
Una joven estudiante noruega escribe una historia de amor que confunde deseo, lenguaje y poder, en el capítulo más lírico y provocador de la trilogía íntima de Dag Johan Haugerud.
Director: Dag Johan Haugerud
Ella Øverbye, Selome Emnetu, Ane Dahl Torp, Anne Marit Jacobsen

En el universo introspectivo de Dag Johan Haugerud (Yo pertenezco, Cuidado con los niños), el deseo no se grita ni se impone, sino que se murmura, se escribe y se piensa. Con Sueños (Deseo, Amor), el autor noruego cierra una trilogía dedicada a las formas contemporáneas de la intimidad, abordando ahora el amor adolescente desde la perspectiva más vulnerable y volátil, que es la de quien ama por primera vez y, en esa vorágine, intenta definir(se) a través de la palabra escrita.

La protagonista, Johanne, interpretada con una fragilidad luminosa por Ella Øverbye, es una joven de 17 años que vive en una nube emocional. Su atracción por su nueva profesora, Johanna (Selome Emnetu), surge de forma súbita pero no caricaturesca, y encuentra cauce en la escritura. Haugerud, que también firma el guion, opta por una voz en off constante (un poco abrumadora, quizás) que se confunde con el texto autobiográfico que Johanne elabora sobre su experiencia. Esta es una mezcla de diario íntimo, novela confesional y carta de amor que funciona tanto como recurso narrativo como declaración estética. En un tiempo donde la imagen suele reinar, Sueños apuesta por el poder de la narración verbal y escrita para hacer visible lo invisible.
La relación entre Johanne y su profesora nunca cae en el terreno de lo explícito o lo abusivo. Haugerud escoge la ambigüedad, y con ello lanza una provocación ética que el espectador debe afrontar sin el consuelo de los juicios fáciles. ¿Es Johanne una adolescente confundida que proyecta sentimientos no correspondidos, o Johanna juega con la atención que despierta en su alumna? El guion evita sentencias, y se desliza con precisión por los matices del deseo juvenil, la fragilidad de los límites afectivos y las capas de la representación.
Una de las decisiones más inteligentes de la cinta consiste en trasladar el conflicto hacia el texto literario que Johanne escribe un año después. En esa obra, que fluctúa entre la autoficción y la reinvención narrativa, se agita un escándalo potencial que sus familiares leen con ojos dispares. La madre (una excelente Ane Dahl Torp), alarmada ante la posibilidad de un abuso; la abuela (Anne Marit Jacobsen), una escritora veterana fascinada por el talento precoz de su nieta y dispuesta a proyectar en ella sus propias aspiraciones literarias. Es aquí donde Sueños se vuelve más que un coming-of-age y se transforma en un campo de tensión intergeneracional donde el cuerpo femenino, la palabra y la experiencia son interpretadas y apropiadas por miradas ajenas.
En el plano formal, la película brilla por su tono ligero y su sobriedad. La fotografía de Cecilie Semec privilegia los tonos fríos y los espacios íntimos, casi siempre interiores, como si el verdadero clima de la película fuera el del pensamiento. La música de Anna Berg aporta una melancolía leve, que nunca subraya el drama pero sí acompaña la evolución emocional de la protagonista. La puesta en escena, lejos de cualquier énfasis melodramático, permite que las actuaciones respiren y que el humor (siempre inteligente, irónico y sutil) se cuele en los momentos más inesperados.
Una escena en el bosque entre madre e hija, que gira en torno a una discusión sobre la película Flashdance y su pertinencia feminista, condensa a la perfección el estilo de Haugerud conformado por personajes bien leídos, feminismos que chocan desde posiciones generacionales distintas, y un sentido del humor que revela más que cualquier discurso.
Lo que distingue a Sueños no es solo su enfoque en el deseo femenino adolescente, sino su afirmación de la escritura como espacio de mediación, transformación y conflicto. En un guiño deliberado a la tradición noruega de la autoficción (con ecos de Knausgård, pero también de Annie Ernaux), la cinta nos invita a pensar en cómo las palabras que usamos para contar nuestras emociones también moldean nuestras identidades y relaciones.
Sueños es, en suma, una obra de madurez sobre la inmadurez, una historia sobre la confusión que deja marcas indelebles y sobre los relatos que pueden herir, liberar o simplemente complicar aún más aquello que intentaban entender. Haugerud no ofrece moralejas, sino espejos. Y frente a ellos, tanto sus personajes como el espectador deben aprender a leerse de nuevo.
Dejar una contestacion