El cine experimental regresa a la gran pantalla con una hermosa exploración sensorial y espiritual que nos lleva a reflexionar sobre la vida, la muerte y lo extraña que es la existencia.
Director: Apichatpong Weerasethakul
Tilda Swinton, Elkin Díaz, Jeanne Balibar, Juan Pablo Urrego
Tilda Swinton es una extraterrestre y Apichatpong Weerasethakul lo sabe. Esta actriz británica de belleza etérea, elegante y andrógina, es algo único en el cine contemporáneo. Swinton ha sido la protagonista de unas películas que se apartan casi que por completo del cine tradicional, pero también ha hecho parte de grandes éxitos de taquilla.
En sus inicios fue la musa del gran director experimental Derek Jarman, participando en sus obras Caravaggio, War Requiem, Edward II, Wittgenstein y Blue (una cinta en la que el espectador se expone a una pantalla de color azul por una hora y veinte minutos). Pero el público masivo la reconoce por sus papeles en cintas como Constantine, Vanilla Sky, The Beach, Chronicles Of Narnia y Doctor Strange, donde aportó con su sofisticación, inteligencia y enorme talento.
Uno de los mejores papeles en la carrera de Swinton lo encontramos en Orlando, la película de Sally Potter basada en la novela de Virginia Woolf, en donde ella interpretó las versiones masculinas y femeninas de un mismo personaje a través de los siglos. Tampoco podemos olvidar a esa madre que no sabe qué hacer con su hijo descarriado en We Need To Talk About Kevin de la directora Lynn Ramsey. Y además de ser también la musa de Jim Jarmusch y Wes Anderson, su participación en los vídeos musicales The Box del dúo de música electrónica Orbital y de Stars, el último clip de David Bowie, han dejado una huella imborrable en el mundo del arte de complementar los sonidos con imágenes.
Al parecer, Apichatpong Weerasethakul (el autor de esa joya cinematográfica conocida como El tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas), hizo una conexión inconsciente con la segunda aparición de Swinton como actriz, en una inquietante película llamada Friendship’s Death, en la que ella interpretó a un androide alienígena que naufragó en nuestro planeta.
En Memoria, la nueva película de este gran director tailandés, Swinton interpreta a Jessica, una mujer que nos recuerda al androide Friendship, enviado a la Tierra en una misión de paz, así como a Thomas Jerome Newton, el alienígena que debe hacerse pasar como un ser humano para así poder salvar a su planeta moribundo, que interpretó su amigo David Bowie en el clásico de culto The Man Who Fell To Earth de Nicolas Roeg.
Jessica es una extranjera (alien en inglés) que vive en un lugar muy diferente a su lugar de origen, pero que guarda algunas similitudes con la Tailandia de Weerasethakul: Estamos hablando nada menos que de Colombia.
Ella es una mujer inglesa que reside en Medellín y trabaja con flores (recordemos que la flor nacional de Colombia es la orquídea, cuyo nombre viene de orchis, que en griego antiguo significa “testículo”). En algún momento, Jessica revisa un texto sobre flores y vemos a una orquídea enferma. ¿Es este un símbolo del momento particular que estamos viviendo?
Jessica viaja a Bogotá para visitar a su hermana que padece de una enfermedad respiratoria (Agnes Brekke). En otro momento de la cinta, Juan, el esposo de la hermana de Jessica (interpretado por el mexicano Daniel Jiménez Cacho, protagonista de la película Zama), le recita a Jessica un poema compuesto por él e inspirado en los hongos. ¿Puede haber belleza en la decadencia, en la enfermedad, en la muerte?
La película de Weerasethakul se inicia con Jessica durmiendo, cuando un fuerte ruido repentino la hace levantar de su cama. ¿Qué produjo ese extraño sonido?
Este sonido estruendoso, profundo y perturbador, que Jessica escucha una y otra vez en momentos inesperados y que, al parecer, solo es escuchado por ella, puede ser la señal del apocalipsis, puede ser la consecuencia de un tumor cerebral, puede ser el indicio de la pérdida de la razón, o un extraño llamado al que ella debe obedecer. El sonido es un misterio tanto para Jessica, como para nosotros los espectadores.
Para tratar de resolver el misterio, Jessica visita a un ingeniero de sonido llamado Hernán (Juan Pablo Urrego), y él trata de emular el sonido a partir de las descripciones de ella. Hernán acompaña a Jessica a ver unos invernaderos y ambos charlan sobre lo que hacen en un encuentro en un parque. Pero más tarde, cuando Jessica regresa al estudio de grabación, se encuentra con que nadie conoce a Hernán. ¿Es Hernán un fantasma?
Como si se tratara de una cinta de David Lynch, Jessica se encuentra con un hombre más viejo llamado Hernán (Elkin Díaz), que pasa los días desescamando pescados y que confiesa recordarlo todo, como si fuera el Funes de Borges. Este Hernán (puede ser el mismo ingeniero de sonido en una versión del futuro), también le dice a Jessica que puede sentir lo que ha sucedido en el pasado tocando las piedras y cuando se dispone a dormir, por sugerencia de Jessica, lo vamos a ver entrar en un estado igual al de la muerte, en un impresionante plano secuencia.
Más que una película tradicional, Memoria es algo muy cercano a una experiencia zen, al igual que lo son Tropical Malady o la ya mencionada Uncle Boonmee del director tailandés, merecido ganador de la Palma de Oro en Cannes (y ahora con esta cinta, ganador del Premio del Jurado). Si el espectador intenta imponer su contrato de lectura proveniente del cine tradicional, se va a perder de una experiencia sensorial llena de paz, nostalgia e introspección. Memoria es una obra que probablemente le hubiera encantado a Tarkovsky. Esta es una experiencia espiritual en la que unas imágenes producto de las vivencias personales (captadas por Sayombhu Mukdeeprom, con esa mirada de contemplación, admiración y extrañamiento que un extranjero tiene en una tierra diferente a la suya), conectan con las vivencias personales de unos espectadores que deben tener ojos de niño para dejarse llevar por esta enigmática cinta.
Es cierto que Memoria puede leerse como una película de ciencia ficción (hay una escena que nos recuerda al mito colombiano de las “piedras del Tunjo”, asociadas a naves espaciales de origen extraterrestre). Pero eso sería algo tan simplista como pensar en Solaris como la historia de un astronauta acosado por un alienígena o de Stalker, como la historia de un territorio misterioso donde todos los deseos se pueden hacer realidad. Parafraseando a Roland Barthes, si usted se rinde, abandona sus prejuicios y deja que la cinta de Weerasethakul penetre en usted, Memoria lo conmoverá y transfigurará, como solo las mejores obras de arte lo pueden hacer.
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