
Un retrato íntimo, visualmente generoso y sutilmente combativo de un artista cuya perfección formal apenas deja entrever su ambición política y su modernidad radical.
Director: Phil Grabsky

Cuando se habla de Rafael, suele evocarse la belleza ideal, el equilibrio clásico, la serenidad apolínea de sus madonnas y la majestad de sus frescos. Sin embargo, el documental dirigido por Phil Grabsky no se limita a confirmar ese consenso estético, sino que lo desarma suavemente, escena tras escena, para proponer una lectura más compleja, casi dialéctica, del hombre detrás del mito. Raphael al descubierto parte de una premisa aparentemente simple: Hacer accesible la monumental exposición organizada en Roma en 2020 por los 500 años de su muerte, justo cuando la pandemia nos encerró y convirtió las galerías en espacios fantasmales. Pero esta película es más que una guía museística; es una meditación fílmica sobre el poder del arte como política, como ciencia y como empatía.

Grabsky estructura su relato en sentido cronológico inverso, desafiando la lógica de la exposición misma, que comenzaba con los grandes frescos vaticanos para luego retroceder al joven Rafael. En cambio, la cámara viaja desde la niñez del artista en Urbino (esa pequeña corte humanista donde su padre, Giovanni Santi, lo inicia en el mundo de las letras y los pinceles) hasta el esplendor de Roma, donde Rafael se convierte en el artista preferido del papado y en un verdadero empresario del arte. La narración, sostenida por académicos y curadores, evita los lugares comunes del documental televisivo para ofrecer verdaderas pistas interpretativas sobre la relación con Leonardo, su mayor influencia técnica; y el duelo soterrado con Miguel Ángel, una batalla de egos renacentistas que revela tanto de su época como de los engranajes del poder artístico.
Uno de los aportes más lúcidos del documental está en presentar a Rafael como algo más que un pintor de rostros bellos. Él fue un arqueólogo avant la lettre, un defensor de la conservación del patrimonio cuando Roma era aún una cantera para los constructores del futuro. En ese sentido, Raphael al descubierto enlaza sutilmente su figura con la emergencia de una conciencia histórica moderna, situándolo como un pionero de la mirada que no solo crea, sino que protege y documenta. La anécdota de los artistas descendiendo con sogas a la Domus Aurea de Nerón para copiar sus frescos, más que un gesto pintoresco, aparece como un acto fundacional del arte como exploración del pasado.
Pero quizás lo más emocionante del documental no está en la erudición, sino en su capacidad para convertir el rostro pintado en un espejo emocional. Los primeros planos de las madonnas, de los apóstoles dolientes, de los niños juguetones, no solo nos hablan de técnica, sino de una sensibilidad que logra atravesar los siglos y conmover con la misma intensidad que un primer plano de Bergman o Dreyer. La pintura de Rafael es cinematográfica en su composición, sí, pero también en su capacidad narrativa. Cada cuadro condensa un universo de gestos, objetos y tensiones dramáticas que anticipan, sin saberlo, el arte del montaje.
La virtud de Grabsky reside en no editorializar en exceso. Deja que las imágenes respiren, que las obras hablen por sí mismas. No impone una tesis, sino que sugiere múltiples hilos: el del artista niño privilegiado, el del genio competitivo, el del intelectual moderno. Y aunque la cinta no descubre nada que los historiadores del arte no supieran ya, sí cumple con una función crucial: restituir la potencia emocional y política de una obra tantas veces reducida al cliché. En tiempos donde el arte se consume como contenido, Raphael al descubierto nos recuerda que mirar es también una forma de resistencia, y que todo retrato del pasado es, en el fondo, una pregunta lanzada al presente.
Este episodio lúcido de la serie Exhibition On Screen no pretende sustituir la experiencia de una galería, pero la expande. Transforma una exposición imposible en una reflexión tangible. Y logra, en sus mejores momentos, lo que solo el arte verdadero consigue: hacernos sentir contemporáneos de un hombre que murió hace medio milenio.
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