Una cinta que evidencia los lugares comunes del cine latinoamericano.
Dirección: Alejandro Quiroga
Fernando Arze Echalar, César Bordón, Luis Bredow, Sonia Parada, Ignacio Piero Ruíz Delgadillo, Teresa Barriga de Armella
La trágica cinta del director boliviano Alejandro Quiroga nos cuenta la historia de Gregorio (Fernando Arze Echalar), un hombre viudo que vive en una humilde casa junto con su pequeño hijo Olegario (Ignacio Piero Ruíz Delgadillo) y sus padres Juana (Teresa Barriga de Armrella) y el jovial Arnildo (un estupendo Luis Bredow).
La bella pero artificiosa fotografía de Diego Robaldo nos muestra que, pese a la pobreza, el lugar donde vive Gregorio con su familia es idílico, algo que se enfatiza también en las típicas secuencias contemplativas de largas caminatas, momentos de silencio y cenas humildes que se sirven con amor.
Pese al difícil carácter y la apariencia descuidada de Gregorio, Paula (Sonia Parada), la joven maestra del pueblo está enamorada de él y no le importa que sea un hombre rudo y alcohólico y que no la trate muy bien (como es costumbre con nuestro cine, hay una escena innecesaria y demasiado larga de sexo entre los dos).
Gregorio también es un hombre terco y de ahí una clara misión en su mente: Recuperar para su familia el cauce de agua que regaba su tierra antes fértil. Su madre le pide que la ayude a buscar a una vaca perdida (que simboliza “algo” y que al final será parte de la tragedia), pero Gregorio tiene cosas más importantes que hacer, cómo luchar contra el sistema capitalista y opresivo que le ha robado sus recursos y que aquí está representado en el coronel Iglesias (César Bordón) quien, unido con el alcalde, se ha apropiado del agua.
Junto con la vaca perdida aparecerán buitres que, como en el spaghetti western, presagian una muerte inminente, más aún cuando Paula le ruega a Gregorio que abandonen el pueblo para buscar un mejor futuro en la ciudad. Quienes estamos curtidos de este tipo de películas inspiradas en el neorrealismo italiano y el cine costumbrista mexicano del Indio Fernández y Luis Buñuel, ya visualizamos en nuestra mente la escena de cierre en la que Paula y Olegario parten en un vehículo destartalado, dejando atrás a su pueblo natal (¿cuántas veces hemos visto ya ese final?).
Utilizar el cine para hacer una denuncia social siempre será algo loable, pero caer en estructuras narrativas fijas, lugares comunes e influencias obvias, gran parte de ellas producto de lo que se enseña en las escuelas de cine (Tarkovski, De Sica, Antonioni, Rocha), convierten a Los de abajo en un producto cansado y predecible, que disipa y desdibuja las complejidades del poder, la violencia, la desigualdad y la injusticia. Nuestro cine ya debe pasar a una siguiente etapa.
Dejar una contestacion