
Un nido de amor y deseo, donde la iniciación, el descaro y la transgresión se funden en un vodevil lúdico y lúbrico.
Director: Hans Billian
Christine Szenetra, Uschi Stiegelmaier, Patricia Rhomberg, Biggi Stenzhorn, Karin Lorson, Sepp Gneissl, Angelika Hefner

Como en una farsa dirigida por un libertino en celo, Bienenstich im Liebesnest (1975) despliega un teatro de cuerpos y máscaras, donde la comedia de enredos se viste de lubricidad, y la inocencia se despide con una sonrisa ambigua. Bajo la cámara de Hans Billian, el Hotel “Nido de amor” se convierte en un microcosmos de la Alemania de posguerra tardía, un espacio donde el patriarcado se erotiza, se parodia y se descompone.

Billian, conocido por su mezcla entre sátira, erotismo y provocación, maneja aquí un tono que bascula entre la risa nerviosa y el cinismo obsceno. No hay erotismo solemne: Todo es desvergonzado, casi carnavalesco. Pero en esa risa, en esa vulgaridad festiva, se cuela también la melancolía de los que no saben amar sin pagar, sin mentir, sin huir.
El personaje de Hannelore, encarnado por la bella e ingenua Christine Szenetra, funciona como eje trágico y cómico de este mecanismo lubricado por el deseo. Su viaje (desde la virginal muchacha que escapa con su amante torpe hasta la hábil doncella que manipula a los hombres del hotel con astucia aprendida) es una parábola descarnada de iniciación, no exenta de crueldad. No hay redención, pero sí una forma de autonomía torcida, un aprendizaje con sabor amargo.
A su alrededor, giran los demás arquetipos del teatro erótico: La mucama que enseña sexo como si diera clases de etiqueta (Karin Lorson, encantadora y obscena), el gerente con fetiche de violador consentido, los maridos adúlteros, la esposa vengativa (una Patricia Rhomberg deliciosa, y siempre imponente), y la joya insólita del filme: La ladrona vestida de gata, encarnada por una inolvidable Uschi Stiegelmaier. Esta figura felina, mitad Catwoman, mitad mito freudiano, seduce a sus captores con una mezcla de burla y entrega, robando carteras, pero también escenas.
Las versiones soft y hard del filme juegan con el concepto de duplicidad: Las actrices cambian de nombre o rol según la edición, como si el propio deseo mutara según quién lo mire. Biggi Stenzhorn, rubia al borde del cliché, representa este desdoblamiento con soltura: En una versión es colegiala traviesa; en la otra, mujer que se queda para ocupar el lugar de Hannelore. Así, la historia se vuelve ciclo, rito y repetición.
Hans Billian filma con un ritmo que recuerda al vodevil más sucio, pero con una construcción visual precisa. Su cámara es casi doméstica, fija, sin glamur; pero esa austeridad acentúa lo sórdido, lo cómico y lo ridículo. El montaje intercala escenas de coito impostado con gags dignos de una revista de humor barato. Hay algo de pornografía artesanal, de teatro pobre del deseo, que refuerza la sensación de estar asistiendo a un espectáculo a la vez íntimo y grotesco.
La música, los escenarios kitsch, la iluminación cálida y plana… todo contribuye a esa sensación de estar en una opereta de pasiones baratas. Y sin embargo, en medio del ridículo, aparece lo humano. Como en el cine de Russ Meyer o Jesús Franco, aquí la carne es el lenguaje de lo lúdico.
Bienenstich im Liebesnest no es simplemente una película porno con pretensiones cómicas. Es, como toda obra mayor de Hans Billian, una coreografía de lo patético, lo cómico y lo obsceno. Un retrato de la moral burguesa desbordada por sus propias pulsiones. Un himno burdo a la libertad mal entendida. Y sí, una fantasía, pero una que, como la miel fermentada, embriaga tanto como empalaga.
En su clímax final, cuando la policía entra al hotel y encuentra a un alto funcionario teniendo sexo con la ladrona felina, entendemos que nada aquí es marginal: Lo sexual es poder, y el poder, en este mundo, se compra, se esconde y se goza con el consentimiento de la farsa. Y así, entre la mueca, el orgasmo y la carcajada, el hotel “Nido de amor” cierra sus cortinas por una noche más, mientras otra muchacha sube las escaleras.
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