
Una comedia ligera con corazón, algo de humor y ritmo irregular.
Dirección: Ricardo González Villa
Édgar Vittorino, Carmenza Gómez, Cristal Aparicio, Yuldor Gutiérrez, Daniela Vega, Natalia Betancurt, Julián Caicedo, José Miguel Numo

Hay películas que nacen del afecto más que de la experticia. Un padre muy madre pertenece a esa estirpe. Estamos hablando de una comedia romántica familiar que apuesta por la ternura, la corrección política y el humor costumbrista, sin mayores ambiciones formales, pero con una clara intención de conectar emocionalmente con su público. En su trayecto, sin embargo, tropieza con su propio tono, tambaleando entre la risa ligera y el melodrama sobre la paternidad, sin alcanzar del todo la cohesión que necesita.

Dennis (Édgar Vittorino) es un joven administrador de un hotel ecológico en crisis ubicado en La Guajira, que descubre que su novia, Sandra (Daniela Vega Mendoza), está embarazada, pero no desea continuar con el proceso. En una decisión tan noble como improbable, Dennis decide asumir el embarazo simbólicamente y prepararse para ser papá… y mamá. Inscrito en un curso psicoprofiláctico, rodeado de mujeres embarazadas y liderado por Lily (Natalia Betancurt), comenzará a vivir en carne propia el síndrome de Couvade, somatizando síntomas del embarazo mientras intenta salvar su negocio de la quiebra, lidiar con el regreso de su padre ausente (Yuldor Gutiérrez) y mantener su secreto frente a su madre Sofía (Carmenza Gómez) y su hermana menor Ángela (Cristal Aparicio).
Uno de los aciertos más evidentes de la película es su paisaje: las playas de Mayapo y los desiertos guajiros son más que escenario, funcionan como espejo emocional del protagonista, tan cálido como fértil en su transformación interna. El contraste entre la calidez visual del entorno y la confusión de Dennis permite que la fotografía respire belleza incluso cuando el guion se tambalea.
El humor, en cambio, es inestable. La película se adscribe a un tono híbrido, donde conviven el slapstick, las ocurrencias (gracias al personaje del gordo John, interpretado por Julián Caicedo, un aficionado al cine que quiere hacer un documental sobre su amigo), el humor costeño estereotipado (encarnado en gran parte por Raúl, el amigo ocurrente de Dennis interpretado por José Miguel Numo) y momentos francamente absurdos. No todos estos elementos encajan bien entre sí. Algunas escenas parecen sacadas de una comedia televisiva de antaño, otras de un drama intimista sobre la masculinidad en crisis. El resultado es una película con demasiadas intenciones que a veces se anulan entre sí.
Édgar Vittorino, sin embargo, consigue sostener al personaje con entrega emocional. Su Dennis es torpe, sensible, generoso, con un arco que le exige explorar registros no habituales en los roles masculinos del cine colombiano. Daniela Vega, como Sandra (la madre soltera que queda embarazada de Dennis durante el proceso) aporta algo de carisma, aunque su personaje no está del todo desarrollado. Por su parte, Carmenza Gómez cumple con sobriedad en el rol materno, mientras que Cristal Aparicio ofrece ternura sin afectación en el papel de la hermana menor como parte de una trama secundaria que busca denunciar el abuso sexual.
Uno de los méritos del filme es su interés en redefinir el papel del padre en un país donde, según cifras oficiales, más de la mitad de los hogares son encabezados por madres solteras. La propuesta de un hombre dispuesto a cuidar, sostener y amar sin condiciones ni evasivas resulta profundamente necesaria, aunque su representación esté tamizada por la caricatura.
El humor, que impregna buena parte de los diálogos, da color local a la película y conecta con un público amplio, pero a veces se interpone con los momentos de mayor hondura. La música subraya la dimensión emotiva y busca cerrar con calor lo que la estructura narrativa no siempre logra cerrar con solidez.
Un padre muy madre es, en el fondo, una historia de reconciliaciones: con los padres, con la idea de familia, con uno mismo. Su mensaje es noble, su energía cálida, y aunque sus formas sean irregulares, se siente el pulso humano detrás de la propuesta. Como el propio Dennis, la película tropieza, se marea, se infla emocionalmente, pero sigue adelante.
Puede que no sea una gran comedia ni película, pero sí un pequeño acto de amor cinematográfico. Y eso, en estos tiempos de cinismo y fórmulas agotadas, merece una sonrisa.
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