The General (El maquinista de La General) (1926)

Un héroe sin palabras, un tren en fuga y una cámara que nunca miente. The General es la travesía gloriosa de un hombre, una locomotora y un país en guerra, todo contado sin diálogos, pero con elocuencia insuperable.

Director: Clyde Bruckman y Buster Keaton

Buster Keaton, Marion Mack, Glen Cavender, Jim Farley

Pocas veces la historia del cine ha sido testigo de un equilibrio tan perfecto entre acción y contemplación como en The General (1926), la obra cumbre de Buster Keaton, ese asceta del slapstick que, con rostro inmutable y un cuerpo elástico como el de un acróbata zen, erigió una película donde la ingeniería narrativa y la emoción humana coexisten en armónica fricción. Más que una comedia o una cinta de aventuras, The General es un tratado sobre la simetría, el ritmo y la resistencia del hombre ante el absurdo del mundo moderno.

Inspirada en un hecho real de la Guerra Civil estadounidense (la llamada Great Locomotive Chase) Keaton invierte el punto de vista tradicional al narrar desde el lado confederado, no con intenciones revisionistas sino para dotar a su protagonista de un destino trágico y romántico. Johnnie Gray (Keaton), ingeniero de tren y devoto de dos pasiones gemelas (su locomotora “The General” y su amada Annabelle Lee), es rechazado por el ejército y, peor aún, por la mujer que ama, al ser considerado un cobarde. Pero su redención llegará, no con discursos ni gestos heroicos, sino mediante la persistencia silenciosa, la acción precisa y la tenacidad cómica.

Desde el punto de vista formal, The General es una proeza estructural. La película está construida como un díptico especular: una persecución hacia el norte y otra hacia el sur, en la que todo lo que fue obstáculo se convierte en ventaja, en una suerte de bumerán narrativo donde cada gag encuentra su eco invertido. Este principio de simetría no es solo una fórmula matemática, sino un principio estético que rige el universo de Keaton, un mundo donde la lógica física tiene sentido propio, y donde la máquina no es el enemigo, sino el escenario natural del drama humano.

La meticulosa puesta en escena revela el perfeccionismo obsesivo de Keaton. Los trenes son reales, las acrobacias son reales, los peligros son reales. No hay trucos, solo talento, cálculo y riesgo. La secuencia del cañón que amenaza con disparar a Johnnie, resuelta gracias a una curva del ferrocarril, es uno de los ejemplos más brillantes del “turnabout” keatoniano: la amenaza se convierte en salvación, el azar en coreografía. Este principio del giro imprevisto rige la lógica interna del film, convirtiendo cada situación en un campo de posibilidades narrativas.

En cuanto a la fotografía, el cuidado con que se recrea la estética de la Guerra Civil remite a las daguerrotipos de Mathew Brady, evocando una América que aún no ha resuelto sus fracturas. El paisaje no es decorado, sino protagonista: un espacio que reduce a Johnnie a una figura diminuta, apenas una mancha entre rieles, humo y montañas. Y, sin embargo, es precisamente en esa pequeñez donde se cifra su heroísmo. Keaton no es un superhombre, sino un hombre que resiste.

Pero lo que eleva a The General por encima de la mayoría de las películas de su época (y de muchas posteriores) es su capacidad para conjugar lo épico con lo íntimo. Detrás de cada peripecia se adivina la ternura: la devoción silenciosa de Johnnie por su máquina y su amada, su vulnerabilidad ante el rechazo, su torpeza transformada en virtud. El héroe keatoniano no es carismático ni verborrágico. Es, ante todo, honesto.

No es casual que The General, al estrenarse, fuera un fracaso comercial y crítico. Su ambigüedad política, su silencio dramático, su ritmo más contemplativo que explosivo, chocaron con las expectativas del público de 1926. Solo décadas más tarde fue reivindicada como una obra maestra por la crítica y las instituciones fílmicas, culminando en su inclusión en el Registro Nacional de Cine de los Estados Unidos. y en las listas de mejores películas de todos los tiempos.

En tiempos dominados por el vértigo digital, The General sigue siendo un monumento al cine físico, artesanal, donde cada movimiento tiene un peso, cada gag una función y cada silencio una elocuencia. Keaton construyó una obra que no necesita palabras porque, como los grandes trenes, se explica por su potencia, su dirección y su irreductible voluntad de avanzar, aunque todo parezca en su contra.

Una epopeya muda. Una comedia existencial. Una lección de cine. Así es The General. Y así, también, es Buster Keaton, el hombre que convirtió el fracaso en arte, la maquinaria en poesía y la soledad en movimiento.

Sobre André Didyme-Dôme 1953 artículos
André Didyme-Dome es psicoterapeuta y periodista. Se desempeña como editor de cine y TV para las revistas ROLLING STONE Y THE HOLLYWOOD REPORTER EN ESPAÑOL y es docente universitario; además, es guionista de cómics para MANO DE OBRA, es director del cineclub de la librería CASA TOMADA y conferencista en ILUSTRE. Su amor por el cine, la música pop y rock, la televisión y los cómics raya en la locura.

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