La película número 50 de Woody Allen puede no ser la mejor de su filmografía, pero está muy por encima de los productos sin alma que inundan las carteleras.
Dirección: Woody Allen
Lou de Laâge, Melvil Poupaud Niels Schneider, Valérie Lemercier
La película No. 50 de Woody Allen (52 y media si sumamos la cinta para la televisión Don’t Drink The Water y el proyecto colectivo Historias de Nueva York), nos muestra a uno de los directores más grandes en la historia del cine con suficiente energía y elocuencia para seguir diciendo cosas importantes sobre la existencia y las relaciones humanas.
Aunque Allen ha dirigido y escrito grandes dramas (Interiores, Septiembre, La otra mujer), lo suyo siempre ha sido la comedia y Golpe de suerte hace parte de ella. Esta sería su segunda cinta filmada completamente en Francia luego de Medianoche en París (algunas escenas de Todos dicen te quiero y Café Society fueron filmadas en ese país) y la primera en ser hablada completamente en francés. Pero lo más triste para los cinéfilos admiradores de su arte es que, al parecer, Golpe de suerte va a ser su último trabajo.
Y es que, a sus 88 años, Woody Allen ha perdido la libertad creativa que antes tenía, debido a sus múltiples escándalos personales. Al igual que Chaplin en su etapa tardía, no puede filmar en los Estados Unidos, los actores que brillaron bajo su dirección ahora reniegan de él y su participación en festivales encuentra serias resistencias. Pero más allá de hablar de los escándalos, lo que aquí nos preocupa es su arte. Eso nos lleva a Golpe de suerte, un trabajo menor dentro de la extensa filmografía del artista, pero, sin duda, un trabajo mayor si lo comparamos con toda la basura pretenciosa y las cintas efímeras y sin alma que actualmente contaminan la cartelera (¡y todavía se preguntan por qué el cine está en crisis!).
La protagonista de esta cinta cargada en la ocurrencia final a la que hace referencia su título es Fanny (Lou de Laâge), una hermosa mujer que de joven perteneció al mundo de las bellas artes, pero que ahora se ha conformado con ser la esposa de Jean (Melvil Poupaud) un hombre de mucho dinero y moral dudosa. Fanny consume su tiempo asistiendo a suntuosos eventos o cazando venados con su pareja.
Sin embargo, su supuesta felicidad es cuestionada con la llegada de Alain (Niels Schneider), un compañero de juventud que cumplió con su sueño de convertirse en escritor y quien le confiesa desde su reencuentro sobre lo perdidamente enamorado que está de ella. Es así como Fanny entra en un dilema muy similar al de Bella Swan en Crepúsculo (la comparación es válida, ya que Kristen Stewart trabajó con Allen en Café Society, así ella lo reniegue). El dilema de Fanny es el siguiente: ¿Me quedo con el hombre que me da estabilidad o me arriesgo a tener una relación con el hombre que me devolverá la pasión por la vida? La mujer decide tomar partido por los dos y Alain se convierte en su amante, mientras ella continúa aparentando ser la esposa de Jean (ojalá Bella hubiera tomado esa resolución para haber convertido a la basura de Crepúsculo en algo realmente interesante).
Gracias a Alain, Fanny regresa a las librerías (lugares en vía de extinción), a los cafés y a las comidas al aire libre sentada junto con su amante en un banco en el parque hablando de cosas verdaderas e interesantes. Pero quienes hemos seguido juiciosamente la filmografía de Allen ya presentimos lo que va a ocurrir. El celoso Jean comienza a sospechar que algo no está bien y contrata a un detective privado para seguir a su esposa. Como bien dice el refrán “el que busca, encuentra”. Es aquí cuando las cosas comienzan a tomar un rumbo similar al de cintas como Crímenes y pecados y Match Point, cuando Jean decide hacer con Alain lo mismo que hizo con su exsocio y cuando Camille (Valérie Lemercier), la madre de Fanny comienza a sospechar de las malas intenciones de su yerno y se convierte en una especie de detective improvisada al mejor estilo de Misterioso asesinato en Manhattan, La maldición del escorpión de jade y Scoop.
La fotografía de Vittorio Storaro (colaborador constante de Allen y uno de los mejores directores de fotografía en la historia del cine), ayuda a maquillar las actuaciones irregulares, los problemas de edición y la trama predecible. Pero estamos hablando de una película de Woody Allen y todo queda perdonado. Además, la divertida ocurrencia final lo vale.
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