Una cámara hace que las personas que posan para ella, terminen encontrando la muerte. Una premisa divertida llevada al traste.
Director: Anton Zenkovich
Egor Kharlamov, Sanjar Madi, Garik Petrosyan
La novia, La sirena, Pesadilla al amanecer y ahora, Una foto antes de morir. Tal parece que el cine de terror es a Rusia lo que Taylor Swift es al Death Metal.
El debut cinematográfico de Anton Zenkovich sigue la estructura tradicional típica de las películas norteamericanas del género: un grupo conformado por siete amigos sufre un accidente automovilístico (atropellan a un alce) y quedan en la mitad de un bosque gélido y tenebroso. Los amigos se separan: dos parejas encuentran una cabaña, una pareja se queda en el auto y un chico se va solo en busca de la policía.
En el interior de la misteriosa cabaña, los cuatro chicos encuentran una vieja cámara fotográfica que tiene la propiedad de retratar y sentenciar a muerte a la persona que posa para ella. Por medio de flashbacks, sabremos que la cámara no es producto de fuerzas sobrenaturales, sino de un experimento llevado a cabo en la década de los ochenta. La cámara fue robada por un científico, quien a su vez fue asesinado por un ex presidiario, que se supone, es la persona malvada detrás de lo que le va a suceder a los jóvenes.
Una foto antes de morir no sufre por la revelación de spoilers, porque no los posee (a no ser que el espectador no haya visto una película de terror en su vida, aunque hay que decirlo, esta sería una pésima iniciación al género). Basta decir que poco a poco, cada uno de los jóvenes va a ser víctima de la cámara. Y lo que debería generar miedo, termina provocando risa, debido a las pésimas actuaciones (peores aún, si se ve la película doblada al inglés o al español), como también a las situaciones absurdas, terriblemente ejecutadas y con una propuesta visual y una dirección de arte menos que mediocres.
Los rusos deberían abandonar el cine de terror si siguen haciendo cosas como Una foto antes de morir. Una tradición cinematográfica que incluye autores como Sergei Eisenstein, Dziga Vertov, Serguéi Paradzhánov y Andrei Tarkovski debería, por lo menos, estar cerca de las propuestas que directores norteamericanos como Robert Eggers (The Witch) o Ari Aster (Hereditary) han realizado influenciados en parte, por el trabajo del cine ruso (y europeo) de antaño.
Esta película idiota sobre jóvenes idiotas y una cámara muy peculiar, es toda una vergüenza para el cine de ese país y hace que pidamos a gritos un nuevo trabajo de Andréi Zviáguintsev (Leviatán) para poder exorcizar esta terrible experiencia.
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