Ocho actores en una caja gris hacen parte de una lucha por el poder en esta versión abreviada de la obra de Shakespeare.
Director: Joe Hill-Gibbins
Simon Russell Beale, Leo Bill, Martins Imhangbe, Natalie Klamar, John Mackay, Joseph Mydell, Saskia Reeves, Robin Weaver
El director Joe Hill-Gibbins, cuyo montaje teatral previo incluye a Un sueño de una noche de verano en el escenario de una pelea en el lodo, nos presenta una nueva adaptación de otra obra de Shakespeare: La tragedia de Ricardo II, presentada en el Teatro Almeida de Londres.
La versión simplificada de Hill-Gibbins (con una duración de casi cien minutos), se desarrolla en su totalidad en un cuarto gris (como si fuera una caja llena de ratas) y sus ocho actores están vestidos con ropa casual e informal (camisetas, jeans y guantes, los cuales son utilizados por todos menos por el Rey Ricardo II).
Este montaje goza con la presencia de Simon Russell Beale (a quien hace poco vimos en The Lehman Trilogy, la impresionante producción teatral de Sam Mendes), y quien encarna a un monarca que nació para ser rey y al que no le cabe en la cabeza que pueda ser destituido. Una serie de juicios erróneos, acompañados de los defectos psicológicos que caracterizan a Ricardo, llevan a su destitución por parte de su primo Enrique Bolingbroke (Leo Bill), quien pasa a convertirse en el rey Enrique IV. Ricardo II no solo pierde el trono, sino también su noción de identidad.
La obra de cinco actos, escrita aproximadamente en 1595 y la primera parte de una serie que continuó con Enrique IV parte, Enrique IV parte II y Enrique V, se reduce aquí a un único acto, en el que tan solo se bosquejan las dinámicas del poder y las traiciones e inseguridades que rodean a Ricardo II, sin que se lleguen a explorar los personajes individuales. El Bolingbroke de este montaje no evidencia su actitud populista como tampoco su frialdad a la hora de desarrollar sus estrategias. Asimismo, el Duque de York (John Mackay) no hace explícita su lealtad dividida, el Duque de Northumberland (interpretado por la actriz Robin Weaver) tampoco demuestra sus insaciables ansias de poder y la Duquesa de Gloucester brilla por su ausencia.
Al final, el montaje de Hill-Gibbins se siente como un ensayo y no como la obra polifónica confeccionada por Shakespeare. Hay momentos de reflexión, de humor negro e ironía, pero se siente ruidosa, caótica y acelerada, restándole la poesía, la elegancia y la potencia de la obra original.
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