Querido trópico (2025)

Un drama íntimo sobre una mujer que aprende a cuidar y otra a ser cuidada, no por deber, sino por amor.

Directora: Ana Endara

Paulina García, Jenny Navarrete, Juliette Roy

En el corazón de Querido trópico late una paradoja luminosa. Mientras el cuerpo de Mechi se desvanece entre los pliegues de la demencia, su humanidad (reprimida por el clasismo y el autoritarismo) comienza a aflorar. Como si su enfermedad no la destruyera, sino que la descamase, arrancándole capas de poder, de dinero y de privilegio, hasta dejarla en el estado más vulnerable y auténtico de su vida. Allí, en ese terreno frágil, la espera Ana María, la cuidadora inmigrante que finge un embarazo para conservar el empleo y su estatus legal en Panamá. Entre ellas no se teje una relación maternal ni una amistad inmediata, sino un vínculo más inclasificable. Una forma radical de empatía entre mujeres que, al ser despojadas de sus roles y de sus máscaras, pueden por fin mirarse con ternura.

Ana Endara, en su primer largometraje de ficción, toma un arquetipo cinematográfico cientos de veces transitado como el de la persona mayor enferma y el cuidador joven (piensen en Rain Man, Scent Of A Woman o en la cinta francesa Intouchables) y lo transforma en una exploración poética sobre el ser madre, el ser hija y, sobre todo, el ser mujer en un mundo que a menudo define a las mujeres por aquello que cuidan o abandonan. La trama parte de un acuerdo económico: Jimena (Juliette Roy), la hija distante y ocupada, contrata a Ana María por 140 dólares semanales, con la promesa de ayudarla con los papeles migratorios si todo va bien. Es un pacto desigual, disfrazado de oportunidad, que pone en evidencia la conciencia de clase que atraviesa toda la película. Pero lo que sigue no es una crónica de explotación ni un melodrama social, sino algo más sutil. Un camino de revelaciones, de complicidades calladas y de silencios compartidos.

El escenario doméstico en el que transcurre la mayor parte del filme (una casa burguesa invadida por las flores, los insectos y el verdor tropical) es más que un simple decorado. Representa la frágil frontera entre el deber ser y el ser. El hogar ordenado, lleno de objetos, es símbolo de una vida domesticada por el poder y la costumbre; la selva que se filtra por las ventanas es la pulsión vital, el deseo, la memoria. Mechi, interpretada por una Paulina García extraordinaria, vive entre ambos mundos. Su mente vaga y su lengua afilada se mezclan con momentos de lucidez que desarman. Su enfermedad no es una derrota, sino una especie de verdad liberadora que la desclasa, la desarma y la devuelve al origen. Su cuerpo enfermo ya no responde a la lógica del control, sino a la del abandono.

La colombiana Jenny Navarrete (El otro hijo), como Ana María, construye un personaje de una humanidad contenida. Su embarazo falso no es solo una estrategia para sobrevivir, es también un espejo de los deseos y temores que la atraviesan. La maternidad aquí no es un estado, sino una pregunta constante. Ana María no está embarazada, pero ejerce una maternidad real con Mechi, una maternidad que no nace del útero sino del cuidado, de la presencia y de la escucha. En ese sentido, Querido trópico es una película profundamente política, porque se atreve a mostrar el cuidado como una forma de resistencia, y el amor como una respuesta a la desigualdad.

La cinta trabaja también una idea potente como es la de la migración como desplazamiento del cuerpo y del alma. Ana María ha dejado Colombia, ha dejado a su hijo, ha dejado incluso su identidad. Pero en la relación con Mechi (una relación que no está marcada por el afecto inmediato sino por la necesidad, por la paciencia, por la repetición) va encontrando un territorio nuevo. No es la tierra prometida, ni siquiera un refugio, pero sí una forma de vínculo que no depende de los papeles ni del dinero, sino de la mirada del otro.

Lo que vuelve encantadora a Querido trópico no es solo su guion sutil o su cuidada dirección de actores, sino su capacidad para decir cosas hondas con pequeños gestos. Una mano que tiembla, una flor que se abre, una voz que titubea. La puesta en escena de Endara rehúye los excesos melodramáticos y se inclina por una narración casi impresionista, donde las emociones no se declaran sino que se filtran. La música, la luz, los sonidos de la selva, todo colabora para construir una atmósfera donde la vida y la muerte, el recuerdo y la pérdida, la ternura y el miedo, conviven.

En el fondo, Querido trópico es una meditación sobre lo que nos queda cuando lo demás (el dinero, el prestigio, los roles sociales) se ha ido. Y lo que queda, parece decirnos Endara, es el amor. No el amor romántico ni el filial, sino ese amor raro, inesperado, entre dos mujeres que se acompañan en el abismo. Porque a veces, lo más cercano al hogar no es un lugar, sino una mirada, una canción o una risa compartida. 

Sobre André Didyme-Dôme 1967 artículos
André Didyme-Dome es psicoterapeuta y periodista. Se desempeña como editor de cine y TV para las revistas ROLLING STONE Y THE HOLLYWOOD REPORTER EN ESPAÑOL y es docente universitario; además, es guionista de cómics para MANO DE OBRA, es director del cineclub de la librería CASA TOMADA y conferencista en ILUSTRE. Su amor por el cine, la música pop y rock, la televisión y los cómics raya en la locura.

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