
El vuelo más arriesgado de Andrea Arnold se balancea entre el realismo crudo y el delirio lírico.
Directora: Andrea Arnold
Nykiya Adams, Franz Rogowski, Barry Keoghan

Andrea Arnold, una de las voces más intensas del cine británico contemporáneo, ha forjado una filmografía que mira de frente al margen social con una sensibilidad lírica inconfundible. Desde la electrizante Fish Tank (2009), pasando por su radical y atmosférica adaptación de Wuthering Heights (2011), hasta la odisea juvenil American Honey (2016), Arnold ha sabido retratar mundos fracturados desde la mirada de mujeres jóvenes enfrentadas a estructuras sociales hostiles. Sus obras están marcadas por el uso visceral de la cámara en mano, el sonido ambiente, una notable dirección de actores no profesionales o emergentes, y una poética que transforma lo banal en sublime.
En Bird, Arnold vuelve a su hábitat natural en los márgenes de la sociedad británica y los cuerpos en transformación. Esta vez, sin embargo, da un giro inesperado al incluir elementos de fábula, surrealismo y una cuota de delirio narrativo que descoloca. El resultado es una cinta que oscila entre la densidad emocional de Fish Tank y los vuelos oníricos de American Honey, pero con una estructura más caprichosa y fragmentaria.

La historia sigue a Bailey (Nykiya Adams), una niña de 12 años cuya vida está marcada por el abandono emocional y la precariedad afectiva. Vive con su padre Bug (Barry Keoghan), un tipo desbordado por su entusiasmo y sus negocios descabellados, entre ellos un experimento psicodélico con sapos alucinógenos. Keoghan, actor siempre al filo de lo excéntrico, construye a Bug como un bufón melancólico, entregado a su inminente boda y a su patética necesidad de reconocimiento. Bailey, mientras tanto, se refugia en la contemplación de los pájaros y en su mirada inquisitiva al mundo que la rodea.
El punto de inflexión llega con la aparición de Bird (Franz Rogowski), un hombre enigmático, vestido con una falda escocesa y portador de una sensibilidad extraterrenal. Rogowski, con su físico fantasmal y su acento alemán sin explicación alguna, interpreta al personaje como una figura casi mitológica, un catalizador que confronta a Bailey con sus propios anhelos y temores. La relación entre ambos (de ternura, extrañeza y mutua necesidad) se convierte en el corazón emocional del filme.
Arnold combina elementos de realismo social (la violencia doméstica, la marginalidad, la angustia adolescente) con situaciones absurdas y simbólicas. La película se permite momentos de humor insólito, rupturas tonales y una estética que bordea el videoclip o la performance. En ciertos pasajes, recuerda al Ken Loach de Kes por su atención al mundo infantil herido, pero también se hermana con cineastas como Lynne Ramsay (We Need To Talk About Kevin, You Were Never Really Here) o Clio Barnard (The Arbor, The Selfish Giant) en su disposición a transgredir los límites del drama tradicional.
Sin embargo, esa libertad formal es también su talón de Aquiles. Bird es una película desigual, a ratos inverosímil, con giros narrativos que bordean el ridículo y otros de una belleza abrumadora. Algunas de sus imágenes (como la del sapo sudando al ritmo de Murder on the Dancefloor) parecen bromas internas, como este guiño a Saltburn que puede llegar a desconcertar al espectador. La cinta no teme abrazar el exceso, lo grotesco, lo onírico, pero no siempre encuentra el equilibrio entre estos registros.
Nykiya Adams ofrece una interpretación notable, contenida y precisa, que sostiene el relato incluso cuando este flaquea. Su rostro concentra todo lo que Arnold ha sabido retratar en sus protagonistas: vulnerabilidad, ira y deseo de escapar. Su Bailey es una criatura entre dos mundos (la niñez y la adultez, lo real y lo imaginario) que encarna el tránsito doloroso del crecimiento.
Bird no es una obra mayor dentro de la filmografía de Arnold, pero sí una tentativa valiente de explorar nuevos caminos expresivos. En su mezcla de poesía, delirio y denuncia, la película confirma que el cine de Arnold sigue siendo un territorio fértil para la experimentación, aunque el vuelo, esta vez, no siempre alcance las alturas esperadas.
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