Museo (2018)

El director de Güeros nos presenta su segundo trabajo, lleno de riesgos formales y un gran respeto a la tradición cinematográfica, que denuncia los problemas de identidad y colonialismo sufridos tanto en México como en toda Latinoamérica.

Dirección: Alfonso Ruizpalacios
Gael García Bernal, Leonardo Ortizgris, Simón Russell Beale, Alfredo Castro

El director Alfonso Ruizpalacios sorprendió a la crítica con un estupendo debut llamado Güeros, una de las mejores películas mexicanas de los últimos años y un sentido homenaje a la Nueva Ola Francesa que funcionó como un profundo examen al mundo adolescente de finales del siglo XX, pero también como una aguda crítica sobre la relación entre el arte, la política y el activismo, ambientada en las huelgas estudiantiles de México en 1999.

Ahora Ruizpalacios nos presenta una cinta basada en hechos reales y ambientada en los años ochenta, aunque con una marcada estética inspirada en décadas anteriores. Museo nos cuenta cómo los jóvenes Carlos Perches Treviño y Ramón Sardina García, entraron al Museo de Antropología de México la noche de Navidad de 1985, y se robaron 124 piezas invaluables, en una especie de actitud reaccionaria que no midió las consecuencias del acto.

La película se inicia con unos créditos que nos recuerdan a las películas clásicas de robos como Rififi, el clásico de 1955 dirigido por Jules Dassin; Los desconocidos de siempre, la comedia italiana dirigida en 1958 por Mario Monicelli; o El caso Thomas Crown, el elegante thriller dirigido por Norman Jewison y protagonizado por Steve McQueen y Faye Dunaway. Sin embargo, la elección de filmar en celuloide con un formato de tamaño considerable (2:35:1), el color rojizo y oxidado de la paleta de colores, la granulación de las imágenes, la banda sonora grandilocuente, y los “errores” intencionales de sincronización sonora en algunos diálogos, en los ruidos de las escenas de pelea y en el montaje de las mismas, hacen que el tributo a las películas de robo vaya más allá, para también homenajear a las películas norteamericanas producidas en el ocaso del studio system de Hollywood, así como a las de El Santo, el cine de “ficheras” (comedias eróticas protagonizadas por vedettes) y a los denominados “churros” mexicanos (las películas de bajo presupuesto que explotaban el sexo y la violencia y que se produjeron de forma masiva, luego del terremoto que acabó con ciudad de México).

Ruizpalacios y su co-guionista Manuel Alcalá, asumen esta cinta como una “réplica de los hechos reales”, lo que les permite tomarse algunas libertades en cuanto al desarrollo de los eventos (se omite la relación de Carlos Perches con los narcotraficantes José Serrano y Salvador Gutiérrez “El Cabo”, la adicción a la cocaína de este, así como la implicación en el delito del hermano de Perches y el descubrimiento de algunas de las piezas en la casa de este, las cuales, hasta la fecha, no se han recuperado en su totalidad). Aquí, los jóvenes delincuentes se retratan como unas personas caprichosas que todavía viven con sus padres, indisciplinados, perezosos, poco inteligentes y sin motivaciones reales. Por esa razón, la meticulosidad en la planeación y la ejecución del robo se ve como algo inverosímil. Pero es precisamente esa mezcla de elementos absurdos y supuestos errores formales con el recuento de los sucesos reales, lo que hace de la propuesta de su director algo realmente interesante. Museo se convierte en una especie de meta-cine, que al igual que la película Barbara del actor y director Mathieu Amalric, nos muestra la imposibilidad del séptimo arte por reproducir fielmente la realidad, así como la falta de sentido de intentar hacerlo.

En el personaje de Juan Núñez (interpretado por el siempre confiable Gael García Bernal y reemplazando el nombre real de Carlos Peches), se ve un rechazo al colonialismo y a la influencia de la cultura norteamericana en México, lo que podría interpretarse como la motivación de fondo para el robo. Juan odia a sus cuatro hermanas y mantiene una relación de desprecio, miedo, respeto y obediencia con su padre médico (encarnado por el chileno Alfredo Castro), un hombre depresivo y estoico que espera que su hijo se encamine en la vida laboral y realice sus postergados estudios de veterinaria.

Con respecto a Ramón Sardina, este es reemplazado por Benjamín Wilson (Leonardo Ortizgris, protagonista de Güeros), el mejor y único amigo de Juan, quien presenta una discapacidad cognitiva y quien vive solo junto a su padre enfermo (además de actuar como narrador de la historia). Al principio, Benjamín no quiere ser cómplice de Juan para no tener que dejar solo a su padre, pero la amistad basada en un favor desinteresado por parte de Juan en la infancia, lo lleva a cumplir con su promesa.

El primer acto de la película omite la planeación del robo para centrarse en las dinámicas de Juan y Benjamín con sus familiares y entre ellos mismos, en las que se evidencia su incomodidad, frustración y rebeldía, que también pueden contarse como motivaciones para sus actos. Sin embargo, la propuesta de Museo es que cualquier explicación sobre las causas del robo no llega a ser satisfactoria, ni siquiera para ellos mismos.

Uno de los aspectos más interesantes de Museo tiene que ver con el colonialismo. Juan odia vestirse de Santa Claus en Navidad, se indigna de que su madre utilice términos en inglés, que se utilice el término “prehispánico” en reemplazo del término “mesoamericano” y se enfurece de ver cómo las piezas precolombinas son desprendidas de su contexto original para ser llevadas al escenario artificial y eurocéntrico de los museos.  Pero al mismo tiempo, trabaja de asistente en un museo, disfruta de jugar videojuegos y busca vender las piezas robadas para obtener beneficio económico en un sentido estrictamente capitalista. Asimismo, se burla de las teorías que asocian a las tumbas Mayas con naves espaciales, pero cita al controversial escritor Carlos Castaneda, quien se acerca más al misticismo y al esoterismo que al pensamiento científico con reverencia y admiración.

Luego de la ejecución del robo y el posterior escape por los ductos de ventilación (en donde Juan tiene una visión psicodélica de un Maya desnudo atrapado en las bases del museo), el par viaja a Acapulco con la intención de vender las piezas a un comerciante de arte. Allí se encuentran con el británico Frank Graves (un excelente Simon Russell Beale), quien les explica cómo los grandes museos se fundaron con el saqueo de las culturas precolombinas e intenta hacerles ver que, de alguna manera, son también cómplices de esa depredación cultural que tanto indigna a Juan. Al darse cuenta de que está hablando con aficionados, Graves se compadece de ellos y les hace caer en cuenta de que los artículos robados son imposibles de ser vendidos.

Esto, más la remisión del padre de Benjamín al hospital, hace que los dos amigos se separen. Juan, desesperado, busca a un hombre que los puede ayudar, pero en su lugar se encuentra con una bailarina exótica que resulta ser la protagonista de La vida difícil de una mujer fácil, una película adorada por el joven ladrón.

La veterana bailarina, quien actúa bajo el nombre de Sherezada (Letricia Brédice), es objeto de burlas por parte del público del bar decadente donde trabaja, lo que lleva a Juan a defender su honor en una divertida secuencia de pelea con sonidos desincronizados y coreografías artificiosas. Ya en el camerino, Sherezada se revela como “La Princesa Yamal” (personaje real involucrado en el robo, de origen argentino y actriz en varias películas eróticas), quien fuera pareja del hombre que buscaba Juan, el cual ha fallecido. Juan se involucra de manera afectiva con su actriz adorada y en uno de los diálogos llevado a cabo por Gael García Bernal y Brédice, se desincroniza intencionalmente el sonido, generando una especie de disociación que formalmente es utilizada por el director para evidenciar la transgresión de las fronteras entre lo real y lo artificial, y para recordarle al espectador que el objetivo del cine consiste en filtrar desde una visión personal las historias contadas y no servir de espejo fiel de las mismas.

Vale la pena resaltar el maravilloso y elegante trabajo de fotografía de Damián García, quien utilizó de una manera elocuente y poética el blanco y negro en Güeros, y que aquí nos retrotrae a las salas de cine de antaño y a esas películas grandes en espectro e intensidad. Es curioso que la cinta sea producida por YouTube (este es su primer largometraje en español), ya que la propuesta visual de Museo es netamente cinematográfica y muy alejada de la forma cómo se ven las películas en las plataformas de streaming y en los dispositivos electrónicos. Al igual que Kedi (ese estupendo documental sobre los gatos callejeros en Turquía), se evidencia la intención de YouTube por mantener viva la tradición del cine en cuanto a tamaño, intención y percepción, algo que se puede también asociar con la propuesta reciente y aparentemente paradójica de Amazon por mantener vigente la tradición del libro real por encima del formato digital.

Damián García también apoya al director Ruizpalacios, complementando la narrativa con unos elementos visuales ricos en sentido, como en la escena donde el británico Graves les habla a Juan y a Benjamín sobre el saqueo, mientras que vemos un acuario en donde nadan encerrados unos peces dorados, o donde, sin ofrecer ningún tipo de ilustración verbal, se nos permite comparar a los “marcianitos” del videojuego Space Invaders de Atari, con las figuras de la cultura Maya y, al mismo tiempo, asociar al juego sobre una invasión extraterrestre con el colonialismo cultural.

El compositor Tomás Barrero es otra pieza fundamental para Museo. Su banda sonora le rinde homenaje a la música grandilocuente que Bernard Hermann compuso para los clásicos de Hitchcock, pero, a su vez, genera incongruencia y un sentido cómico que raya en lo ridículo que contrasta con los largos momentos de silencio que se utilizan en la ejecución del robo y en algunos otros momentos clave, que nos recuerdan el minimalismo sonoro del cine de Bresson.  

Ruizpalacios nos presenta esta historia con un ritmo deliberadamente pausado que permite que nos identifiquemos y nos interesemos por Juan y Benjamín, y que nos recuerda a las películas de una época que ya no existe. El director nos contagia de su gran amor por el cine y nos hace cómplices de sus riesgos y atrevimientos. Este es un autor que conoce muy bien las reglas y la tradición del séptimo arte, pero que a la vez sabe muy bien que las reglas están hechas para ser violadas. También es un director que se regodea en lo que para algunos puede considerarse como un error visual, sonoro, narrativo y lógico, para convertirlos en recursos que permiten darle valor a su poética reflexión sobre la historia de México y sobre la inconformidad de dos jóvenes de clase media.

Museo es una película que combina de una manera hermosa la melancolía, la inteligencia y la riqueza formal con el drama familiar, el road movie, la buddy movie el género heist y las cintas sobre losers (que en español deberían llamarse “películas de carretera”, “películas de amigos”, género de “robos” y cintas sobre “perdedores”), y que también hace un agudo comentario social sobre el conflicto de identidad que sufre México como toda Latinoamérica, producto de los siglos de colonialismo europeo y luego norteamericano.

Del mismo modo, la cinta confirma el talento de Alfonso Ruizpalacios como un autor lleno de imaginación y cultura cinematográfica y al actor Gael García Bernal como uno de los mejores actores de habla hispana, que al igual que el argentino Ricardo Darín, es extremadamente cuidadoso con los proyectos en los que se embarca (a menudo ajenos a la lógica del mercado norteamericano), lo que da como resultado unos trabajos de excelente calidad y de inmensa originalidad. En Museo, Gael García Bernal vuelve a demostrar su maestría actoral, carisma, ingenio, atractivo, intuición y capacidad camaleónica que le permite darle una enorme credibilidad y poder a los personajes que interpreta.

Sobre André Didyme-Dôme 1649 artículos
André Didyme-Dome es psicoterapeuta y periodista. Se desempeña como editor de cine y TV para la revista Rolling Stone en español y es docente universitario; además, es director del cineclub de la librería Casa Tomada y conferencista en Ilustre. Su amor por el cine, la música pop y rock, la televisión y los cómics raya en la locura.