser un cineasta que sabe mirar al pasado sin perder de vista las urgencias del presente. Con Sinners, se aleja del universo Marvel (Black Panther) y de la franquicia de Rocky (Creed) para entregarse a un proyecto personal, visceral, imperfecto y profundamente significativo: una fábula vampírica en clave afroamericana que se atreve a ser muchas cosas a la vez: western sureño, musical gótico, película de monstruos, alegoría histórica y que, pese a sus excesos, encuentra momentos de una fuerza y belleza difíciles de olvidar.

En el corazón de esta historia están los hermanos Smoke y Stack (ambos interpretados con carisma y doble registro por Michael B. Jordan), antiguos soldados y gánsteres de Chicago, que regresan al Mississippi profundo con la esperanza de fundar una cantina propia. En ese cruce entre redención y ambición, arrastran consigo a Sammie (un maravilloso debut del cantante Miles Caton), primo adolescente y prodigioso guitarrista, hijo de un pastor, y símbolo viviente de las contradicciones culturales de un Estados Unidos que, como se menciona en la cinta, ama la música negra, pero desprecia a quienes la crean. Desde el primer acorde, Sinners se sitúa en el lugar mítico del blues: la encrucijada donde el alma se negocia con el diablo, y donde la historia de los Estados Unidos muestra su rostro más vampírico.

La cinta bebe claramente de referentes como Blacula, Ganja & Hess, Near Dark, From Dusk Till Dawn y Queen of the Damned, pero lo hace atravesada por un espíritu distinto: aquí el horror no es solo sobrenatural, sino histórico. El racismo, la colonización cultural, el sincretismo religioso y la explotación de los afroamericanos por parte de instituciones blancas (ya sean iglesias, sellos discográficos o imperios económicos) aparecen como formas vampíricas de dominación. Y en ese contexto, el vampiro es más metáfora que monstruo.

El guion de Coogler es denso, en ocasiones sobrecargado, pero también rico en simbolismo: la cantina, construida sobre un aserradero abandonado, se convierte en un templo profano donde el pasado esclavista, el presente de segregación y el futuro utópico coexisten durante una única noche. Allí, Sammie se convierte en el médium a través del cual la música negra (del tambor africano al sintetizador afro futurista) invoca una visión caleidoscópica de lo que fue y lo que podría ser. Hay una secuencia particularmente electrizante donde su interpretación convoca no solo a los vivos, sino también a los espíritus del pasado, el presente y el futuro, como si el Delta se abriera para dejar pasar siglos de herencia cultural comprimida en un solo riff.

La dirección de Coogler apuesta por la grandilocuencia visual. Rodada en 65 mm con cámaras IMAX, la película ofrece texturas deslumbrantes (los trajes azul y rojo de Smoke y Stack, el sudor pegado a la piel, el polvo flotando en la luz de los ventiladores) pero también una cierta distancia emocional, provocada por los desenfoques y las sombras extremas. El horror, cuando llega, se presenta como una eucaristía sangrienta: vampiros blancos entonando canciones celtas, una batalla ritual donde la música se transforma en arma, y una explosión visual donde el blues se convierte en metal y la cantina en campo de guerra. Es un clímax brutal, estilizado, excesivo, y profundamente político.

Pero Sinners también comete pecados. El más evidente es su duración: la primera hora se dedica a construir el universo y sus personajes con tanta minuciosidad que la tensión narrativa se disipa. Cuando finalmente llega el conflicto vampírico, parece venir de otro filme, más ligado al espectáculo que a la reflexión. Asimismo, la cinta vacila entre dos núcleos: ¿es la historia de Smoke y Stack, con su duelo moral y su vínculo fraternal envenenado? ¿O es la historia de Sammie, ese joven cruce entre profeta y víctima, entre redentor y sacrificado? Al intentar abarcar ambas, Coogler termina diluyendo el foco.

El elenco secundario aporta riqueza y diversidad: Delroy Lindo como el blusero alcohólico Delta Slim; Wunmi Mosaku como Annie, la cocinera-bruja y pareja de Smoke, con raíces en el vudú ancestral; Jayme Lawson como Pearline, el interés romántico de Sammie; Hailee Steinfeld como Mary, la exnovia blanca de Stack; Grace (Li Jun Li) and Bo Chow (Yao) como los esposos orientales colaboradores de los gemelos negros en el proyecto de la cantina; y, en un gesto de reverencia generacional, la aparición del legendario Buddy Guy, quien oficia como ancestro viviente del blues. Su solo de guitarra postcréditos, breve pero estremecedor, es uno de los momentos más puros de comunión entre música y cine.

La música, por supuesto, es un personaje más. La partitura de Ludwig Göransson se mueve entre el gospel, el country, el rock sureño, el funk y la distorsión industrial, como si todo el espectro de la música afroamericana pasara por una licuadora infernal. Y sin embargo, incluso en su eclecticismo extremo, la banda sonora logra mantener coherencia emocional: cada nota parece brotar de una herida histórica que aún supura.

Pecadores es una cinta irregular pero audaz. Tropieza por querer decir demasiado, por oscilar entre el sermón y la explosión gore, entre el musical y el cómic de horror. Pero también es una película necesaria, de esas que se arriesgan a imaginar nuevos lenguajes para abrir viejas heridas. Coogler no solo dirige, también predica. Y aunque el altar esté manchado de sangre, el acto de fe sigue siendo conmovedor.

Sobre André Didyme-Dôme 1873 artículos
André Didyme-Dome es psicoterapeuta y periodista. Se desempeña como editor de cine y TV para la revista ROLLING STONE EN ESPAÑOL y es docente universitario; además, es guionista de cómics para MANO DE OBRA, es director del cineclub de la librería CASA TOMADA y conferencista en ILUSTRE. Su amor por el cine, la música pop y rock, la televisión y los cómics raya en la locura.

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