Dos hermanos se reúnen en Colombia luego de la muerte de su padre, en una película con feeling de película universitaria, que incluye las cualidades y los pecados de las mismas.
Dirección: A.D. Freese
Andrew Perez, Dillon Porter, Sebas Eslava
Todos aquellos que alguna vez han visto una película realizada por estudiantes de cine, saben este tipo de trabajos se caracteriza por percibirse como un borrador, un bosquejo, una maqueta de algo que podría ser mucho mejor si se cocinaran más las ideas, las actuaciones y la propuesta formal ofrecida.
Este es precisamente el feeling obtenido por Bastards y Diablos, el primer largometraje oficial del director A.D. Freese, acerca de Ed y Dion, dos medios hermanos que viven en el extranjero y que regresan a Colombia, luego de la muerte de su padre. Este les deja la misión de esparcir sus cenizas por todo el territorio del país, por lo que la cinta se convierte en una especie de road movie, en la que los hermanos se van a conocer y, al mismo tiempo, van a reconocer al país de sus orígenes y de su infancia.
La cinta utiliza algunos flashbacks para mostrarnos a Gabriel (Sebas Eslava), el padre de Ed y Dion, en su juventud encarnando a una especie de espíritu libre que hace reflexiones que solo un adolescente que ha leído mucho a Hermann Hesse podría llegar a tener. Y eso nos permite ver qué tanto de Gabriel tiene Ed (Andrew Perez) un rapero aficionado que se siente ajeno a Colombia y más cercano a los Estados Unidos. Dion (Dillon Porter) es menos salvaje que su padre, y se aprovecha de su situación para poder conectarse con su hermano e intentar encontrar a alguien con quien poder superar la soledad que lo carcome. Ambos van a aprender a amar a Colombia (la fotografía de Peter Grigsby incluye la descripción de algunos paisajes hermosos), a quererse como hermanos y estar en paz consigo mismos.
Bastards y Diablos está colmada de los errores característicos de las películas universitarias: actuaciones irregulares, una construcción débil y efectista de los personajes, pretensiones poéticas de pacotilla (evidenciadas en las reflexiones existencialistas del padre) y los típicos impases formales de fotografía y sonido. Sin embargo, el espíritu juvenil, lleno de pasión e ingenuidad, se logra filtrar en la película, convirtiéndola en una experiencia rebosante de vitalidad y energía.