La cuarta versión de la historia acerca de una estrella que surge y otra que se apaga, logra mantenerse vigente e igualarse a sus predecesoras, gracias a su director y a sus protagonistas.
Dirección: Bradley Cooper
Bradley Cooper, Lady Gaga, Sam Elliott
En 1932, el legendario director George Cukor dirige What Price Hollywood?, una película romántica acerca de una aspirante a actriz que es ayudada por un director de cine veterano, alcohólico y en decadencia, el cual se enamora perdidamente de ella. En 1954, el mismo director realiza un remake de su propia película, esta vez en clave de musical, y protagonizado por Judy Garland y James Mason. Esta vez la relación romántica y trágica se da entre un ídolo musical en decadencia y una joven que aspira a triunfar en el mundo de la música. El resultado fue todo un éxito de crítica y de público, el cual actualmente se considera como una de las mejores películas norteamericanas de todos los tiempos.
En 1976, el éxito se repite con una nueva versión dirigida por Frank Pierson y con Barbra Streisand como la cantante en ascenso y Kris Kristofferson como la estrella destruida por el alcoholismo. Puede que esta versión no sea superior a la de 1954, pero goza de unas excelentes interpretaciones y de una gran vitalidad.
Ahora, 42 años después llega una cuarta versión de Nace una estrella (eso sin contar la versión de Bollywood del 2013). El encargado de dirigir y protagonizar la nueva puesta en escena de una historia que se niega a morir, es nada menos que Bradley Cooper, un actor que demostró su carisma en la trilogía de ¿Qué pasó ayer?, así como un inmenso talento actoral en cintas como El lado bueno de las cosas, La gran estafa americana y Francotirador. Cooper debuta aquí como director y el resultado es impresionante. Eso sin contar su magnífica actuación como Jackson Maine, un etílico y veterano cantante de Country en una espiral descendente.
Cooper nos entrega la mejor actuación de su carrera interpretando a este hombre de gran talento, pero de conducta autodestructiva. Gracias a su voz y su expresión corporal, este actor está prácticamente irreconocible, fundiéndose en el papel de una manera tal que nos hace interesarnos por él, pero odiarlo al mismo tiempo por sus decisiones erróneas. En cuanto a su trabajo de dirección, el manejo de la historia en una serie de elipsis muy bien manejadas, la aproximación casi documental y la atención prestada a la humanidad de sus personajes y a la energía provocada por la música que producen, trasciende los lugares comunes de la historia y le aporta la actualización necesaria para que se sienta vital y moderna.
Pero la otra gran sorpresa la da Lady Gaga, quien como Ally, la cantante descubierta por Maine, nos demuestra su talento como actriz. Gaga, una estrella famosa por su apariencia, aquí renuncia a su ego, para mostrarnos a un personaje que lucha por lograr el éxito, pero que ha sido rechazada continuamente por la industria debido a su escaso atractivo físico. Ally no es ninguna chica inocente que no sabe nada sobre la vida, Gaga la interpreta como una mujer fuerte y luchadora que sabe que está metiéndose en problemas por involucrarse románticamente con un hombre alcohólico, pero que reconoce su talento y su corazón noble y bondadoso, que sobrevivió a un entorno familiar tóxico y a una inmensa soledad, pero no exento de marcas permanentes.
Los actores secundarios como Andrew Dice Clay (quien le da fuerza al padre de Ally, un cantante fracasado) y Sam Elliott (como el estoico hermano mayor de Jackson), así como la excelente banda sonora compuesta por Mark Ronson, Jason Isbell y Lukas Nelson (el hijo de Willie Nelson), ayudan a darle la solidez necesaria a la cinta. Puede que el final lacrimógeno y algo cursi sea fácil de predecir y obvio para quienes hemos visto las versiones anteriores, pero lo cierto es que tanto Cooper como Gaga, son claramente dos estrellas en ascenso.