2017 fue un año récord para el cine colombiano: el 11% de los estrenos fueron nacionales (más de 50 títulos) y un promedio de 2 millones de espectadores asistieron a las películas colombianas. El problema es que la mayoría de esas cintas fueron de una calidad pésima, lo cual nos aleja de la belleza de trabajos recientes como El abrazo de la serpiente, La tierra y la sombra, Siembra o Jericó: El infinito vuelo de los días, los cuales ya se encuentran entre las mejores películas colombianas de todos los tiempos. Estas son los 3 mejores triunfos y las 3 peores tragedias del cine colombiano del 2017:
TRIUNFO No. 3: Señorita María: La falda de la montaña (2017)
Este documental ambientado en la hermosa región de Boavita, al norte de Boyacá, nos muestra un lugar al que el tiempo poco le ha hecho mella y donde habita María Luisa Fuentes Burgos, una mujer campesina que nació siendo niño.
La cinta de Rubén Mendoza (autor del estupendo documental sobre Armero El valle sin sombras), logra sumergirnos en ese mundo pausado, frío, solitario, silencioso y contemplativo del campo y, al mismo tiempo, nos lleva al interior del alma de esta persona sensible, trabajadora y con una tristeza profunda.
Señorita María no juzga y no busca decirnos qué pensar sobre esta mujer transgénero. Es un retrato compasivo de una mujer inmersa en un mundo que no parece que perteneciera al 2017.
TRAGEDIA No. 3: Siete Cabezas (2017)
El director caleño Jaime Osorio nos presenta Siete cabezas, su segunda película luego de un prometedor debut titulado El páramo.
¿Es una película experimental? ¿Es un drama psicosexual? ¿Es una advertencia ecológica? Las respuestas a estas preguntas son un No, No y No.
Este es un ejercicio lisérgico (parece un mal viaje), nihilista (no hay nada redimible), vacío (los símbolos no llevan a nada), absurdo (en el peor sentido de la palabra) y exasperante (con letras mayúsculas). Al final, la pregunta sobre el sentido de esta película se convierte en un “no me importa”.
TRIUNFO No. 2: El día de la cabra (2017)
El día de la cabra es una agradable y divertida película colombiana, hablada en su totalidad en idioma creole, protagonizada por actores naturales y un estupendo debut para el director bogotano Samir Oliveros.
La cinta (que nos recuerda a las comedias de adolescentes de los 80 tipo Ferris Bueller’s Day Off o License to Drive), nos cuenta la historia de Corn y Rita Denton, dos hermanos que no se soportan y quienes deben cumplir con una tarea asignada por su madre, quien trabaja con su esposo en un hotel turístico en Port Paradise, Providencia. En el cumplimiento de la tarea, los adolescentes atropellan accidentalmente a una cabra con la camioneta de su padre y desde aquí comienza una odisea llena de enredos (y una cabra muerta) en la que Corn y Rita (interpretados por Honlenny Huffington y Kiara Howard), deben superar su rivalidad y trabajar juntos para evitar la inminente reprimenda de sus padres.
Esta es una película ligera, refrescante, con una banda sonora de reggae encantadora, y con la que el espectador llegará a identificarse sin importar la procedencia o el color de la piel.
TRAGEDIA No. 2: Nadie sabe para quién trabaja (2017)
A comienzos de este año, el director colombiano Harold Trompetero nos ofreció una interesante película sobre la vida en prisión titulada Perros y protagonizada por John Leguizamo, la cual nos hizo olvidar el tremendo desastre que implicó su comedia del año pasado llamada Los oriyinales. Ahora, la promesa de un Trompetero más maduro y experto se va a la mierda con una nueva comedia que se encuentra dentro de lo peor en la historia del cine colombiano: su título es Nadie sabe para quién trabaja.
Aquí, Robinson Díaz interpreta a Arturo, un abogado que intenta buscar dinero sin importar cómo. Es así que entre triquiñuelas, chantajes, torcidos y estafas, Arturo intenta obtener dinero fácil sin tener en cuenta la ética y la moral que implica el trabajo legal.
Lo que pudo haber sido una sátira inteligente y ácida sobre la corrupción, termina convirtiéndose en una película que parece dirigida por un inexperto (fotografía pésima, edición terrible, mala dirección de arte, pésima dirección de actores), y que no posee ningún ápice de comicidad.
Nadie sabe para quién trabaja no puede considerarse como una mala película. Es algo peor que eso: es la evidencia de un cine colombiano que obliga al espectador a odiar al cine colombiano. Este es un producto sucio, misógino, estúpido, sobreactuado y pésimamente realizado que no debería exhibirse en ninguna pantalla. Ni grande ni pequeña.
TRIUNFO No. 1: La mujer del animal (2017)
La mujer del animal es la mejor película de la cinematografía del director y guionista antioqueño Víctor Gaviria. Esta es una auténtica cinta de horror basada en hechos reales y que se hace una pregunta tan perturbadora como inquietante: ¿Está en el instinto del hombre la necesidad de someter y maltratar a la mujer?
Una de las debilidades del cine de Víctor Gaviria radicaba en la parte formal de sus películas, lo que se compensaba con la intensidad de sus historias. Rodrigo D no futuro (1990), La vendedora de rosas (1998) y Sumas y restas (2004), son todas películas violentas e intensas, ambientadas en Medellín, herederas del neorrealismo italiano y protagonizadas por actores naturales, pero que sufren por la mala fotografía, la mala edición y el mal sonido. Con La mujer del animal, esto ya quedó superado. La fotografía, la edición y el sonido, cumplen su cometido de darle fuerza a la infernal historia.
Por otra parte, una de las fortalezas del cine de Víctor Gaviria está en la dirección de los actores naturales, los cuales aquí están excelentes. Natalia Polo logra transmitir el miedo y la confusión producto de su horrible situación, pero es Tito Alexander Gómez quien logra encarnar al mismísimo diablo interpretando a ese animal llamado Libardo. Esta es una interpretación que quedará para la posteridad, como la del villano más aterrador en la historia del cine colombiano.
TRAGEDIA No. 1: De regreso al colegio (2017)
De regreso al colegio (sin ninguna relación con la fantástica comedia de 1986 protagonizada por el gran Rodney Dangerfield), no debe abordarse desde la perspectiva de un crítico de cine, sino desde la mirada de un bacteriólogo que debe examinar el excremento de un enfermo con pronóstico reservado.
Y es que De regreso al colegio no puede llegar a considerarse como un producto fílmico, ya que cualquier valor formal, estético o intelectual está completamente ausente.
De regreso al colegio no se puede calificar como un trabajo amateur, debido a que se encuentra en un nivel muy inferior al de cualquier aficionado del vídeo, que publica sus grabaciones en ese inmenso basurero llamado YouTube. Aquí no hay trabajo de cámara, no hay trabajo de edición, no hay dirección de arte y el sonido es paupérrimo.
Tampoco puede considerarse como un producto narrativo, porque no hay historia y no hay guión. De regreso al colegio incluye algunos actores de renombre internacional (El chileno Ariel Levy de Promedio rojo y el español Carlos Areces de Balada triste de trompeta), así como algunos actores colombianos (Marlon Moreno, Carolina Acevedo), pero no hay ningún trabajo actoral.
No se puede calificar como una comedia, porque no incluye ningún momento gracioso. Lo que sí presenta son momentos vulgares, chabacanos y de pésimo gusto que no generan la menor sonrisa (Eso sin contar su tono racista, homofóbico, machista y su demérito al conocimiento y a la labor docente).
Tampoco puede pensarse en De regreso al colegio como un producto pornográfico, porque tampoco hay escenas de desnudos o sexo que podrían atraer a un espectador amante del cine de sexploitation.
De regreso al colegio obliga a replantear el sistema de calificación. Transformers: The Last Knight y a Fifty Shades Darker tienen una calificación de cero estrellas. Pero estos títulos todavía pueden considerarse como películas de cine. De regreso al colegio es un producto que merecería una calificación en números negativos.