The Birth Of A Nation (El nacimiento de una nación) (1915)

The Birth of a Nation cambió la historia del cine para siempre, pero también cimentó una herida racial que sigue abierta.

Director: D.W. Griffith

Lillian Gish, Henry B. Walthall, Mae Marsh, Miriam Cooper, Wallace Reid, Ralph Lewis

Cuando en 1915 The Birth of a Nation (en español, El nacimiento de una nación) llegó a las pantallas, el cine todavía se consideraba un arte incipiente. Pero D.W. Griffith, un hijo del sur confederado, ambicionaba más. Él quería transformar la percepción del cine como simple entretenimiento en una forma artística y épica capaz de narrar la historia de un pueblo. Y lo logró.

Sin embargo, su logro no es imparcial ni inocente. La cinta, basada en la novela The Clansman de Thomas Dixon Jr., idealizaba el sur esclavista y glorificaba la fundación del Ku Klux Klan como una necesidad heroica ante la supuesta amenaza de la población negra durante la era de la Reconstrucción.

Desde el punto de vista formal, The Birth of a Nation marcó un antes y un después en el lenguaje cinematográfico. Griffith utilizó una combinación nunca vista de recursos narrativos como el montaje paralelo, los primeros planos expresivos, los planos generales de batalla coreografiados con cientos de extras, el uso dramático de la luz y la música, además de un ritmo narrativo trepidante que mantenía al público en tensión durante más de tres horas. Todo ello permitió construir una narrativa épica, emocionalmente manipuladora, que se anticipó en décadas a la madurez del medio. Técnicamente, Griffith inventó la gramática del cine moderno.

El presupuesto original, estimado en unos $40,000 dólares, se disparó hasta alcanzar más de $100,000 (una cifra monumental para la época). Griffith fundó su propia compañía, la Epoch Producing Corporation, y reclutó un equipo técnico y artístico con un compromiso casi teatral con el proyecto. Lillian Gish, actriz fetiche del director, encarnó a Elsie Stoneman, símbolo de la pureza blanca y víctima de los “excesos” atribuidos a los afroamericanos y a los políticos del norte.

El estreno en el Clune’s Auditorium de Los Ángeles fue recibido como un hito. La cinta recaudó millones de dólares y fue proyectada en la Casa Blanca ante el presidente Woodrow Wilson, quien supuestamente dijo que era “como escribir la historia con un rayo” (frase que aún se debate si fue realmente pronunciada). Sin embargo, no tardaron en surgir las protestas. La NAACP (National Association for the Advancement of Colored People) denunció el filme como una incitación al odio racial y pidió su censura, organizando protestas en múltiples ciudades. En algunos lugares fue prohibida; en otros, utilizado como herramienta de propaganda supremacista.

La contradicción era evidente. El cine nacía como gran arte moderno gracias a una obra profundamente racista. Esta paradoja es lo que aún hace de The Birth of a Nation una película incómoda y debatida, objeto de estudios tanto estéticos como políticos.

La representación de los afroamericanos en la cinta es abiertamente ofensiva. Caricaturizados como salvajes, violadores o corruptos, muchos de los personajes negros fueron interpretados por actores blancos con la cara pintada de negro (el infame blackface), perpetuando estereotipos deshumanizantes. En el clímax de la película, los jinetes del Ku Klux Klan irrumpen como salvadores, rodeados de una luz casi celestial. Esta glorificación directa del terrorismo racial tuvo consecuencias reales: la cinta motivó el resurgimiento del Klan en la década de 1910, que incluso utilizó imágenes del filme en sus ceremonias de iniciación.

La crítica moderna ha sido tajante. El director Spike Lee ha hablado en repetidas ocasiones del legado tóxico de Griffith. En su filme BlacKkKlansman (2018), Lee incluyó metrajes de The Birth of a Nation para denunciar la persistencia de la retórica supremacista y la manera en que la imagen puede moldear la percepción colectiva. Lee ha señalado que la película “sentó las bases para que el racismo tuviera estética, narrativa y épica”, convirtiendo el cine en un arma de poder ideológico. Para él, más allá de sus virtudes técnicas, es imposible separar el filme de su mensaje pernicioso.

Revisitar The Birth of a Nation en el siglo XXI requiere una lectura doble como documento fundacional de la estética cinematográfica y como testimonio doloroso de los prejuicios que formaron parte del ADN de Hollywood desde sus inicios. Al igual que las grandes catedrales construidas con sangre de esclavos o las sinfonías compuestas bajo dictaduras, esta película exige una conciencia crítica para no caer en la admiración ciega ni en la condena simplista.

D.W. Griffith, consciente de las críticas, intentó redimirse en Intolerance (1916), una epopeya que abordaba los peligros del fanatismo, pero el daño ya estaba hecho. Su cine, al igual que su nación, nació con una herida racial que aún supura. Como obra, The Birth of a Nation sigue siendo una incómoda cumbre. Es el inicio glorioso de un arte nuevo y, al mismo tiempo, una oda a la exclusión y al odio. Un filme que no puede ni debe verse sin memoria ni contexto.

Desde su estreno en 1915, The Birth of a Nation ha circulado en múltiples versiones, muchas de ellas mutiladas por razones comerciales, técnicas o éticas. El carácter inflamatorio del contenido llevó a que varias jurisdicciones en Estados Unidos exigieran cortes o restricciones, lo que derivó en una variedad de montajes que oscilaban entre las dos y las tres horas de duración. Algunas versiones eliminaban secuencias específicas relacionadas con el Ku Klux Klan o los actos violentos atribuidos a personajes negros (representados de forma grotesca y racista), mientras que otras acortaban simplemente por conveniencia de exhibición.

A lo largo del siglo XX, diversas restauraciones intentaron recuperar la forma original del filme. Entre ellas destaca la versión restaurada por David Shepard para Kino International, con música compuesta por Joseph Carl Breil, quien ya había contribuido a la partitura original. Esta versión, de 187 minutos, es la más fiel al corte que D.W. Griffith estrenó en 1915 y se considera la edición más completa y académicamente rigurosa disponible.

La restauración de Shepard no solo reincorpora secuencias previamente censuradas o eliminadas, sino que también recupera los intertítulos originales y ofrece una calidad de imagen superior, restaurada a partir de negativos de época. En el contexto contemporáneo, su disponibilidad permite no solo estudiar el lenguaje cinematográfico en su estado embrionario, sino también evaluar de forma crítica y completa el impacto ideológico del filme en su totalidad.

Es fundamental, sin embargo, que toda exhibición o estudio de The Birth of a Nation (particularmente en su versión integral) vaya acompañada de un marco contextual. Varias ediciones actuales en DVD y Blu-ray incluyen introducciones de historiadores del cine, comentarios en audio, o ensayos escritos que advierten sobre el contenido racista del filme y su recepción histórica. Esto no solo es un acto de responsabilidad, sino también una oportunidad pedagógica para entender cómo el cine, desde sus orígenes, ha sido tanto herramienta de arte como de ideología.

Recomendar la versión completa no implica una reivindicación del mensaje, sino el reconocimiento de que solo con acceso íntegro puede comprenderse la magnitud (técnica, narrativa y política) de la obra, así como su lugar ambivalente en la historia del cine: Como cima estética y como abismo ético.

Sobre André Didyme-Dôme 1893 artículos
André Didyme-Dome es psicoterapeuta y periodista. Se desempeña como editor de cine y TV para las revistas ROLLING STONE Y THE HOLLYWOOD REPORTER EN ESPAÑOL y es docente universitario; además, es guionista de cómics para MANO DE OBRA, es director del cineclub de la librería CASA TOMADA y conferencista en ILUSTRE. Su amor por el cine, la música pop y rock, la televisión y los cómics raya en la locura.

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