Una cinta que apunta a los graves problemas de la generación actual, pero que falla en dar en el blanco.
Dirección: Jessica Hausner
Mia Wasikowska, Ksenia Devriendt, Luke Barker, Sidse Babett Knudsen
El trabajo de la austriaca Jessica Hausner siempre desafía las expectativas y ofrece una mirada muy particular sobre la condición humana, la alienación y el misticismo, utilizando un elegante estilo visual y un enfoque temático excéntrico y ambiguo para crear películas que son tanto visualmente impresionantes como emocionalmente incómodas, gélidas e inquietantes.
Su debut como directora de largometrajes se dio con Lovely Rita (2001), un drama sombrío sobre una adolescente que se siente atrapada por las expectativas de su familia y la sociedad. Luego llegaría Hotel (2004), una película de terror psicológico que cuenta la historia de una joven recepcionista que comienza a sentir una creciente inquietud y paranoia.
Sin embargo, una de las obras más reconocidas de Hausner hasta la fecha es Lourdes (2009), la historia de una mujer en silla de ruedas que visita un santuario y experimenta una especie de milagro. La película recibió elogios por su tratamiento sutil de la fe y la duda. Amour Fou (2014), su cuarto largometraje, fue un drama histórico fallido basado libremente en la vida del poeta alemán Heinrich von Kleist y su pacto suicida con Henriette Vogel. Igualmente insatisfactoria fue Little Joe (2019), su psicodélica incursión en la ciencia ficción que trata sobre una genetista que crea una planta que parece tener efectos psicoactivos en los humanos.
La sexta película de Hausner está hablada en un anémico inglés y es quizás la más exasperante de toda su filmografía, y eso ya es decir mucho. Existe una cierta tendencia del cine actual, quizás producto de la pereza, que consiste en dejar que el espectador complete los puntos para encontrar el significado de la obra. ¿Es esta una sátira sobre nuestros tiempos como The Square? ¿Una cinta de ciencia ficción distópica similar a La naranja mecánica? ¿Es esta una cinta de terror inspirada en el cine de David Cronenberg como Crímenes del futuro? ¿Es una cinta de advertencia sobre los problemas alimentarios en la línea de la magnífica Malos hábitos? ¿Estamos ante un estudio sobre el fanatismo en el aula como lo fue La ola? ¿O estamos ante un trabajo que nos habla sobre los factores que llevan a la conformación de un culto que encuentra su inspiración en los casos reales de Jonestown, Waco o Heaven’s Gate? Posiblemente las respuestas sean tan solo meras especulaciones y sobre interpretaciones que le otorgarán valor a una película que tal vez no se lo merece.
Como si se tratara de un episodio de las series 13 Reasons Why o Euphoria, al principio de Club Zero se nos advierte sobre su contenido ¿Hauser nos está hablando en serio o es tan solo un comentario cínico? De todas maneras, esta es una cinta protagonizada por un grupo de adolescentes que estudian en un colegio de clase alta.
La cuidadosa fotografía de Martin Gschlacht, la meticulosa dirección de arte de Beck Rainford, el peculiar diseño de vestuario de Tanja Hausner y la música recalcitrante de Markus Binder, nos introducen a un escenario que bien puede estar ubicado en Estados Unidos, Canadá o cualquier lugar de Europa, en un tiempo que bien podría ser el actual o unos años en el futuro. Todos aquí hablan como si estuvieran bajo los efectos de una sustancia depresora o con una grave falta de alimentación adecuada (la canción I Called U de Lil Louis nos llega a la mente a la hora de ver cómo conversan estos jóvenes, profesores y padres de familia).
Los estudiantes en esta escuela privada son casi todos hijos de familias adineradas y progresistas. Su directora, la Sra. Dorset (Sidse Babett Knudsen), se enorgullece de su institución y de su labor. Pensando en mejorar y estar a la vanguardia, La Sra. Dorset ha contratado a una nueva maestra conocida como la Señorita Novak (Mia Wasikowska), una mujer con aire de Greta Thunberg que comercializa su propia marca de té saludable y que va a dirigir un curso de “Alimentación Consciente”. Como ella se lo explica a la directora y luego a sus pupilos, esta clase busca, por medio del Mindfulness, la meditación con el mantra Om y el pensamiento enfocado en lo que se come, reducir la forma derrochadora y dañina en la que nos atiborramos de alimentos procesados, los cuales están causando muchos de los graves problemas económicos y medioambientales del mundo.
Los cinco alumnos inscritos en la clase manifiestan que su deseo es bajar de peso, mejorar su salud, mantener una vida más significativa y plena o hacer un cambio significativo en la sociedad. Solo hay un chico, hijo de una madre trabajadora, que se inscribió para obtener los créditos que necesita para postular a una beca. Él viene a ser, de acuerdo con la visión de la Señorita Novak, la oveja negra de la clase. Pero el reto es asumido y ella va a hacer que esta oveja descarriada cambie su visión. Piensen en Club Zero como la versión de La Sociedad de los Poetas Muertos de una dimensión negativa.
Poco a poco, a los jóvenes hechizados por la filosofía centennial de pacotilla de la Señorita Novak, se les hará una revelación de un secreto que, según ella, muy pocos conocen y comprenden: Se puede vivir sin comer. Ante semejante afirmación, uno de los jóvenes argumenta que eso es científicamente imposible. La Señorita Novak responde con sus ínfulas de superioridad disfrazadas de humildad, argumentando que la ciencia no es la única fuente de la verdad y que existen otros caminos, como el de la fe.
Todo parece indicar que Club Zero es una sátira tremendamente ácida sobre las ideas absurdas que pululan en internet disfrazadas de verdades ocultas (“lo que no quieren que sepas”) y sobre los discursos tautológicos y contradictorios disfrazados de epistemologías de vanguardia característicos del siglo XXI (“la mejor forma de proteger la fauna y la flora consiste en dejar de comer”). La impresión de que estamos viendo una sátira se hace más patente aún, cuando los padres se alarman al enterarse que la Señorita Novak, quien no tiene pareja ni hijos, invita a uno de los chicos a departir con ella en un espacio extracurricular. Algunos espectadores no podremos evitar reír, al comparar esta situación con los escándalos sexuales que consumen más prensa e interés masivo que los casos de corrupción y violencia que contaminan a nuestros países.
Pero lo cierto es que Club Zero no posee el sentido del humor necesario en toda sátira para subrayar con elocuencia el absurdo y los vicios de una sociedad (piensen en South Park y lo entenderán). Al contrario, la cosa se torna tremendamente oscura y perturbadora cuando una de las chicas vomita y se come su propio vómito frente a la mirada de sus padres, todo ello registrado en un plano secuencia (no vean esta cinta comiendo palomitas, por favor); y más aún cuando al final, la Señorita Novak triunfa con su misión de llevar a sus discípulos a un plano más elevado de existencia.
La directora tenía el mejor arco, la mejor flecha y la diana muy cerca de ella, pero falla en dar en el blanco. La razón es que omite un aspecto central que caracteriza a una generación que no duerme por estar pegada a sus dispositivos celulares, que no tiene sexo por su adicción al porno extremo y que no come bajo los argumentos de cuidar de su salud y el equilibrio del ecosistema. Ellos no necesitan de una persona adulta y mucho menos de una profesora para saber algo, porque ellos ya lo saben todo. Es por eso y por una molesta ambigüedad perezosa, que Club Zero es una película que no llega a digerirse muy bien.
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