
Una femme fatale sin redención posible: Louise Brooks incendia la pantalla en La caja de Pandora.
Director : G.W. Pabst
Louise Brooks, Fritz Kortner, Francis Lederer

La caja de Pandora (Die Büchse der Pandora, 1929) no es solo una de las grandes obras del cine silente, sino una bisagra entre la estética expresionista alemana y la sensualidad fatal del cine moderno. Dirigida por el austríaco G.W. Pabst y protagonizada por la inolvidable Louise Brooks, la cinta es una adaptación libre de las dos obras teatrales de Frank Wedekind (El espíritu de la tierra y La caja de Pandora), condensadas en una narrativa fílmica de gran ambición formal y emocional.

Louise Brooks, con su corte bob, su mirada inquisitiva y su presencia magnética, encarna a Lulú, un personaje a la vez ingenuo y destructor, deseado y temido, víctima y verdugo. En sus manos, el erotismo se convierte en un lenguaje que desarma a los hombres y seduce a las mujeres, sin que ella misma comprenda del todo su poder. La crítica contemporánea del film se escandalizó por el hecho de que Pabst eligiera a una actriz estadounidense para representar a una figura tan cargada de simbolismo germánico, pero esa decisión es parte esencial del impacto del film: Brooks trae consigo una modernidad que desestabiliza la moral y la estética europea de la época.
La estructura del film, dividida en actos casi teatrales, le permite a Pabst construir una espiral descendente que va del glamour burgués al sórdido mundo de la prostitución y la marginalidad. Lulú comienza como amante del poderoso editor Peter Schön, pero cuando este decide casarse con ella para encubrir el escándalo, la situación se torna insostenible: los celos, la represión y la frustración explotan en un acto de violencia que marca el principio del fin. La figura del hijo de Schön, enamorado también de Lulú, añade un matiz incestuoso que intensifica el carácter trágico de la historia, mientras que Schigolch, el viejo proxeneta ambiguo (¿padre? ¿ex amante?), representa el vínculo de Lulú con un pasado que nunca logra superar.
Pabst logra articular una compleja galería de personajes secundarios que enriquecen el universo de la película: La marquesa Geschwitz, enamorada en silencio de Lulú, es una figura pionera del lesbianismo en el cine, tratada con una dignidad inusual para la época; el empresario circense que intenta aprovecharse de la protagonista; y finalmente, la aparición de Jack el Destripador, que transforma el relato en una fábula de destino sellado y de justicia perversa.
La dirección de Pabst evita los excesos melodramáticos del cine silente al optar por una puesta en escena sobria pero eficaz, con una atención meticulosa a la composición del encuadre y a la expresión contenida de sus actores. La fotografía de Günther Krampf, colaborador habitual de los grandes del expresionismo como F.W. Murnau, ofrece un contraste de luces y sombras que refuerza la dualidad moral de los personajes, en especial de Lulú, figura de ambigüedad constante.
La interpretación de Brooks es un hito no solo porque evita el amaneramiento típico del cine mudo, sino porque transforma la pasividad femenina en un campo de batalla. Su Lulú no manipula ni conspira, simplemente existe con una potencia tan vital que destruye todo a su paso. Es una mujer que ama con ligereza pero también con total entrega, incapaz de medir las consecuencias de sus actos, viviendo siempre en el presente. Su tragedia, en última instancia, no es el castigo social ni la violencia masculina que la rodea, sino su propia incapacidad para distinguir entre el afecto y el deseo, entre el juego y la culpa.
Más que una advertencia moral, La caja de Pandora es una tragedia existencial. El personaje de Lulú no es castigado por su lujuria, sino por el abismo que su libertad representa en un mundo que no sabe cómo recibirla. Ella es demasiado libre, demasiado indomable para una sociedad que exige máscaras y reglas. Por eso la película conmueve tanto: porque Lulú no muere como pecadora, sino como una criatura incomprendida que sólo supo vivir a su manera.
Con los años, el legado del film ha crecido hasta el punto de convertir a La caja de Pandora en una pieza clave no solo del cine silente, sino del arte cinematográfico en su totalidad. Su influencia atraviesa décadas: Está en los rostros desencantados de la Anna Karina del cine de Godard, en los personajes femeninos de Fassbinder, en la Mia de Tarantino. La figura de Lulú persiste, no como símbolo de perdición, sino como promesa de una libertad devastadora.
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