Pese a tener un gran actor y a una excelente fotografía, la película sobre el respetado pintor francés se queda en melodramas y melancolías.
Dirección: Edouard Deluc
Vincent Cassel, Tuheï Adams, Malik Zidi
Gracias a las recientes Cézanne y yo, Loving Vincent, Egon Schiele o Rodin, las películas sobre pintores se están convirtiendo en todo un género. Se añade a la galería Gaugin, el pintor post-impresionista que solo sería respetado y reconocido años después de su muerte en 1903.
Vincent Cassel interpreta al artista en un episodio significativo de su vida dejando de lado su tormentosa relación con Van Gogh (que aquí ni siquiera se menciona) y centrándose en el viaje que el francés realiza a Tahití, abandonando su patria decadente y dejando atrás a su esposa y a sus hijos.
El Gaugin de Cassel es una persona noble e idealista, alejado de la controversia y de sus inclinaciones oscuras. Aquí se retrata como un artista que vivía para sus pinturas hasta el momento en el que encontró a Tehura (Tuheï Adams), su compañera, musa y amor de su vida (quien en realidad tenía 13 años cuando Gaugin la convirtió en su segunda esposa).
El director Edouard Deluc (Bienvenidos a Argentina) se apoya en un gran trabajo de fotografía cortesía de Pierre Cottereau y de la atmosférica música de Warren Ellis para contar este relato de corte depresivo y melancólico. Pero la falta de exploración de los procesos creativos, los cuales se reemplazan por situaciones ridículas (Gaugin pescando con una escopeta) y escenas de celos entre Gaugin, su joven aprendiz y Tahura, reducen este biopic a una colección de anécdotas que reducen y dejan sin explicación la razón del reconocimiento que actualmente se le hace a este gran pintor.
